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Mirar al cielo y saber de qué habla

Guía básica para fascinarse con las maravillas de la bóveda celeste. Porque hasta las nubes más pequeñas tienen nombre…

Cuántas veces habrá permanecido observando el cielo, sus nubes, sus estrellas, mientras reflexiona o simplemente desconecta de la rutina diaria. Pero, ¿ha sentido curiosidad por conocer más sobre la bóveda celeste? Mirar el universo es más simple de lo que usted piensa, pudiéndose vislumbrar distintos fenómenos atmosféricos y astronómicos tanto de día como de noche sin necesidad de grandes equipamientos. A continuación, le ofrecemos una breve guía de iniciación para perderse en el firmamento.

DE DÍA

Cualquier día es propicio para echar un vistazo al cielo y relajarse viendo las nubes, a menos que el esmog fruto de la contaminación lo impida. “Su contemplación nos invita a reflexionar; nos hace ver que todo pasa y que también nosotros lo haremos”, afirma Fernando Fuentes, fundador de la Asociación Ibérica de Observadores de Nubes. Pero, ¿cómo distinguirlas? “No hay nubes iguales, pero sí las hay que responden a los mismos patrones”, relata José Miguel Viñas, consultor en la Organización Meteorológica Mundial. Si es un neófito en la materia, aquí tiene una pequeña guía para iniciarse.

Cumulus fractus. Son nubes pequeñas y fragmentarias típicas de otoño e invierno debido a la presencia de corrientes de viento muy fuertes que contribuyen rápidamente a su construcción y deconstrucción. En verano también existen pero, debido a la ausencia de fuertes vientos, permanecen varadas en el cielo mientras se hacen y deshacen. De aspecto aborregado, su presencia va ligada a la aproximación de un frente. “Cielo aborregado, suelo mojado es un refrán que usa la gente del campo cuando las ven venir”, explica Viñas.

Cumulonimbo. “Están asociadas a las tormentas. Son las más espectaculares, hacen que se oscurezca el cielo”, declara Viñas. Crecen por la inestabilidad atmosférica: el aire caliente del suelo sube y llega a la nube. Existe un tipo denominado cumulonimbo mamma debido a su parecido con una mama que parece descolgarse. En ellas se forman granizos, cargas eléctricas, chubascos, lluvias... “Es bonita verla a distancia, aunque a veces puede dar incluso miedo mirarla”, incide Fuentes. Su parte superior suele ser blanca con forma de coliflor.

Cirros. Son las nubes más altas de la atmósfera, las más frágiles, finas y sutiles (parecen plumas de pájaro). Su tono blanquecino viene derivado por los cristales de hielo que la componen. Se ubican en la parte delantera de un frente que se aproxima al cabo de las seis o siete horas. “Al dejar pasar la radiación solar por los cristales, puede dar lugar a fenómenos ópticos como la formación de halos o soles falsos”, indica Viñas.

Cirrocúmulos irisados. Formación bastante alta que se tiñe de distintos colores irisados, guardando relación con fenómenos de difracción del sol como es el de los soles falsos (también conocido como parhelio). “Los cristales que componen estas nubes son más o menos gruesos, lo que provoca que con el sol puedan adoptar los colores del arcoíris”, dice Fuentes. Suelen localizarse en la espesura de nubes que reflejan la luz solar a primera hora de la mañana, o bien durante el ocaso del día.

Altocúmulos lenticulares. Se trata de una nube media relacionada con el fenómeno ondulatorio que se origina los días de mucho viento. Hay veces que la corriente del aire se ondula al chocar con alguna montaña y eso es lo que forma una capa con forma de lenteja, muy afilada. “En ocasiones surgen varias capas superpuestas en una posición fija en el cielo que han llevado a pensar que se trataban de platillos volantes”, manifiesta Viñas. Quizá es la nube más impactante, como lo refleja el hecho de que pintores como el renacentista Piero della Francesca la dibujase en alguna de sus obras.

DE NOCHE

Desentrañar algunos de los misterios del universo es posible aun sin sofisticados equipos telescópicos ni acudiendo a riscos cuasi inaccesibles. Con unos prismáticos (recomendados los de 7x50 o 10x50 mm), ropa de abrigo y mantas, una esterilla o hamaca para tumbarse, un planisferio físico o en una aplicación de móvil, una linterna de led roja (el ojo es menos sensible al rojo y no deslumbra tanto) y algo caliente para tomar en un termo, ya tenemos el kit básico para disfrutar de la vía láctea en cualquier zona oscura y despejada sin contaminación lumínica. “Coger los binoculares y mirar al espacio es también astronomía”, destaca Tomás Ruiz Lara, astrofísico de la Universidad de Granada (UGR) y miembro de la Asociación Astronómica Quarks, en Úbeda (Jaén). Si quiere pasar una velada agradable pero no sabe adónde mirar más allá de la luna, le planteamos unas recomendaciones.

Galaxia de Andrómeda (M31). Es la única galaxia observable a simple vista con unos prismáticos desde nuestro hemisferio (en el sur pueden divisarse la gran y pequeña nube de Magallanes únicamente en verano). “Se trata de una galaxia relativamente cercana, de tipo espiral, como la nuestra, pero incluso más grande. Las dos están en movimiento, pero Andrómeda lo hace hacia la Vía Láctea, por lo que en algún momento a lo largo de varios miles de millones de años se estima que colisionarán”, declara Pablo Martín Fernández, astrofísico de la UGR.

Osa Mayor (UMa). “Dentro de las 88 constelaciones existentes es una de las más fáciles de localizar debido a que a través de ella se encuentra la Estrella Polar, lo que permite ubicar el norte. Siempre es visible en nuestras latitudes”, añade Ruiz Lara. Como anécdota, posee una estrella doble (Mizar y Alcor) que de un vistazo parece una sola, por lo que en la antigüedad los ejércitos árabes seleccionaban como arqueros a aquellos que pudieran distinguir ambas. Comúnmente conocida como el cazo debido a la forma que le dan los trazos imaginarios entre sus siete estrellas.

Leo (Leo). Leo forma parte de las 13 constelaciones que transcurren por la banda zodiacal (las doce que componen el horóscopo más Ofiuco), que es la zona del firmamento donde se encuentran el Sol, la luna y los planetas. Es otra de las más reconocibles al tener el trazo imaginario de un león, siendo visible desde diciembre hasta mayo en el hemisferio norte. “La constelación está formada por varias estrellas brillantes e incluso galaxias, entre las que destacan M65, M66 y NGC 3628, que conforman el llamado triplete de Leo, observable con telescopio”, puntualiza Martín Fernández.

Orión (Ori). Es una de las constelaciones más famosas del firmamento. Típica del invierno, que es cuando más estrellas se pueden vislumbrar, tiene forma de guerrero o cazador fácilmente reconocible. Las tres estrellas en línea que se hallan en la composición (Alnitak, Alnilam y Mintaka) configuran el denominado cinturón de Orión. Y no es su única particularidad. “En su entorno se pueden divisar también la nebulosa de Orión (a la altura de la espada del cazador) y las constelaciones de Lepus (conejo), Can Mayor y Can Menor (los perros de caza de Orión)”, detalla Ruiz Lara.

Sagitario (Sgr). “Constelación localizada dentro de la banda zodiacal, es conocida como el arquero aunque para muchos tiene forma de una especie de tetera”, reflexiona Ruiz Lara. Ubicada en pleno centro de nuestra galaxia, la Vía Láctea, tiene muchos objetos de cielo profundo, así como cúmulos abiertos, globulares y nebulosas observables, como la de Omega. Es una de las favoritas para los aficionados a la astronomía y suele verse más durante el verano. A modo de curiosidad, de Sagitario procedía una captación de radio detectada el 15 de agosto de 1977 por el radiotelescopio Big Ear, de la Universidad Estatal de Ohio (EE UU), que podría ser el único mensaje recibido hasta la fecha de origen extraterrestre. A dicho mensaje se le conoce como señal Wow!

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