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La fascinación del mal

¿Interés por la historia o puro morbo? El turismo negro se pone de moda La oferta es variada. Desde recorrer los escenarios de un terremoto a dormir en una cárcel

Oradour-sur-Glane (Francia). Su población fue exterminada por Alemania en 1944.
Oradour-sur-Glane (Francia). Su población fue exterminada por Alemania en 1944.Ambroise Tézenas

El penal de Karosta, en Letonia, en desuso desde 1997, puede visitarse y se anuncia en estos términos: “Única prisión militar de toda Europa abierta a los turistas. Una cárcel de la que nadie nunca logró escapar. Se la considera aún más impresionante que la de Alcatraz en Estados Unidos. En ella fueron fusiladas más de 150 personas”. Al visitante de Karosta se le ofrece la posibilidad, a cambio de una modesta suma, de pernoctar en la cárcel, hasta las nueve de la mañana siguiente, participando en una animación interactiva basada en la historia donde será tratado como un prisionero, como uno más de los revolucionarios, marinos, suboficiales del Ejército zarista, desertores de la Wehrmacht, soldados rusos y letones y enemigos del pueblo de cualquier clase que entre sus muros padecieron y murieron. Esta “experiencia carcelaria total” en las condiciones de la época comunista incluye amenazas de muerte, sonidos de ametralladoras y gritos de desesperación desde celdas contiguas.

Chernóbil se anuncia con esta frase: “Visite el lugar del peor desastre medioambiental de la historia. Turismo ecológico extremo”

Apetecible programa para un sábado por la noche, aunque quizá (no lo descarto) a alguien se le ocurra alguno mejor. Habrá, por ejemplo, quien en aquella región extrema de Letonia prefiera participar en Evádete de la URSS, un juego en el que para escapar de Karosta tendrá que superar una serie de obstáculos y vigilancias, hasta llegar a la playa donde le espera una barca para conducirle al mundo libre.

Derivado del turismo cultural, que ofrece desde visitas a museos, espectáculos y conciertos a edificios singulares y obras maestras de la arquitectura, hay una clase de vacaciones de expansión creciente y brillante porvenir que es la llamada “de la desolación” o “turismo negro”, del que Karosta es un paradigma. El turismo negro hace de un lugar donde haya sucedido una catástrofe –cuanto más catastrófica, mejor– un polo de atracción para un público interesado en la historia reciente o que siente la fascinación del mal, sea provocado por la naturaleza desatada o, mejor aún, por la mano del hombre. Es difícil discernir dónde termina la solidaridad y dónde comienza el gusto voyerista por asomarse a los vestigios del horror y olfatear el aroma del sacrificio humano; distinguir si de la experiencia sale uno, como se supone, moralmente sobrecogido o solo morbosamente satisfecho.

El fotógrafo francés Ambroise Tézenas ha recorrido el mundo visitando algunos de los centros más destacados de esta nueva tendencia del turismo y les ha dedicado un libro de imágenes muy potentes, publicado por Actes Sud. Tézenas se “empotró” en grupos de visitantes, tomó solo imágenes autorizadas, fotos de turista –pero de un turista que es además un gran fotógrafo–, y en cuanto a los textos explicativos que incluye como pies de fotos se ciñó a los folletos de propaganda de cada lugar. El libro se titula precisamente Tourisme de la désolation.

Turistas en las ruinas del terremotode Wenchuan (China).
Turistas en las ruinas del terremotode Wenchuan (China).A. Tézenas

Su primer destino ha sido, naturalmente, el campo de exterminio de Auschwitz-Birkenau, que recibe cada año un millón y medio de visitantes, muchos de los cuales son supervivientes o parientes de las víctimas de la Shoá (en Auschwitz fueron asesinados más de un millón de prisioneros). Pero también hay visitantes como la estudiante americana Breanna Mitchell, paradigma aberrante del fenómeno del turismo negro, que se exhibió en Instagram mostrando una amplia sonrisa entre los barracones de Auschwitz, acompañada del texto “Selfie in the Auschwitz Concentration Camp” y de un emoticono risueño. Su frivolidad no le ha parecido simpática a multitud de usuarios de esa red social que la han virtualmente linchado, como al cantante Justin Bieber por dejar en el libro de firmas de la casa de Ana Frank en Ámsterdam el siguiente comentario: “Verdaderamente inspirador poder venir aquí. Ana fue una gran chica. Ojalá hubiera sido una belieber” (como se llaman las fans de Bieber).

Son derrapajes, salidas del tono políticamente correcto de la llamada “industria del Holocausto” que tiene terminales en Hollywood, en la televisión, en el negocio editorial –que con alarde tipográfico anuncia “¡La primera novela sobre Treblinka!”– y en la buena conciencia de millones de personas, esas que se apuntan a ver otro documental sobre las aberraciones de Hitler o de Stalin, Dresde o Hiro­shima, no del todo seguras de si lo están mirando para aprender sobre la historia del siglo XX algo que ignoraban o para confirmar, entre escalofríos deliciosos, que ellos ni han cometido tales crímenes ni, mejor aún, los han padecido.

Museo de la guerra operado por Hezbolá en el sur de Líbano.
Museo de la guerra operado por Hezbolá en el sur de Líbano.A. Tézenas

“¿Auschwitz? ¿Con billete de vuelta? ¿Desde el centro de la ciudad? Sí, es posible”, rezaba la campaña publicitaria de una compañía de autobuses de Cracovia. ¿Pero por qué solo ir de visita al Holocausto cuando, allá donde piso, piso una tumba y la capa de la Tierra me ofrece un sinfín de reconfortantes ocasiones de sentirme inocente e ileso? Así, Tézenas ha fotografiado el pueblo mártir de Oradour-sur-Glane (Francia), cuya población fue exterminada por los alemanes en 1944, en represalia por la emboscada y muerte de un capitán de su Ejército, y cuyas calles entre ruinas se constituyen en un memorial mudo por el que deambulan los visitantes mirando aquí un coche calcinado, allí una pared que se sostiene sola…

En la zona del Báltico, el quimérico turista negro nos muestra el Parque Grutas (Lituania), que exhibe una colección exhaustiva de monumentos de la era soviética dispuestos a lo largo de un camino de dos kilómetros, y la ya mencionada prisión de Karosta en Letonia. Chernóbil (Ucrania) se anuncia con esta frase seductora: “Visite el lugar del peor desastre medioambiental de la historia. Turismo ecológico extremo”. A los forasteros se les brinda la ocasión de hacerse fotos muy cerca del reactor número cuatro, donde se produjo el accidente y ahora está encerrado en un sarcófago, además de visitar la ciudad fantasma de Pripyat, de la que escaparon apresuradamente sus 51.000 habitantes, dejando detrás “esas cositas que me recuerdan a ti”, como dice la canción: los cuadernos de los niños en los pupitres de la escuela, los zapatos por todas partes, los cubiertos y los platos sobre la mesa, y la oxidada noria del parque de atracciones gimiendo cuando el viento mece sus góndolas…

En América del Norte, Tézenas ha seguido el circuito de los lugares ligados al asesinato del presidente de EE UU John Fitzgerald Kennedy (Dallas, 1963). En Asia le acompañamos al Museo del Genocidio de Tuol Sleng (Camboya), donde los jemeres rojos de Pol Pot crearon una prisión para torturar y ejecutar a los prisioneros. Se conservan las celdas minúsculas, las salas y artilugios donde se torturaba, el llamado “árbol de la muerte”, contra el que los verdugos reventaban a los niños, y el grafito de un turista: “I was here Chiqui 2002”.

La propaganda de las ruinas del terremoto del Wenchuan (China, 2008) dice: “Venga a descubrir los destrozos del terremoto, el más mortífero de la historia contemporánea”. Los turistas observan los vestigios de un pueblo hundido en un lago formado por el terremoto, fábricas demolidas, grandes puentes, orgullo de la ingeniería, partidos por la mitad…

Turistas visitan la prisión de Karosta.
Turistas visitan la prisión de Karosta.A. Tézenas

En África está el circuito conmemorativo del genocidio en Ruanda: el Gorilla Safari Genocide Memorial Tour propone la visita a los sitios de la memoria del exterminio –vemos pabellones llenos de huesos humanos y calaveras y montones de ropa usada, la ropa de las víctimas el día de su muerte– y a continuación damos un paseo entre los gorilas del Parque nacional de los Volcanes…

En 2010 se inauguró Mleeta Resistance Tourist Landmark, cerca del pueblo de Mleeta (Líbano), un museo de la guerra operado por Hezbolá para conmemorar el décimo aniversario de la retirada del Ejército israelí y capitalizar el mérito de haberla supuestamente forzado. Los turistas son bienvenidos a “la tierra de la resistencia, la pureza y la yihad”, donde entre otras cosas pueden visitar un búnker, las oficinas y despachos subterráneos de la comandancia de los guerrilleros de Hezbolá, en el fondo de un profundo túnel, y un parque llamado Colina de los Mártires que exhibe cañones, tanques y demás material bélico. “¿Y si, bajo el pretexto del deber de la memoria, no nos hallásemos simplemente en presencia de un mercado de la barbarie humana?”, se pregunta Tézenas. “¿El reclamo exacerbado de lo macabro, que se oculta tras la coartada cultural, ética?”. A menudo me formulo casi, casi, preguntas parecidas: cuando miro, tiernamente conmovido, el telediario con su desfile de los ahogados y los náufragos de las pateras y otras hecatombes deslizándose por la pantalla antes del cómico de turno, la película o el anuncio de perfume. J’adore.

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