La grasa ayudó a los humanos a conquistar el mundo
Los tejidos blandos de los bonobos dan pistas sobre la evolución humana
La historia de los primeros humanos está escrita en sus huesos y dientes fosilizados. Pero es una historia parcial: faltan los capítulos escritos por los músculos, la grasa o la piel, que no fosilizan. Para completar el relato histórico, un estudio compara ahora los tejidos blandos de los bonobos, el pariente más cercano que tenemos, con los del Homo sapiens. Las diferencias actuales dan pistas sobre cómo, con más grasa, menos piel y una redistribución muscular, los humanos conquistaron primero las sabanas africanas y después el resto del mundo.
Como si fuera la gerente de una funeraria, las antropóloga Adrienne Zihlman, de la Universidad de California en Santa Cruz, se ha pasado los últimos 35 años esperando la muerte de algún bonobo (Pan paniscus) por causas naturales. Enfrascada en estudiar a estos animales y su comparación con la evolución humana, entabló contacto con el zoo de Milwaukee (EE UU). Cuando recibía la llamada del zoo, su equipo se ponía en marcha. Recogían el animal y le hacían una autopsia completa. Cogían la piel, sus músculos y la grasa y enseguida la pesaban. Aunque algo macabro, así han recopilado datos sobre los tejidos blandos de 13 ejemplares y los han podido comparar con los de los humanos.
Zihlman y su colega Debra Bolterb, de la universidad sudafricana de Witwatersrand, parten de una suposición: que los bonobos apenas han cambiado en millones de años. Si es así, pueden ser un espejo aproximado de cómo eran los humanos antes de bajar del árbol. Buscando las diferencias entre ayer y hoy, se podría entonces valorar cómo ha sido la evolución y cómo ha modelado el cuerpo humano.
"Tradicionalmente, la evolución de los primeros humanos se explica partiendo de dentición, cráneo, huesos del rostro y tamaño del cerebro ya que son las partes del esqueleto que encontramos en los fósiles", dice Zihlman. "Ocasionalmente, se han encontrado otros huesos, como pelvis, de la mano o los pies que dan pistas sobre la función locomotora. Pero los huesos suponen menos del 15% de la masa corporal humana. El otro 85% del cuerpo está formado de tejidos blandos que no fosilizan. Sin embargo, son esenciales para la supervivencia. Por eso tener una muestra de Pan Paniscus para comparar con el Homo sapiens es un paso importante para comprender la base de la presión selectiva sobre las funciones de cada elemento", añade.
Mientras que los bonobos macho no tienen grasa, las hembras la acumulan durante la lactancia
Lo primero que llama la atención del estudio de Zihlman y Bolterb a un no especialista en bonobos es que no tienen grasa. Según explican en PNAS, apenas el 0,1% de su masa corporal está formada por ácidos grasos. Y eso que todos los bonobos estudiados habían nacido o pasado casi toda su vida en un zoo, donde se les supone bien alimentados. Pero ese bajo porcentaje solo vale para los machos. Las hembras presentan niveles de entre el 1% y el 8,6%. La diferencia tiene todo que ver con la reproducción: una de las hembras con más grasa estaba amamantando a su cría cuando murió y otra había parido una semana antes de morir.
Los humanos modernos tienen mucha más grasa. Según el modelo establecido por el capitán de la Marina de EE UU y padre de la antropometría, Albert Bhenke, a mediados del siglo pasado, el cuerpo de los hombres acumula una media del 15% de ácidos grados en su masa corporal. Las mujeres, pueden doblar esa cifra. Sin embargo, como advierten las autoras del estudio, los modelos de referencia de Bhenke solo valen para los occidentales.
Así que, las antropólogas buscaron datos de otros pueblos más cercanos a la subsistencia. Entre los turkana del noroeste de Kenia, por ejemplo, los pueblos de agricultores tienen una media del 9,1% de grasas. Incluso en los pastores nómadas, con recurrentes periodos de hambre y escasez, el porcentaje supera el 5%. Por debajo de esa cifra, el organismo humano canibaliza el tejido muscular para mantener su funcionamiento.
Pero, ¿para qué sirve la grasa? La misión fundamental, y la que debió de aparecer antes entre los primeros homínidos fue la de ayudar a la reproducción. En un escenario donde los Homo eran nómadas y recorrían grandes distancias al día para buscar alimento, las mujeres necesitaron poder acumular grasa para mantener a sus crías. Esta ventaja adaptativa debió extenderse también a los machos. Ellos no criaban, pero las reservas de lípidos les ayudaron a enfrentar los periodos de escasez.
Los humanos son los únicos primates que usan sus glándulas sudoríparas como mecanismo termorregulador
La piel también diferencia a los bonobos de los humanos. La tienen más gruesa, con un porcentaje de hasta el 16% sobre su masa corporal, frente a apenas el 6% del cuerpo humano. Además, presentan una pigmentación irregular. Casi todo su cuerpo está recubierto de pelo más grueso. Pero la diferencia más significativa está debajo de la epidermis. Aunque los bonobos tienen glándulas sudoríparas ecrinas en las palmas, plantas, torso y extremidades, no responden al calor exterior. De hecho, los Homo sapiens son los únicos primates que las usan como mecanismo termorregulador.
Enseguida se adivinan las ventajas de tener menos pelo y una piel más delgada: facilita el trabajo de las glándulas sudoríparas en la sudoración. De esta manera, los antecesores de los humanos pudieron salir del refugio térmico de la selva y expandirse a la sábana sin sufrir los rigores del Sol. Aunque hay grupos de chimpancés (también del género Pan) que viven en las sabanas de Fongoli, en Senegal, solo salen a campo abierto a primeras horas de la mañana o últimas de la tarde.
Para las autoras del estudio, los australopitecinos, antecesores del género Homo, que se expandieron por las sabanas del sur y este de África hace unos cuatro millones de años debieron de desarrollar estos mecanismos de termorregulación para poder aprovechar su nuevo hábitat. Además, elucubran las antropólogas, la piel desnuda pudo traer otros beneficios. Uno es el de alojar un microbioma más variado que el que presentan otros primates, algo que ayudarían a los humanos a lidiar mejor con las infecciones. Otro efecto más sutil debió ser el desarrollo del sentido del tacto como medio de comunicación y vinculación afectiva.
La musculatura también da pistas sobre la evolución humana. La primera gran diferencia es que los bonobos son cuadrúpedos y, aunque pueden caminar sobre dos patas, usan sobre todo las extremidades superiores. Mientras, los humanos son bípedos. Por eso, la distribución muscular de unos y otros es muy diferente. En el caso de los bonobos macho, cerca del 40% de sus músculos se concentran en sus brazos. En los humanos modernos, más del 50% de su masa muscular actúa sobre las extremidades inferiores y solo el 20% en las superiores.
Redistribución de la masa muscular
El estudio señala que hace unos tres millones de años el balance muscular entre extremidades superiores e inferiores debió de invertirse en los homínidos. Los registros fósiles ya señalan patrones de bipedismo, como la reestructuración de la pelvis o la mayor longitud de las piernas en el Homo erectus. Sin esa redistribución muscular no habría habido expansión del género Homo.
"Los músculos son el único elemento con el que podemos reconstruir cuándo y cómo se va modificando la anatomía humana", comenta el profesor de prehistoria de la Universidad Complutense, Manuel Domínguez-Rodrigo, que no ha participado en este estudio. "Aunque no dejan rastro, los músculos son el sostén del hueso, por lo que los huesos pueden servir para estudiarlos", añade el también codirector del Instituto de la Evolución en África.
Para Domínguez-Rodrigo, en los primeros cuatro millones de evolución humana el patrón es muy similar al de los chimpancés o los bonobos. "Son bípedos cuando no están en el árbol, pero tienen unos brazos con la misma masa muscular que los chimpancés. De hecho, abandonamos ese patrón con el H. erectus, hace dos millones de años, cuando ya hay una proporción similar a la de los humanos, donde las piernas tienen mayor volumen muscular que los brazos", añade. Eso significa retrasar la redistribución muscular al menos un millón de años después de lo que mantiene el estudio.
Pero el mayor problema de esta investigación, según el paleontólogo español es que es muy especulativa. "No hay manera de demostrarlo empíricamente", asegura. De hecho, recuerda, "la mayoría de los investigadores colocamos la aparición de la capacidad de generar y retener grasas en otro momento, pero con argumentos igual de especulativos".
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