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Columna
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Dios del Miedo

Entre las cosas que Dios no puede hacer, Tomás de Aquino destacaba que no podía “encolerizarse ni entristecerse”

Manuel Rivas

De las últimas voluntades de Voltaire, sabemos que quiso morir como activista en el partido de la risa. Es el que más odian los fanáticos porque también es el más liberador. Y el que mejor resiste. En los espacios de prohibición, en la triste arquitectura totalitaria, el partido de la risa supo adoptar la inteligente estrategia del subrisus: la sonrisa secreta. Podría ser un buen epigrama funerario en tiempos oscuros: “Aquí yace Subrisus, el de la sonrisa hacia dentro”. Parece increíble, pero todavía se mantiene inconcluso el gran debate medieval sobre “la licitud de la risa”. Todavía hay que luchar por el más humano de los derechos, el derecho a reír. Todavía poderosos cabezotas predican contra el pecado de la risa, como aquel enfurecido Jorge de Burgos, en El nombre de la rosa, que advierte del cataclismo que supondría la propagación de la comedia. La risa como “acto de sabiduría” acabaría con el miedo. El miedo al diablo. El temor de Dios. Pero equivocaba la sospecha, como hacen los obtusos de hoy. Si Dios se sostiene en el miedo, el verdadero dios sería el miedo. La primera vez que tuve la sensación de estar ante un pueblo humillado fue cuando de niño oí a los adultos implorar a Dios en procesión: “¡No estés eternamente enojado!”. Entre las cosas que Dios no puede hacer, Tomás de Aquino destacaba que no podía “encolerizarse ni entristecerse”. Y también: “No puede hacer que un hombre no tenga alma”. El horror viene cuando un Kaláshnikov ocupa el lugar del alma. Sí, el epitafio puede ser también un género humorístico. El humor como estrategia curativa del dolor. Pero aún así, después de la masacre del Charlie Hebdo,lo único que podría escribir es un grito en el que acecha el miedo: “Nosotros no queríamos morir”.

 

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