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EL ACENTO
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

La muchacha de Hoyo Negro

El hallazgo del esqueleto de una adolescente permite resolver las paradojas sobre los primeros habitantes de América

SOLEDAD CALÉS

Naia tuvo muy mala suerte. Iba paseando por una jungla de Yucatán cuando perdió pie, se coló por una grieta oculta entre el follaje y cayó rodeada de oscuridad hasta unas aguas subterráneas de escasa profundidad, rompiéndose la pelvis. Tal vez murió en la caída. Ojalá, porque en caso contrario debió de pasar días sufriendo y esperando un rescate que, mal podía saberlo, tardaría 12.000 años en llegar.

La ciencia, sin embargo, ha sido muy afortunada al encontrar a Naia en Hoyo Negro, porque su esqueleto es el primero de un poblador de América tan antiguo que aparece completo, y ha logrado aclarar una paradoja lacerante de la paleontología de ese continente. La mayoría de los indicios arqueológicos, genéticos y lingüísticos confluyen en que América fue poblada por una pequeña población siberiana que cruzó el estrecho de Bering —que actualmente separa Siberia de Alaska— cuando todavía estaba helado, hacia el final de la última era glacial del pleistoceno, hace tal vez unos 15.000 años. Y que esos colonizadores originales se fueron expandiendo poco a poco hacia el sur, a lo largo de milenios, hasta dar lugar a todos los pueblos nativos americanos.

Pero los huesos, pocos y dispersos, no encajaban en ese cuadro, porque los restos antiguos —de más de 10.000 años, y hallados siempre al norte— revelaban una morfología distinta a la de los nativos actuales. Muchos especialistas pensaban por eso que debió haber una segunda migración, mucho más reciente, que desplazó a la original de origen siberiano y la reemplazó por la actual, con unos rasgos faciales distintos.

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Naia ha resuelto la paradoja. Porque la morfología de su cráneo se corresponde sin duda con los demás restos antiguos (de más de 10.000 años) hallados hasta ahora, lo que la clasifica como un descendiente de la migración siberiana. Pero su ADN mitocondrial tiene los marcadores característicos de los actuales nativos americanos. La conclusión es que no hubo una segunda migración, y que la morfología de los indios modernos fue un fenómeno evolutivo acaecido plenamente en América, tal vez como adaptación al clima.

Naia no murió en vano: donó su cuerpo a la ciencia. A una ciencia que aún tardaría en existir, pero que ha aclarado su origen y su legado.

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