_
_
_
_
El Pulso
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

El Muro de Berlín cayó en 1992 en Cuba

Nadie recuerda en el país caribeño cómo se enteraron del acontecimiento

Karelia Vázquez
Un joven en Berlín en 1989.
Un joven en Berlín en 1989.Gerard Malie (Getty)

Mis amigos tienen mala memoria. Vivíamos en Cuba y ninguno recuerda qué hacía el día de la caída del Muro. Yo tampoco. Del mismo modo que todos somos capaces de recordar dónde estábamos el día de los ataques a las Torres Gemelas de Nueva York, creíamos que conservaríamos un nítido recuerdo del 9 de noviembre de 1989. Pocos meses después llegó a mi barrio un camión que vació en una madrugada, con nocturnidad y alevosía, las existencias del supermercado. Al día siguiente, mi madre me mandó a comprar mantequilla. El dependiente dijo: “Se la llevaron, la traían de la RDA”. Lo mismo servía para la leche condensada, los pimientos y la carne enlatada (rusa). Para entonces algo sabíamos, pero ni siquiera podemos recordar con exactitud el qué.

Algunos de mis amigos creen que leyeron la noticia en Sputnik o en Novedades de Moscú, dos semanarios editados en la Unión Soviética a los que la gente nunca hizo mucho caso hasta que a partir de la glasnost de Gorbachov empezaron a tomarse ciertas licencias informativas. Sin embargo, esa versión no se ajusta a la realidad: ambas desaparecieron de los quioscos cubanos el 4 de agosto de 1989, tres meses antes. El último número de Sputnik que vimos en La Habana decía que Leonid Bréznev, secretario general del PCUS entre 1977 y 1982, había sido un líder que babeaba y se dormía en las reuniones del Comité Central.

Otros aseguran que se lo contó alguno de esos chicos que regresaban “voluntariamente” a la patria después de pasar unos años estudiando en Alemania Oriental o en la propia Unión Soviética. Esos hijos pródigos que volvían a la fuerza a terminar sus estudios en Cuba porque en esos países se vivía “una situación de diversionismo ideológico” se convirtieron en un foco contagioso. En algún discurso, Fidel Castro los llamó con rabia “los sabios de la Lomonósov” o “los sabios de Dresden”. Los aficionados a escuchar las radios extranjeras en onda corta suponen que se enteraron por esa vía. Un antiguo profesor de la Facultad de Periodismo de la Universidad de La Habana sostiene que Granma, el diario oficial del Partido Comunista, publicó un breve en páginas interiores. Pero en su día nadie lo vio, o al menos nadie lo recuerda. Una amiga cinéfila dice que se enteró en 1996 –o 1997–, en una muestra de cine alemán en la elitista Cinemateca de La Habana. Otra, que entonces estudiaba Filología, se quedó “a mitad de la novela” cuando desaparecieron las revistas soviéticas ahora. Algunos ni siquiera están seguros de que la noticia haya sido dada en Cuba, incluso ahora, cuando, por cierto, se ha ignorado el 25º aniversario. “¿El muro se cayó? ¿El del Malecón?”, me escribe con sorna otra amiga desde Nueva York.

Desde que lo mencionó Fidel Castro en 1992, los cubanos empezamos a hablar con soltura del desmerengamiento

Después de muchas vueltas hemos concluido que no podemos tener tan mala memoria. Y que tendríamos que acordarnos todos de ese día. A menos que, efectivamente, el muro de Berlín nunca hubiera caído para los cubanos o –y esta es mi teoría– se fuera derrumbando a pequeños trozos a lo largo de tres años, los que transcurrieron entre 1989 y 1992 cuando un día de diciembre, en otro discurso memorable, el único que podía nombrar las cosas verbalizara el estado de la cuestión y metiera la caída del Muro, y la de los regímenes en Checoslovaquia, en Rumania y Polonia en un mismo pack y en una frase brillante que los cubanos llevamos grabada en la hipófisis. Y cito: “Toda esta trágica situación del desmerengamiento del campo socialista”. Desde entonces, los cubanos empezamos a hablar con gracia y soltura del desmerengamiento. En ese concepto entraba, tres años después, la caída del Muro.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Sobre la firma

Karelia Vázquez
Escribe desde 2002 en El País Semanal, el suplemento Ideas y la secciones de Tecnología y Salud. Ganadora de una beca internacional J.S. Knigt de la Universidad de Stanford para investigar los nexos entre tecnología y filosofía y los cambios sociales que genera internet. Autora del ensayo 'Aquí sí hay brotes verdes: Españoles en Palo Alto'.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_