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María Blasco: “El futuro va hacia retrasar todas las enfermedades”

La investigadora y directora del CNIO protagoniza la tercera entrega de la serie de entrevistas 'Así pasen cien años', que lanza una mirada al futuro Blasco confía en que la ciencia alargará y mejorará la vida del ser humano en un mundo más igualitario y justo, donde los ciudadanos serán habitantes de la Tierra y no de países

José María Izquierdo
La investigadora, María Blasco.
La investigadora, María Blasco.Gorka Lejarcegi

La investigadora y directora del Centro Nacional de Investigaciones Oncológicas (Cnio), María Blasco, es la tercera protagonista de esta serie de conversaciones en torno al futuro de la humanidad, tras las entrevistas al escritor Javier Marías y al paleontólogo Juan Luis Arsuaga. De la ciencia a la literatura, les hemos pedido que imaginen cómo viviremos de aquí al siglo XXII. ¿Podemos tener esperanza? ¿Seremos más felices? ¿Estaremos más sanos? ¿Cuántos años viviremos? ¿Será el mundo más justo, más libre, más solidario?

Blasco suma a su premiada labor de investigadora la responsabilidad de dirigir una institución como el CNIO, donde trabajan cerca de 500 personas. Esa facilidad para alternar funciones, que Blasco lleva con encomiable equilibrio en una época de recortes sin cuento, debe ser una cualidad innata en esta bioquímica y bióloga molecular, que en directo sabe combinar pasión y racionalidad en una mezcla casi medida en una retorta de laboratorio: al 50%.

¿Qué mundo nos traerá más novedades en el siglo XXII? ¿Quizá la medicina? En general todo lo que sea derivado de la investigación, de la ciencia y la tecnología, y ahí está también incluida, por supuesto, la sanidad. La medicina evoluciona a gran velocidad por innovaciones que vienen a su vez de la investigación. Y es lógico que así sea, que se redoblen los esfuerzos en la curación de enfermedades porque es una exigencia de la sociedad.

¿Y en qué campos vamos a experimentar un mayor cambio en los próximos cien años, en terapia génica, en mejora de medicamentos, en cirugía? En todas. Es una realidad evidente que se está avanzando en todo a la vez. Y para el siglo XXII ya contaremos con progresos aún mayores. Hoy ya podemos observar cómo cada vez hay tecnologías más sofisticadas para cirugías, para detección precoz de enfermedades, etcétera. Todo eso va a ir avanzando sin parar. Ocurre igual con los fármacos, que día a día son más sofisticados, cada vez van más dirigidos a alteraciones muy concretas.

Actualmente, el mayor número de muertes en todo el mundo se produce por enfermedades del sistema cardiovascular, el cáncer, la diabetes, el sistema nervioso… Dentro de un siglo, ¿serán también esas las enfermedades que causarán un mayor número de muertes? Antes de contestar me gustaría insistir en una cuestión previa que los científicos tenemos muy clara, pero que me parece que no es de conocimiento popular.

Diga, diga… Pues que todas estas enfermedades son simplemente la consecuencia de una causa molecular, una causa biológica que es el proceso de envejecimiento celular. O sea, conforme van pasando los años nuestras células van perdiendo su estado de forma, van envejeciendo y eso es lo que causa la enfermedad. Ese es precisamente mi campo de investigación. Así que la forma que tenemos ahora de ver enfermedades como el cáncer y las cardiovasculares es que tienen un origen similar, que es este proceso de envejecimiento celular. Y ha habido una ciencia de altísima calidad, una ciencia muy rompedora en los últimos, yo diría, quince o veinte años que ha empezado a desvelar cuáles son estas causas moleculares, y por primera vez también hace unos pocos años se ha demostrado que alterar solo una de estas causas retrasaría todas esas enfermedades.

¿Todas, dice? Sí, sí, eso es. Ahí es hacia donde va el futuro. El futuro no va hacia tengo algo para el cáncer o voy a tener algo para cardiovascular, que es lo que ha estado ocurriendo hasta ahora. El futuro va hacia intentar realmente retrasar todas las enfermedades. ¿Y esto por qué? Porque lo que se ve que es importante realmente es estar sano, estar saludable durante el mayor tiempo posible. Es lo que se llama alargar el tiempo de vida de juventud. Ese es uno de los grandes retos, una de las grandes revoluciones en la manera de ver la enfermedad y una de las cosas que más avances nos va a dar.

María Blasco

(Alicante, 1965) es doctora en Bioquímica y Biología Molecular por la Universidad Autónoma de Madrid. Realizó su tesis doctoral en el Centro de Biología Molecular Severo Ochoa, CSIC-UAM, Madrid, bajo la supervisión de Margarita Salas. El mismo año que obtenía el título, en 1993, se incorporó al Harbor Laboratory (Cold Spring Harbor, Nueva York, EE UU). Regresó cuatro años más tarde a España para convertirse en jefa de grupo en el Centro Nacional de Biotecnología, CSIC, Madrid. En 2003 se incorporó al Centro Nacional de Investigaciones Oncológicas (CNIO, Madrid) como jefa del grupo de Telómeros y Telomerasa y directora del Programa de Oncología Molecular. Tras ocupar otros cargos en el centro, en junio de 2011 fue nombrada directora, en sustitución de Mariano Barbacid. Es una de las científicas españolas más reconocidas internacionalmente por sus contribuciones fundamentales sobre los telómeros y la telomerasa y la función que desempeñan en el cáncer y el envejecimiento.

Suena parecido al elixir de la eterna juventud… No, no, hablamos de avances científicos. Es muy complejo, porque el problema tiene una parte genética y una parte ambiental.

¿En qué porcentaje? Pues un 20% genético y un 80% ambiental. Esto es, de los hábitos de vida. Hay un estudio hecho en Dinamarca con gemelos univitelinos que confirma claramente lo que le estoy diciendo. En ese 80% se incluye el tipo de vida que has llevado, en qué ciudad vives, la suerte o mala suerte que hayas tenido, el estrés laboral o emocional, independientemente de la genética. Sumemos también la suerte, la suerte de la vida, el azar. Dónde has estado, qué has hecho… Son cosas que tampoco las decides tú, puede ser que hayas tenido un accidente, que se te haya muerto un hijo…, todo eso influye en ese 80%.

También cuenta, supongo, la alimentación o el sedentarismo. Claro, y por supuesto fumar o el consumo de alcohol. Hemos vivido casi de espaldas completamente al importantísimo efecto que tienen los hábitos de vida, los hábitos alimentarios, incluso el estrés, como decía antes, muchísimas cosas que ahora sabemos que están influyendo en esta capacidad para mantenernos sanos durante más tiempo y que repercuten de manera determinante en la salud de una persona.

Ya, pero eso significa tan solo retrasar las enfermedades. ¿Y acabar con ellas, olvidarnos de su existencia? Por lo directo, ¿habrá cáncer en el siglo XXII? El cáncer ya es prácticamente curable al 100% si se detecta en estadios muy tempranos. Así que lograr que el cáncer no sea una de las principales causas de muerte en el siglo XXII pasa necesariamente por que seamos capaces de desarrollar biomarcadores efectivos que nos avisen de qué individuos están en riesgo de padecer cáncer y en estos casos poder detectarlo de manera precoz, cuando es curable. Hay que evitar que los tumores pasen al estadio de metástasis, porque la curación es muy difícil… Ojalá pudiéramos llegar al siglo XXII con este reto ya resuelto. Lo que sí ocurrirá dentro de cien años es que aquellos individuos que desarrollen un cáncer tendrán tratamientos personalizados acordes con el DNI genético del paciente y del tumor. Habrá muchos más fármacos que se habrán desarrollado contra los cientos de nuevas dianas que se están encontrando ahora gracias a la secuenciación del genoma del cáncer. Sabremos, además, cómo combinarlos para que maten más eficientemente los tumores. Eso sí, estos tratamientos serán muy costosos.

No nos asegura entonces que el siglo XXII esté libre de cáncer… Es que los investigadores todavía tenemos muchas cosas que resolver antes de hacer una promesa de tal calibre… Vemos cánceres infantiles, claro, pero la verdadera incidencia del cáncer en términos estadísticos empieza a aumentar tanto en hombres como en mujeres a partir de los 40-50 años. El envejecimiento demográfico de la población predice que en 2050 en España habrá más de un 30% de la población con más de 65 años, y quizás esto sea aún mayor en el año 3000. Por lo tanto, si no hay avances significativos en nuestra capacidad para prevenir el cáncer, la predicción es que en el siglo XXII el cáncer puede ser una de las enfermedades más prevalentes. Para evitar llegar a esa situación hay que hacer un grandísimo esfuerzo hoy. Pero merece la pena.

Pues más bien asusta más que tranquiliza… No, no. Lo que digo es que tenemos que multiplicar el trabajo de manera incansable sobre esos supuestos, y emplear todos los medios que podamos para lograr, repito, esos biomarcadores. En cardiovascular ya funcionan muy bien. El nivel de colesterol, por ejemplo. Esto ha sido una revolución, porque ser capaces de ver qué personas tienen riesgo de padecer un infarto, y antes de que lo sufran, cambiar los hábitos de vida, modificar la dieta, incluso darte una pastillita que te baja el colesterol, hace que retrase o evite la enfermedad cardiovascular. Si tuviéramos unos biomarcadores tan buenos con el cáncer, se podría diagnosticar con precocidad si un individuo tiene muchas probabilidades de llegar a desarrollar un cáncer de hígado, con lo que se le podría aplicar un tratamiento especial y, al igual que pasa con el colesterol, administrarle esa pastillita para evitar los malos efectos de esa proteína rara que tienes y que le producirá, de no tratarse, ese cáncer de hígado diez años después. Con una simple pastillita le bajarían esa proteína y no tendría nunca en su vida un cáncer de hígado. Pero en el cáncer no existen esos biomarcadores para saber qué personas están en riesgo.

Nuestra salud depende en un 20% de la genética y en un 80% de los hábitos de vida que llevemos”

Algunos científicos prevén que el abaratamiento y popularización de la tecnología permitirán que todos nosotros estemos llenos de chips en el interior de nuestro cuerpo para poder autochequearnos a diario, con la misma facilidad y la misma frecuencia con que nos lavamos los dientes. Esos datos sobre el comportamiento de nuestra maquinaria y sus correspondientes fluidos pasarán automáticamente a un médico o a un centro que vigile nuestro estado de forma. A través del aliento que recoja un espejo creado para ello, por ejemplo, se podrán saber muchos datos de nuestro estado de salud… Cuando llegue ese día, y puede estar muy próximo, habremos logrado tener muchos datos para esos biomarcadores de los que ahora carecemos. Y absolutamente personalizados. Sí, será un gran avance en la detección precoz. Ese cúmulo de datos nos servirá de indicador permanente. Seguro que hay empresas trabajando en ello. Ya existen desde los modestos tensiómetros a las más sofisticadas bombas de insulina o de morfina, por no hablar de otros avances mayores… Las mejoras rapidísimas en nanotecnología también son impresionantes, y ya se pueden utilizar hoy mismo nanorrobots que realicen esa función de detección en nuestro cuerpo. Todo eso lo veo al alcance de la mano, a la vista de lo rápido que van todas las investigaciones. El objetivo final es muy sencillo: ser capaces de tener biomarcadores con la misma facilidad con la que ahora se lee el genoma humano.

¿Y por qué no los tenemos? Pues obviamente porque todavía no hemos acabado de entender cómo se desarrolla ese proceso celular que lleva al cáncer.

¿Lo habremos logrado dentro de cien años? En eso estamos todos los investigadores de todo el mundo. Hay muchos científicos implicados, muchos centros con muchos medios, muchos millones de euros y dólares en juego. Es de esperar que lo consigamos en un futuro muy próximo…

¿Viviremos hasta los 120 años, como creen muchos científicos? Yo creo que hay un límite biológico de nuestra especie que son 120 años, que es el récord que hay hasta ahora. Los más longevos suelen vivir hasta 115. Lo que presumiblemente ocurrirá en el siglo XXII es que la inmensa mayoría llegaremos –llegarán– a los 115 o 120 años sin necesidad de modificaciones genéticas. Con fármacos que van destinados a enlentecer el envejecimiento, ese límite se podría incluso superar, pero eso ya sería alterando las rutas moleculares que regulan el envejecimiento.

Creo que el límite biológico del
ser humano
son 120 años”

¿Y se podrían modificar? Sí, científicamente sí, sin problemas, pero ahí ya entramos en problemas mayores de regulaciones administrativas o políticas…

Déjeme leerle una frase de un premio Nobel de Física, Richard Feynman: “Todavía no se ha encontrado en la biología nada que indique la inevitabilidad de la muerte. Esto me sugiere que no es del todo inevitable, y que solo es cuestión de tiempo que los biólogos descubran qué es lo que nos causa ese problema, y que esta terrible enfermedad universal, la temporalidad del cuerpo humano, se curará”. Me gusta lo de la temporalidad del cuerpo humano. Y sí, es muy posible que tenga razón, encaja con lo que le estoy diciendo, pero lo que no sé es cuándo llegaremos a esa curación…

Era un tipo muy peculiar Richard Feynman. Pintaba en sus ratos libres y de mayor le dio por aprender a tocar los bongós y daba recitales a sus amigos y alumnos… Debo decirle que estas cosas son bastante comunes entre muchos científicos. Que nadie crea que somos unos tipos despistados que estamos metidos entre microscopios sin saber nada de la vida… Aquí, en el Centro Nacional de Investigaciones Oncológicas, el CNIO, no me he encontrado ninguno así. Somos gente muy interesada por todo: por el arte, por la cultura. Es que, obviamente, si eres un científico, eres un intelectual. Entonces, como en cualquier otra profesión intelectual la gente es muy sofisticada. No me extraña lo de Feynman y los bongós, no…

Déjeme acabar este apartado del envejecimiento. Si en el siglo XXII todos llegarán a los 115, ¿cómo dividimos el periodo de educación, el de trabajo activo y el de jubilación? Pues dando un revolcón al modelo social de la posrevolución industrial que aún estamos viviendo. Toda esa organización que fue un enorme avance en su momento, ahora habrá que buscarle un relevo inteligente. No hay sociedad que resista cuarenta años de producción activa y setenta de vida pasiva. Los científicos que conozco no quieren jubilarse de ninguna manera. Es gente que está capacitada para seguir haciendo su trabajo igual que una persona más joven y puede ser muy útil para la sociedad. Fíjese en mi maestra Margarita Salas (76 años y en activo)… Esto supongo que cambiará en un futuro muy próximo.

¿Hay conciencia entre los investigadores de la importancia de lograr avances en la lucha contra el envejecimiento? Absolutamente. Es prioritaria en el mundo de la ciencia y es uno de los campos de investigación a los que se dedica mayores cantidades de dinero. La Comisión Europea lo ha hecho proyecto prioritario. Pero también en las empresas y en la industria farmacéutica. Eso es lo que explica que hayamos visto este año cómo una empresa tan innovadora pero tan alejada de la bioquímica como Google haya hecho una inversión brutal en su compañía Calico, que está dedicada precisamente a proyectos de investigación en este campo. Y el testigo lo ha recogido Craig Venter, el biólogo y empresario que compitió con el Gobierno americano para descubrir la secuencia del genoma humano. Ahora ha dicho que está dispuesto a competir también con Google para ser el primero en conseguir fármacos que retrasen el envejecimiento. Y es que Venter ya da por hecho que se logrará ese objetivo. La única duda es cuándo.

¿Dominará la empresa privada la investigación en los próximos cien años? Lo que es evidente es que ahora los Estados no pueden afrontar los costes de los ensayos clínicos. Son las empresas farmacéuticas – como es natural– las que están aportando los fondos para que cada día se investigue más. Aquí mismo, en el CNIO, hemos vivido casos muy interesantes. Tenemos un programa de desarrollo de fármacos, que es importantísimo para el centro, del que estamos muy orgullosos. Hacemos el desarrollo inicial, que es el que podemos hacer, porque tenemos a los investigadores, a los que tienen las ideas, a los que descubren las cosas nuevas. Pero en determinado punto necesitamos alianzas con la empresa farmacéutica para hacer la siguiente inversión, que ya es algo que el presupuesto del centro no puede atender de ninguna manera. Pero ya hemos logrado, entre otras muchas cosas, algo tan importante como acelerar el desarrollo de fármacos, porque lo que normalmente tarda veinte años, aquí ya se lo damos hecho a la empresa. O sea, que los Gobiernos deberían apostar por dotar a los centros de élite de suficiente presupuesto para conseguir esas fases iniciales de la investigación que tienen un valor incalculable. Incluso en este centro, por la licencia de uno de nuestros proyectos, ya hemos ingresado medio millón de euros, y nuestro sueño es alcanzar los 20 millones de euros. Pero sí, por supuesto que es clave la colaboración con las empresas farmacéuticas, aunque…

Acabe, acabe usted la frase que ha dejado a medias… No, no, decía que es un handicap también, porque va a depender, obviamente, de los intereses económicos de las empresas farmacéuticas. Pero bueno, al final se trata de que la obtención de rentabilidad de ese fármaco sea un acicate para lograr que la investigación llegue a buen puerto, que es lo que deseamos los investigadores: que nuestro trabajo sea útil, que llegue a revertir en beneficio de la sociedad. Lo que no evita algo evidente, que es que no todas las enfermedades se estudian por igual, porque depende del interés económico y de incidencia. Al ébola, mientras era una cosa rara que ocurría en África, en Occidente nadie le prestaba la menor atención. Pero en cuanto ha saltado a países del primer mundo… Hay muchísimas enfermedades raras que causan muchísimo dolor en no pocas personas, incluso en los países más desarrollados, pero que no tienen tratamiento porque a nadie le merece la pena económicamente ponerse a buscar el remedio. Es una tremenda injusticia que solo podría paliarse con ayuda de fundaciones privadas o apoyo directo de instituciones públicas. Será rara la enfermedad, pero estamos obligados a curarla…

María Blasco es la directora del Centro Nacional de Investigaciones Oncológicas.
María Blasco es la directora del Centro Nacional de Investigaciones Oncológicas.Gorka Lejarcegi

¿Avanza la investigación científica? Muchísimo. Está creciendo exponencialmente en todo el mundo. Se ha producido además una importantísima novedad, y es que al numeroso grupo occidental ya conocido de vanguardia en la investigación, Estados Unidos, Alemania, Reino Unido, Europa en general, se ha sumado China, donde cada vez hay un mayor desarrollo científico. Yo creo que todo esto es algo realmente masivo que va a cambiar radicalmente las herramientas que tenemos para ir mejorando nuestra sociedad, y eso incluye también la salud.

¿China ha crecido tanto en investigación científica? Muchísimo. Parte de los chinos que se fueron sobre todo a Estados Unidos y que se han formado allí, que han alcanzado posiciones muy punteras en universidades tan buenas como pueden ser Harvard o Stanford, están volviendo ahora a China y están montando allí centros de investigación muy potentes, con una cantidad de medios que impresiona. Es cierto que China todavía tiene una desventaja con respecto a los países llamados occidentales, con una tradición científica digamos larga, que es que suelen producir mucho, pero con una menor sofisticación en los análisis. Por ejemplo, en el caso de la secuenciación de genomas, de leer el ADN, del cáncer y de otras enfermedades, China claramente es el líder en cuanto que lo puede hacer muchísimo más rápido y más barato, pero en el análisis de todos esos resultados todavía sigue teniendo el liderazgo Occidente. Pero con el tiempo yo creo que China se pondrá a la cabeza no solo en producción, sino también en análisis o innovación. Lo veremos en el siglo XXII.

A poco que reflexionemos sobre ello, enseguida nos damos cuenta de que en realidad estamos hablando de algo que solo afecta, prácticamente, al primer mundo… Es terrible pensar que hay países tan pobres en los que la sanidad es prácticamente inexistente, como en Sierra Leona. Es duro pensar en la tremenda desigualdad, que solo una parte de la humanidad pueda beneficiarse de esos avances, mientras en otras zonas hay niños que se mueren por enfermedades aquí consideradas leves y que se curan con una simple inyección. O solo con agua. Hay que acabar como sea con las desigualdades, incluso las que hay dentro de un mismo país…

Usted ha escrito sobre el machismo. ¿Hay mucho en la ciencia? No es un mundo muy machista, no, pero la percepción empeora cuando se habla de puestos de dirección. Espero que el siglo XXII nos traiga la diversidad en todos los sentidos, entre gentes de diversos países, de sexos, de orientación sexual. Pero a las estructuras viejas les cuesta mucho ceder poder. En este terreno del machismo, por ejemplo, España ha estado y aún está muy atrasada. La política de paridad es un desastre. Y si no avanza esa igualdad, habrá una explosión de un feminismo muy beligerante.

¿Una bióloga molecular podrá ser religiosa y creyente en un Dios todopoderoso en el siglo XXII? Bueno, yo no soy religiosa. Soy una persona espiritual en el sentido de que me gusta el arte, me gustan cosas que trascienden el mero materialismo, la belleza, etcétera. Pero no podría ser religiosa, me lo impide mi intelecto. Me parece incomprensible que la ciencia y la investigación, que hoy en día es extraordinariamente avanzada y sofisticada y puede explicar muchos procesos naturales, no sea aún hegemónica y conviva de hecho con creencias mitológicas, como el creacionismo, para explicar la vida y el universo.

Me ha parecido entrever a lo largo de la entrevista que es usted una persona más bien optimista de cara al futuro… Pues sí, porque el camino que ha seguido la humanidad, con todos sus problemas y sus enormes frenazos, es el de la cultura y la racionalidad, el de la democracia y la igualdad, el del bienestar social y los avances médicos y tecnológicos para intentar acabar con el dolor y las enfermedades. Y sí creo, la verdad, que vamos hacia un futuro más igualitario, donde habrá tantas mujeres como hombres como líderes globales. Seremos ciudadanos del planeta Tierra y no de un país concreto. Confío, en definitiva, en que caminamos hacia un mundo cada vez más justo y con menos sombras. 

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