Familias acogedoras

Créanme cuando les digo que la mayor satisfacción que me ha regalado la vida es la de ver crecer al niño, ahora ya un hombrecito, que tenemos acogido en nuestra casa. Dentro de poco, aunque desde el primer día lo hemos sentido como tal, formará parte de nuestra familia y dispondrá oficialmente de nuestros apellidos como miembro de pleno derecho.

Y es que la sonrisa de David, su tranquilidad y felicidad, supone el inmenso pago que nos devuelve a tanto esfuerzo y dedicación en pos de que disponga de una educación y preparación que, además de depararle un futuro prometedor como cualquier otro muchacho de su edad, le forme como persona dentro de la sociedad. Les pediría que reflexionasen que así como a cada niño al nacer las cosas parece que les vienen como de serie, es decir, mamá, papá, un hogar, etcétera, muchos de los que esperan una adopción o acogimiento tan solo disponen, en el mejor de los casos, de un par de comidas al día y el abrazo de una monjita en una casa cuna u orfanato. Triste, pero cierto.

Ahora bien, convendrán conmigo que visto así, ¿qué puede importar que la familia que acoge o adopta sea monoparental? ¿Que el niño vaya a tener dos mamás? ¿O dos papás? ¿No creen que lo verdaderamente importante es precisamente sacar a los niños de la penosa situación que padecen? Seamos ciudadanos de nuestro tiempo. Y que prevalezcan las sonrisas de los niños.— Óscar Camiño Santos.