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El ‘kamasutra’ de los animales

El libro 'Sexo en la Tierra' homenajea a la reproducción animal y reivindica a las hembras

Erección y eyaculación de un pato ánade azulón.Vídeo: Patricia Brennan
Manuel Ansede

Hace más de un siglo, en 1911, el explorador polar George Murray Levick no podía creer lo que veían sus ojos. Se encontraba atrapado en el interior de la Antártida, acompañado de otros cinco hombres refugiados en una cueva de hielo a la espera de que estallara la primavera y un barco pudiera llegar hasta ellos y rescatarlos. Durante meses, Levick solo se dedicó a observar a los pingüinos y a tomar notas meticulosas de su comportamiento.

El explorador, que formaba parte de la expedición Terra Nova dirigida por el capitán británico Robert Falcon Scott, no daba crédito. Los pingüinos adelaida fornicaban con otros machos, violaban a polluelos, forzaban sexualmente a las hembras, se restregaban contra el suelo hasta eyacular y, en una ocasión, vio cómo varios de ellos penetraban a hembras que llevaban muertas más de un año. Confundido, Levick decidió anotar estas prácticas en su cuaderno, pero en griego, para que sus compañeros no pensaran que se había vuelto loco.

Quien recuerda esta anécdota es el zoólogo británico Jules Howard, colaborador de medios como The Independent, The Guardian y la revista BBC Wildlife. Howard se estrena ahora en la literatura científica con Sexo en la Tierra (editorial Blackie Books), un libro que, como reza su subtítulo, es “un homenaje a la reproducción animal”.

Cuaderno de notas de George Murray Levick sobre los pingüinos.
Cuaderno de notas de George Murray Levick sobre los pingüinos.R. Kossow/NHM

Howard descuartiza el eterno debate entre los divulgadores científicos sobre dónde hay que poner el listón para llegar al gran público. Si una persona sabe leer, podrá disfrutar de Sexo en la Tierra. “¿Soy el único que se pregunta cómo es posible que la rotación de la Tierra alrededor del Sol determine lo cachondas que se ponen las ranas de mi estanque? ¿Por qué follamos? ¿Por qué follan los peces espinochos? ¿Por qué hay animales como las avispas, que follan y luego la palman, y por qué otros animales están capacitados para sobrevivir y seguir follando?”, inquiere el zoólogo.

El libro huye conscientemente de los tópicos sobre el sexo animal, como el desproporcionado pene del percebe, el infatigable ardor de los leones, el canibalismo sexual de la mantis religiosa y el descomunal miembro de la ballena azul. En lugar de esos lugares comunes, Howard ofrece un nuevo y ameno kamasutra animal a la luz de la teoría de la evolución de Darwin.

'Sexo en la Tierra' reniega de una bibliografía caducada, obsesionada con el pene de los animales

Y, sobre todo, Sexo en la Tierra reniega de una bibliografía caducada, obsesionada con el pene de los animales, y reivindica el olvidado papel de las hembras como motor de la evolución. “El mundo necesita más historias de vaginas”, sentencia su autor. Uno de sus relatos se centra en el oviducto inferior de las patas, un tubo carnoso y rosado por el que circula el esperma de los machos y por el que después salen los huevos. Para ahorrar tecnicismos, Howard lo llama directamente vagina. “Los pedantes que se tomen una tila”, advierte.

El sexo de los patos ha tenido sus días de fama en los últimos años. En 2013, estalló la polémica en EE UU después de que varios medios de comunicación detallaran a qué se dedicaba parte del presupuesto de ciencia. “El Gobierno Federal destina 400.000 dólares al estudio de los genitales de los patos”, tituló por ejemplo el Christian Post. El 87% de los consultados rechazó que el dinero de sus impuestos se utilizara para observar las cloacas de estas aves, según una encuesta de la cadena Fox News. Y el presidente Barack Obama se vio durante semanas acorralado por el asunto de los genitales de los patos.

Para Howard, aquel torbellino demostró dos cosas: que los ciudadanos desconocen cómo funciona la ciencia básica —esa que solo busca saber por saber y sobre la que después se construye todo lo demás— y que no están tan lejos los tiempos mojigatos del explorador antártico Levick. Los científicos que estudian el sexo ya no tienen que escribir sus apuntes en griego, pero casi.

La vagina (izquierda) y el pene de los ánades azulones son 'incompatibles'.
La vagina (izquierda) y el pene de los ánades azulones son 'incompatibles'.Patricia Brennan

El divulgador británico se recrea en su libro en las explosiones de penes de pato, célebres en las redes sociales de internet gracias a los vídeos a cámara superlenta realizados por la profesora Patricia Brennan, de la Universidad de Massachusetts Amherst (EE UU). En ellos se observa cómo la erección de un pato se produce en menos de un tercio de segundo, a una velocidad de 1,6 metros por segundo, una velocidad similar a la de un cañón de confeti, como ilustra Howard.

Habitualmente, las historias sobre los genitales de los patos se centran solo en los machos, en sus látigos sexuales, surgidos para sobrevivir en un mundo en el que compiten ferozmente por las hembras. Pero el zoólogo británico completa el puzle. Habla de las menospreciadas vaginas de las hembras del ánade azulón. “Tiene forma de tirabuzón, como el órgano masculino, pero la gracia es que la espiral avanza en el otro sentido, con lo que es incompatible con el pene del macho hasta niveles absurdos. Y no solo eso: tiene varios recovecos ciegos y desvíos sin salida. No es que se parezca: es un templo inca. Es ridículo. Una obra maestra. Es arte evolutivo”, narra Howard.

La explicación se encuentra en Sexo en la Tierra. Las hembras han desarrollado un mecanismo que les permite decidir quién fertiliza sus huevos. Uno de cada tres de sus apareamientos se podría considerar una violación, pero solo el 3% de los huevos que ponen están fertilizados por esos asaltantes. “Las hembras han evolucionado hasta tener el control”, señala el autor.

Los genitales de los patos son, a juicio del zoólogo Jules Howard, “una carrera armamentística entre machos y hembras”

Los penes de los machos no deseados son incapaces de llegar al fondo del laberinto, pese a sus 1,6 metros por segundo. Su esperma se pierde en los primeros recovecos de la vagina. Pero cuando la pata quiere, afloja las paredes de su oviducto y da vía libre al futuro padre de sus hijos. Su criterio no puede ser más darwinista. Según algunos estudios, las hembras del azulón se fijan en el amarillo del pico masculino, cuya intensidad se asocia a un sistema inmunológico sano, a la ausencia de enfermedades. La pata quiere garantizar que sus genes se perpetúen. Los genitales de los patos son, a juicio de Howard, “una carrera armamentística entre machos y hembras”.

El naturalista británico Charles Darwin publicó en 1871 su libro El origen del hombre y la selección en relación al sexo. En él coqueteaba con la idea de que las hembras, con su criterio estricto, podían impulsar la evolución de algunos rasgos en los machos, como las extraordinarias cornamentas de los alces, más un ornamento que un arma de ataque. “Darwin empezó a ver a las hembras de determinadas especies, alces y pavos reales en particular, no como remilgadas extras relegadas a seguir en segundo plano el combate de los machos, sino como motores de cambio evolutivo. Aquello era un concepto revolucionario. Era el poder en manos de las hembras”, proclama Howard.

El zoólogo pone sobre la mesa problemas de conservación relacionados de alguna manera con el sexo. El autor recuerda una visita nocturna a las minas de yeso de Cherry Hinton, gestionadas por The Wildlife Trusts y cercanas a Cambridge (Inglaterra). Allí, el experto David Seilly le descubre el aparentemente brutal impacto del alumbrado público sobre las luciérnagas. "El problema está en que muy probablemente los machos prefieren aparearse con las farolas antes que con las hembras", advierte Seilly. Una especie, reflexiona Howard, se podría estar extinguiendo porque sus machos hacen caso omiso de sus hembras y se lanzan de cabeza contra vidrios iluminados.

Si 'Buscando a Nemo' fuera real, el padre se habría convertido en una hembra y 'Nemo' habría acabado practicando sexo con él

Sexo en la Tierra también arruina algunos mitos de la cultura popular. El zoólogo recuerda el caso de la película de animación Buscando a Nemo. El filme comienza con una pareja de peces payaso, macho y hembra, cuidando de sus huevas. De repente, una barracuda devora a la madre y Nemo, el único huevo superviviente del ataque, es cuidado por su padre. Howard destripa el guión de ficción y construye otro más verosímil, basado en lo que hace realmente un macho de pez payaso cuando muere su hembra.

“El padre, como muchos peces macho de arrecife, se habría convertido en hembra. Hermafroditismo secuencial. Al ser hijo único, Nemo habría nacido como hermafrodita indiferenciado, habría crecido desarrollándose como macho y, en un giro genial, seguramente habría acabado practicando sexo con su padre, ahora hembra”, relata el autor.

“Pero eso no es todo. Si el padre hubiera muerto después, Nemo habría continuado con la tendencia familiar convirtiéndose en hembra, para tener relaciones sexuales con su descendencia en caso de que no hubiera ningún otro pez payaso por allí”, remacha Howard.

El zoólogo remata su libro con un alegato en favor de la ciencia del sexo y en contra de la mojigatería de la sociedad. “George Levick, el explorador antártico que tanto miedo tenía a la reacción que sus observaciones sobre los pingüinos adelaida pudiese despertar en los círculos académicos, vivió hace un siglo. En ocasiones me pregunto cuánto hemos progresado desde entonces en la percepción y el debate público de ese tipo de cuestiones”.

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Sobre la firma

Manuel Ansede
Manuel Ansede es periodista científico y antes fue médico de animales. Es cofundador de Materia, la sección de Ciencia de EL PAÍS. Licenciado en Veterinaria en la Universidad Complutense de Madrid, hizo el Máster en Periodismo y Comunicación de la Ciencia, Tecnología, Medioambiente y Salud en la Universidad Carlos III

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