Chen Guangbiao, el millonario más extravagante de China
Es un personaje inclasificable que amasó su fortuna con el reciclaje. Asegura querer fomentar la filantropía y el respeto al medio ambiente. Ha intentado comprar grandes compañías internacionales, pero sus iniciativas y actitudes le han acarreado críticas en todo el mundo y la desafección del Gobierno chino.
Como cualquier otro día, Chen Guangbiao llega a la sede de su empresa en bicicleta. Pero es consciente de que tiene una visita esperando en la puerta, así que no desperdicia la ocasión para reafirmar el excéntrico carácter que lo ha hecho famoso en todo el mundo. El polémico multimillonario, autodenominado “el filántropo más prominente de China”, comienza el inesperado espectáculo antes incluso de estrechar la mano. Realiza varias piruetas sobre las dos ruedas y luego desmonta. Sin mediar palabra, muerde la parte posterior del sillín para levantar la bicicleta con la fuerza de su boca antes de acabar el show con una reverencia al estupefacto público.
Es la imagen de histrión que se empeña en proyectar un hombre que desconcierta a propios y extraños con una larga lista de inusuales propuestas destinadas a construir “una China mejor”: comercializó aire puro enlatado para llamar la atención sobre la contaminación que devasta el país, destrozó un Mercedes con un taladro industrial para animar a sus compatriotas a utilizar la bicicleta, repartió dinero en efectivo entre los más necesitados de la provincia rebelde, Taiwán, y en diciembre del año pasado rizó el rizo con una oferta para adquirir el diario The New York Times, en el que previamente había contratado una página de publicidad para hacer saber al público estadounidense que las islas Diaoyu pertenecen a China, un país que disputa con Japón su soberanía en uno de los conflictos que más tensión crea en Extremo Oriente.
No obstante, sus empleados advierten de que la extravagancia es solo una fachada de marketing que esconde una estructura intelectual muy sólida. Chen es uno de los pocos empresarios chinos que se han hecho a sí mismos de la nada y sin conexiones en el Partido Comunista. Su fortuna, estimada en unos 550 millones de euros por el informe anual que publica el Instituto Hurun, sale de la innovación del pujante sector del reciclaje: la empresa que preside en la ciudad de Nanjing, China Huangpu Materiales Reciclables, utiliza los escombros de edificios derribados para convertirlos en nuevos materiales de construcción. “Eres un emprendedor con conciencia, por eso te respeto”, le dijo el anterior primer ministro, Wen Jiabao.
El verdadero Chen, que habla con gesto serio y palabras bien medidas, se manifiesta en cuanto la cámara fotográfica deja de disparar y él toma asiento en su despacho. Comienza la conversación utilizando diferentes episodios de su niñez para explicar el porqué de sus golpes de efecto. “Nací en 1968 en el seno de una familia pobre. Teníamos dos gallinas, y nuestros únicos ingresos procedían de la venta de los huevos que ponían. Siete de mis ocho tíos y dos de mis hermanos murieron de hambre durante la Revolución Cultural (1966-1976), y si yo estoy vivo es porque nuestros vecinos se sacrificaron y compartieron la poca comida que tenían con nosotros. Ahí comprendí cuál es el verdadero significado de la caridad y la importancia que tiene”.
Con nueve años hizo otro descubrimiento sobre la naturaleza humana que ahora guía muchos de sus actos. “Como no teníamos dinero suficiente para pagar mi matrícula escolar, pasé todo el verano vendiendo agua que cogía de un pozo y que llevaba hasta el pueblo, a un kilómetro de distancia. Con lo que me sobró ayudé a pagar el curso del hijo de nuestro vecino, y por ello la profesora me premió con una estrella roja de papel. Como no tenía otra cosa a mano, utilicé un moco para pegármela en la frente y que todos la vieran. Al día siguiente, muchos otros niños estaban ayudando en diferentes tareas para conseguir una distinción como la mía. En ese momento me di cuenta de que no basta con hacer el bien, sino que es necesario mostrar el bien que se hace al mayor número de gente para que cunda el ejemplo”.
Hay empresarios en la cúspide, pero puede que mañana estén en la cárcel”
Ese es precisamente el efecto que Chen busca entre el creciente grupo de multimillonarios chinos. Con la cobertura mediática que obtienen sus llamativas puestas en escena apela a su responsabilidad social. “Si tienes un vaso de agua, te lo bebes; si tienes un cubo, lo guardas en casa; pero si tienes un río, has de aprender a compartirlo. No podemos olvidar que nuestra fortuna la hemos hecho gracias a la política de apertura que inició Deng Xiaoping y al duro trabajo de todo un pueblo”, sentencia mientras sorbe un té verde con una mano y gira las bolas de madera de un fozhu, la tradicional pulsera de oración budista, con la otra.
De momento, su ejemplo no cunde. Aunque 358 ciudadanos chinos amasan ya más de mil millones de dólares, un número que solo supera Estados Unidos, en 2012 donaron únicamente un 4% –en torno a 10.000 millones de dólares– del dinero que destinaron a fines benéficos sus homólogos de la superpotencia americana. Y el año pasado los 100 mayores filántropos de China, cuya fortuna se estima en unos 200.000 millones de euros, se desprendieron de una cuantía inferior a la que donaron Mark Zuckerberg, el fundador de Facebook, y su esposa. “La mayoría de los adinerados chinos prefieren ser discretos y pasar desapercibidos para evitar llamar la atención de las autoridades. Además, existe una gran desconfianza en las organizaciones caritativas, que han estado salpicadas por multitud de escándalos, y falta un marco legal que regule las donaciones”, explica el profesor de Economía de la Universidad de Fudan Liu Weixiong.
Desafortunadamente, aunque China ha avanzado mucho en el terreno de lo material, en lo que respecta a la calidad humana de la población el desarrollo ha sido muy inferior”, añade Chen. “Prevalecen la avaricia y la falta de respeto hacia el prójimo. No hay más que ver todos los escándalos que nos rodean. No importa que se juegue con la vida de las personas adulterando alimentos o contaminando los ríos: muchos empresarios no tienen escrúpulos a la hora de hacer negocios, solo buscan el dinero fácil y rápido. Se están enriqueciendo a costa del medio ambiente, dilapidando los recursos que pertenecen a todos, con la connivencia de algunos dirigentes corruptos. Pero puede que hoy estén en la cúspide del éxito y mañana acaben en la cárcel”, dispara el multimillonario, en clara referencia a la cruzada contra la corrupción que ha lanzado el actual presidente, Xi Jinping, y que ya se ha cobrado dos víctimas de alto rango: el exsecretario del partido en Chongqing, Bo Xilai, y el exjefe del aparato de seguridad pública, y miembro del Politburó, Zhou Yongkang.
“Hace muchos años que me prometí hacer dinero honestamente: trabajando duro, pagando mis impuestos y sin corromper a funcionarios. Fue cuando traté de alistarme en el Ejército. Suspendí los exámenes cuatro años seguidos, hasta que me dijeron que la clave, si no tenías conocidos dentro, estaba en sobornar a los oficiales aunque solo fuese con unos cartones de cigarrillos. Entonces desistí”. Por la misma razón, Chen tampoco tuvo éxito en su intento de afiliarse al Partido Comunista. “A los 10 años empecé a recoger botellas para reciclar y con 14 ingresé 14.000 yuanes en el banco, una suma astronómica para un adolescente de mi pueblo –Sihong, en la provincia oriental de Jiangsu–. Utilicé ese dinero para comprar un proyector y mostrar películas de la propaganda, como las del héroe Lei Fung, hasta que pude pagar mi propio taller mecánico”.
Luego, en la década de 1990, Chen estudió Medicina Tradicional China y obtuvo su primer éxito profesional cuando patentó un aparato de acupuntura de baja radiación que sirve para el diagnóstico de diferentes dolencias. Con la venta de esta máquina, el multimillonario empezó a serlo. Pero fue su visión a largo plazo la que lo convirtió en uno de los 300 ciudadanos chinos más ricos. “Comenzaba entonces el boom de la construcción y se derribaban infinidad de edificios. Me di cuenta de que los escombros no se aprovechaban, pero pensé que podían ser valiosos”. No se equivocaba: con su reciclaje descubrió la forma de hacer dinero y de ayudar a la conservación del medio ambiente. “Mi éxito no ha sido un accidente, y creo que soy el reflejo del sueño chino. Pero como no tengo el carné del partido, la mayoría no lo quiere reconocer. Soy un patriota, amo a China, pero no a su funcionariado”.
Sin duda, su discurso incomoda a muchos. Tanto en el ámbito empresarial como en el político. Chen asegura que su relación con las autoridades locales es muy tensa “porque tienen miedo de cualquiera que piense libremente y que pueda poner en peligro su estatus”; explica que en algunas provincias su empresa está vetada por los políticos, “que solo conceden proyectos a sus amigos y a quienes les dan sobres por debajo de la mesa”, y reconoce que teme represalias en forma de acusaciones falsas que lo terminen metiendo entre rejas. “Sé que tengo que andar con pies de plomo. De momento, la notoriedad de mis acciones en el extranjero y el respeto que me tienen los dirigentes del Gobierno central en Pekín me protegen de eso”.
Para apuntalar esta afirmación, Chen señala los casi 2.000 certificados de honor, diplomas y medallas que reconocen sus actividades filantrópicas en China y que cubren hasta el último rincón de su despacho. Y luego se levanta para mostrar las fotografías que presiden un adyacente salón de reuniones. En la suntuosa estancia decorada al barroco estilo de dinastías pretéritas aparecen las instantáneas en las que el multimillonario se retrató con los máximos líderes de ayer y de hoy: abundan los miembros del mayor órgano ejecutivo del partido, y no faltan ni el anterior presidente, Hu Jintao, ni el actual. “Tengo mucha esperanza puesta en Xi Jinping. Es un gran mandatario que da confianza a quienes creemos en el Estado de derecho y en la meritocracia. Estoy convencido de que cuando acabe su gobierno, dentro de nueve años, apenas quedarán corruptos y habrá cambiado la mentalidad empresarial”.
No obstante, Chen es implacable a la hora de afirmar que China no superará a Estados Unidos como principal superpotencia mundial ni siquiera en los próximos 100 años. “La influencia global no es algo que se pueda medir en términos absolutos de PIB, una variable en la que China tiene gran ventaja porque cuadruplica el peso demográfico de Estados Unidos. No, el poder viene determinado por la riqueza que disfrutan sus ciudadanos, su solidaridad, el sistema social que rige el país y la responsabilidad que adquiere en el mundo. Nosotros todavía estamos muy lejos, nos faltan talentos, y la avaricia va a suponer un freno importante porque está agotando nuestros recursos naturales a gran velocidad”.
Dos de sus socios esperan en otra estancia, por lo que Chen propone continuar la conversación durante el almuerzo que su cocinero personal sirve en un comedor privado del mismo edificio. El menú incluye sopa de pescado, cangrejo, diferentes platos de verdura, carne en salsa y un pez globo cuyo poderoso veneno, 12 veces más tóxico que el cianuro, puede matar a un ser humano en cuestión de minutos si no está cocinado adecuadamente por personal que necesita una licencia especial para hacerlo. “No se preocupe, que lo prueban en la cocina antes de servirlo”, bromea uno de sus proveedores, con el que Chen discute asuntos de negocios sin importarle la presencia de gente ajena a los mismos.
Indiferente también a lo que puedan pensar sus socios de las críticas que lanza, tras dar por concluida la negociación concerniente a la empresa, Chen se gira a su izquierda y continúa respondiendo a la última pregunta. Con gesto sombrío, muestra su tristeza porque considera que muchas de las críticas que recibe en su país son injustificadas. “Se puede estar de acuerdo o no con mi forma de hacer las cosas. Pero, en vez de buscar lo positivo en mi mensaje de respeto al medio ambiente y en mi lucha por construir una sociedad igualitaria, hay quienes prefieren difamarme”. No en vano, el controvertido capitalista rojo, al que algunos han tachado en público de bufón y de charlatán, ha sido la diana de varios artículos publicados por diferentes medios chinos.
Hay que trabajar duro, pagar impuestos y no corromper a funcionarios”
El diario sensacionalista The New Express fue uno de los primeros que puso en duda el altruismo de Chen. Según las investigaciones llevadas a cabo por sus periodistas, los 1.000 ordenadores que el multimillonario prometió a una fundación de la provincia noroccidental de Xinjiang se convirtieron en 500; el edificio que construyó para albergar una residencia de ancianos está, en realidad, habitado por miembros de su familia, y la cuantía de muchas de sus donaciones ha resultado inferior a la que anunció. El Southern Metropolis Daily, un periódico reputado, le acusó después de estar involucrado en demoliciones forzosas con las que se habría lucrado su empresa de reciclaje, que el año pasado obtuvo unos 37 millones de euros de beneficio gracias a su trabajo en 200 edificios derribados. Periodistas como Ye Wentian han ido incluso más lejos al denunciar en Weibo –el Twitter chino– que, después de haber escrito críticas sobre Chen, recibieron amenazas de muerte y fotografías de cadáveres a través de e-mails anónimos. Pero ninguno ha aportado más pruebas que los testimonios de algunos vecinos, y Ye reconoce que no puede asegurar que Chen fuese el responsable.
El empresario prefiere no ahondar en la polémica, pero tampoco se queda callado. “Jamás he hecho algo ilegal. El 50% de los beneficios de la empresa se destinan a proyectos benéficos. Además, después de la cena a la que asistí con Warren Buffett y Bill Gates para tratar de conseguir que más empresarios chinos se comprometan con las necesidades del país –en 2010–, prometí donar toda mi fortuna cuando muera. Y así lo haré. Mis hijos lo saben y me apoyan”, sentencia. “En cualquier caso, no voy a ocultar que una de las razones por las que he decidido actuar en el extranjero ha sido lo maltratado que me siento en China”, sentencia antes de retirarse a su residencia para echar una siesta y “estar fresco” para las fotografías de esta entrevista.
Fuera de sus fronteras, Chen tampoco ha despertado grandes simpatías. Al contrario, ha cosechado recelo. Y, curiosamente, esa profunda desconfianza está provocada porque muchos consideran que sus obras de caridad esconden una motivación política. La cadena estadounidense CNN, por ejemplo, resaltó el pasado junio que Chen está costeando de su bolsillo en Estados Unidos los implantes de piel que dos seguidoras de Falung Gong, una secta perseguida por el Partido Comunista, necesitan tras haber quedado desfiguradas en 2001, cuando se quemaron a lo bonzo en Tiananmen para protestar contra la represión del régimen.
Chen tampoco ha recibido grandes alabanzas en sus campañas para combatir la pobreza fuera de China. Al empresario le salió el tiro por la culata en Nueva York, donde organizó un almuerzo de lujo para 250 sin techo a los que prometió 300 dólares en efectivo. Finalmente no pudo distribuir el papel moneda porque la asociación que lo ayudaba consideró que algunos podrían utilizar el dinero para adquirir alcohol o drogas. Chen, sin embargo, mantiene que “la única fórmula con la que uno puede estar seguro de que las donaciones llegan a los beneficiarios es darlas en mano”.
En cualquier caso, nada ha creado tanto debate como la oferta del empresario chino, que no habla ni una palabra de inglés, para adquirir parte del diario The New York Times por mil millones de dólares. “Todo el mundo me pregunta por qué”, dice Chen, reincorporado a la entrevista tras una hora de descanso. “Es fácil de entender: se trata del medio más efectivo para hacer llegar un mensaje, ya que es el periódico más prestigioso del mundo. Propuse lanzar una nueva versión en chino y llevarla a todos los quioscos del país [actualmente, el NYT, como EL PAÍS, está bloqueado en China] para que tenga acceso así a un gran mercado. Prometí no interferir en la línea editorial, ni hacer ajustes en la plantilla, pero sí diseñar un nuevo sistema de marketing”.
El rotativo, cuyas acciones se dispararon hasta el valor más alto de los últimos cinco años cuando se conoció la noticia, respondió rápidamente. Y de forma contundente. “Me dijeron que no está en venta”. No obstante, Chen no desiste: “Voy a continuar el trabajo que he comenzado en todos los frentes. Ahora quiero entrar en el Wall Street Journal o en Voice of America. ¿Por qué? Porque creo que solo los grandes medios estadounidenses tienen capacidad para cambiar el mundo”, apostilla con gesto grave. Para las fotografías, eso sí, vuelve a ponerse la careta de la sonrisa eterna y el disfraz de la extravagancia.
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