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El pulso
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Mensajes y sermones

A mucha gente le tranquiliza que le expliquen lo que tienen delante. Agradezco a los Winogrand que se limiten a ponerme delante la vida

La instantánea New York, ca. 1960, de Garry Winogrand.
La instantánea New York, ca. 1960, de Garry Winogrand.

Las exposiciones de fotografía, cuando me conmueven y el objeto principal son las personas, me dejan el sabor agridulce de la belleza bañada en la melancolía, algo semejante a lo que me ha ocurrido con El balcón en invierno, el último libro de Landero. Y así salí de la muestra de Garry Winogrand (1928-1984) en la Fundación Mapfre de Madrid (hasta el 3 de mayo), con el placer de lo visto, con el pesar de la sensación del imparable paso del tiempo.

La fotografía no intervenida, en principio, sirve para apresar la realidad, para vencer al tiempo, para capturarlo para siempre, para conservarlo. Pero, también, y quizá aún más, nos recuerda que lo retratado ya sucedió, que no volverá, que pertenece al pasado. Es, en fin, la evidencia de que el tiempo es quien de verdad vence. El futuro, de alguna manera incomprensible, existe, pero nadie lo ha podido fotografiar hasta ahora. Tampoco se puede fotografiar el pasado, claro, salvo en algún relato fantástico. Pero el presente solo dura eso, el instante en el que se aprieta el disparador. Después, ya es pasado, y para siempre.

Uno de los pecados de Winogrand fue afirmar que sus fotografías no tenían ningún mensaje

La exposición recorre los años cincuenta hasta los ochenta, Estados Unidos de arriba abajo. Cabe todo, la alegría y la tristeza, el placer y el dolor, la calma y la angustia. Un carrito de la compra con un bebé, coches deportivos, niños, ancianos, gente sofisticada, aeropuertos, parques de atracciones, caballos, tullidos, chicas en biquini, un camarero en un jardín al que solo parece dirigirse un gato, manifestantes, campañas políticas, hombres y mujeres cansados, gestos, escenas… Que ya son pasado. Winogrand fue muy criticado. Se le comparó con un paparazi, se le acusó de diletante. Uno de sus pecados fue afirmar que sus fotografías no tenían ningún mensaje.

Pero, ¿y si el mensaje lo busca el espectador? Y si lo encuentra, ¿estaba o no estaba allí?

Durante el recorrido, una fotografía, en blanco y negro, como todas, me llama especialmente la atención. Tomada desde un punto más elevado, vemos dos tramos de escalera al aire libre, en un paraje desolado. En el tramo superior, a la sombra, un hombre mayor, solo, sube trabajosamente, ayudándose de las manos y la barandilla. En el tramo inferior, al sol, una pareja joven, sentada en los escalones, le observa. Pienso que es la imagen del paso por la vida, del camino a la muerte. Para aumentar el simbolismo, hay una pequeña sombra que podría ser la del fotógrafo. ¿Dios o solo eso, una pequeña sombra?

A mucha gente le tranquiliza que le pongan delante de la cara un mensaje o incluso que se lo expliquen, algo muy común en el arte actual. Es mucho más cómodo vivir así. Simplificarlo todo, saber a qué atenerse. Tener las respuestas preconcebidas, sin necesidad de pensar, de atender las excepcionalidades de cada caso. Actitud tan comprensible explica en parte el éxito de las religiones, las ideologías, los nacionalismos. Agradezco a los Winogrand del mundo que no me pongan delante un mensaje, que se limiten a ponerme delante la vida, para que yo busque en ella. Que no me den ningún sermón. ¡Hay tantos que nos los dan, y que además pretenden que también los demos nosotros! Siempre y cuando, por supuesto, cuadren con los balidos de su rebaño, con los aullidos de su manada.

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