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EL PULSO
Columna
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Macondo bailando en Europa

Me encuentro que ahora en España y Europa hay una especie de auge de la música tropical

El grupo Systema Solar.
El grupo Systema Solar.

Hace poco estuve en el concierto del músico mexicano de cumbia Celso Piña en Madrid. A la tercera canción, Piña hizo un breve y sentido homenaje a su amigo Gabriel García Márquez, afinó su acordeón y soltó un vallenato que no dejó inmóvil a nadie.

Para los que crecimos en una ciudad latinoamericana como Lima, la música tropical, en sus diversas variantes, estaba en todas partes. Salías a comprar a la tienda y ahí estaba el dependiente escuchando una cumbia a las diez de la mañana. Subías a una combi y el conductor asumía que la salsa nos encantaba y la ponía a todo volumen. Ibas al mercado y la señora de las frutas estaba oyendo una chicha melancólica al otro lado del puesto. Encendías la televisión y veías las nalgas, en primer plano, de una voluptuosa chica bailando reggaeton. No había forma de escapar de ella y no había más remedio que escucharla, lo quisieras o no. La popularidad era unánime e hizo, incluso, que Alberto Fujimori, en los años noventa, se apropiara de uno de los ritmos y mandara a componer “el baile del chino”, intento fallido de generar una especie de “Fujimorimanía”.

De alguna forma esa imposición hizo que, desde muy pequeños, mis amigos y yo nos refugiáramos en otro tipo de géneros musicales, como el rock o el punk, por ejemplo. Ahí encontramos una especie de guarida. No sólo era una cuestión de gustos ya, sino también una forma de rebeldía ante la maquinaria opresora de los tropicaleros, chicheros, salseros y cumbiamberos. El rock nos hacía libres.

Varios años después me encuentro que ahora en España y Europa hay una especie de auge de la música tropical. Afortunadamente, ese reencuentro, ahora que ya no es una imposición, ha sido grato. Ahora hay festivales como el Guacamayo Fest, organizado por Andrés Ramírez y su socia Carmen Fernández, que en esta su primera edición han traído a la banda estadounidense Chicha Libre, a los colombianos de Systema Solar o al propio Celso Piña. Así como dj’s de ambos lados del Atlántico. La música tropical ahora se fusiona con música electrónica, reggae, hip-hop y el propio rock, buscando un cierto cosmopolitismo del que antes carecía. Ahora intenta conectar con públicos más amplios, con propuestas más atrevidas, como el caso de la psicodelia de Dengue Dengue de Perú o Bomba Estéreo de Colombia. Quizá unas de las más irreverentes es la banda Kumbia Queers, un grupo de chicas argentinas con mucha actitud que hacen algo que ellas han denominado Tropipunk. Hay un intento de fusión, claro, pero la esencia colorida y exuberante del origen se mantiene.

Para ser honesto, cuando limpio mi casa aún pongo algo de los Rolling Stones o Velvet Underground, creo que eso jamás va a cambiar. Siempre preferiré a David Bowie y a todos esos chicos que me acompañaron en mi adolescencia cuando creía que el mundo estaba en mi contra. Pero la distancia me ha hecho caer en cuenta de que también se puede disfrutar de eso que tanto agobio nos causaba cuando nos obligaban a oírlo y nos lo imponían.

Mientras escuchaba a Celso Piña homenajear a García Márquez, pensaba que si hay algo que diferenciaba a Gabo del resto de ­escritores latinoamericanos de su generación era que él sabía bailar vallenato muy bien. Y eso se nota en sus libros, en la música de su prosa.

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