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EL PULSO
Columna
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Fútbol en el televisor

¿Por qué invertimos cientos, quizá miles de horas, a lo largo de la vida, mirando pasivamente el juego de otros?

Jordi Soler

Ahora que estamos todavía bajo el espectro del Mundial de fútbol, sería momento de reflexionar sobre el tiempo que invertimos, a lo largo de la vida, sentados en un sillón frente al televisor, mirando cómo juegan otros ese deporte que ya no estamos en condiciones de practicar. ¿Por qué invertimos cientos, quizá miles de horas, a lo largo de la vida, mirando pasivamente el juego de otros? Hay quien justifica esta inversión argumentando que durante el tiempo que dura el partido de fútbol los adultos tienen permiso de comportarse como niños, o como locos, sin la zozobra de que intervenga la policía. También hay quien sostiene que el partido de fútbol es la sublimación de una batalla, el desagüe por donde evacuamos las bajas pasiones y las pulsiones asesinas de la especie.

Las teorías abundan y son poco convincentes, y quizá el fenómeno masivo de contemplar el fútbol en la televisión no sea más que una forma divertida de perder el tiempo, porque, como sabe cualquier persona sensata, perdiendo el tiempo se gana mucho: se tienen ideas, se fomentan las relaciones personales, se mira el futuro con tranquilidad y desparpajo. En una carta que escribió a Paul Auster, el escritor J. M. Coetzee aborda la culpa que le produce sentarse a ver el críquet, o el Mundial de fútbol, por televisión. Coetzee observa en esta carta, con su habitual agudeza, el sentido que tiene ver deportes por televisión; dice que en el deporte hay más derrotas que triunfos, para que 11 sean campeones se necesita que haya cientos de futbolistas derrotados; la gran enseñanza consiste en que “la mayor parte del tiempo pierdes, pero mientras sigas en el juego, siempre habrá un mañana, una nueva oportunidad para redimirse”.

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