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“Hay actores que son como Ronaldo, que prefiere meter él sus goles al resultado final del equipo”

Gael García Bernal se crió en la gran pantalla a manos de grandes del oficio Mexicanos como González Iñárritu y Alfonso Cuarón o españoles como Almodóvar Ha tenido Hollywood a sus pies, pero prefiere cierto nomadismo en su profesión Fomenta el documental con su proyecto ‘Ambulantes’ por toda América Latina.

Jesús Ruiz Mantilla
El actor Gael García Bernal.
El actor Gael García Bernal.Daniel Mordzinski

Con su rostro, el cine latinoamericano comenzó una nueva era. La frescura, la contundencia entre romántica, inquieta y retadora que de él transmitía la cámara resultaba toda una metáfora del tono que asombró en el año 2000 al mundo cuando en el Festival de Cannes se proyectó ‘Amores perros’. A través de Gael García Bernal y el talento de Alejandro González Iñárritu se resumía ese nuevo lenguaje futuro que llegaba del otro lado de la frontera: pujante, vivificante, tremendo, radical y profundo. Podía haber sido una estrella cotizada en cualquier ámbito, Hollywood incluido, pero García Bernal fue fiel a su identidad y prefirió desarrollar una carrera más alternativa, oliéndose que en el nuevo contexto la voz latina tendría resonancias insospechadas. Hoy muestra un currículo con parada en México, España, Argentina, Chile, Perú, Brasil y también Estados Unidos, desde películas como ‘Y tú mamá también’, con Alfonso Cuarón, “mi mentor”; ‘Babel’, ‘No’, ‘La mala educación’, ‘El crimen del padre Amaro’… García Bernal se apuntó a la ola de la pujanza latina global y acertó. Nos recibe en el Hay Festival de Cartagena de Indias (Colombia).

¿En qué medida resiste el impacto de Amores perros? Es una película muy fuerte; analizándolo en perspectiva, quizá una de las razones de su éxito resida en que el mundo necesitaba nuevas geografías, nuevos rostros, nuevas sensaciones. En ese contexto, con esa alquimia, entró Amores perros en la gente. Era Cannes en 2000. Ese año competía Lars von Trier con Bailar en la oscuridad.

El que le habla fue testigo de aquello en dicho festival. No solo Lars von Trier; estaban también los hermanos Coen con O brother!, Bergman y su sombra como guionista de Infiel, entre clásicos y emergentes, no había mal cartel… Pero lo que impactó fueron ustedes. ¿Lo esperaban? No. Además, tampoco estábamos en sección oficial, no había espacio para películas latinoamericanas ni mexicanas en Cannes ni en ningún sitio, la verdad.

Salvo Arturo Ripstein, en el caso puramente mexicano. Ya, pero había algunos más, con buenos proyectos, que salían o no. A nivel latinoamericano también se hacía hueco Walter Salles con Estación central de Brasil. Esa película mostraba una identidad, una fidelidad a esa propia forma de ver el mundo. Quizá Estación central se abría camino con una voz más diplomática, y González Iñárritu lo hacía a lo bestia.

En México, mejor que no nos pueda abarcar la retórica. ¿Para qué?

Pero luego él mismo ha demostrado ser uno de los grandes a nivel mundial, su talento ha detentado poderío global, sobre todo con Babel. También estaba en esa edición la primera película de Rodrigo García, y ocurre que ambos son deudores de Buñuel. ¿Somos conscientes de su grandeza? Yo veo bastante su cine, ahora le di una vuelta y repasé películas suyas que groseramente llegaron a llamar de encargo. No puede existir esa palabra tonta y castrante para alguien como Buñuel, porque en cuanto decidía un encuadre, ya estaba marcando su propia impronta. Él, por ejemplo. ¿Podemos considerarla como un encargo? Se trata de una película que te obliga a cuestionar grandes temas: la diferencia de género, la necesidad de ecuanimidad. El cine tiene de bueno que obliga a eliminar los discursos y las visiones únicas, uniformes, y en esa película realiza un gran discurso, no tanto sobre el machismo, fascinante en todos los sentidos, cinematográficamente ante todo, también en el tono que desprende. El sentido del humor que da a situaciones terribles.

Eran las obsesiones de un tipo bastante paradójico y que ni él mismo entendía a menudo. Buñuel llegó a nuestro país con la excepcionalidad de no ser de allí y su propia visión del mundo. Ocurre a menudo que desde fuera de sus entornos, a ciertos creadores se les otorgan etiquetas o intenciones que no buscan. Se lo escuché al escritor Élmer Mendoza en el Hay Festival. Cuando lo leen fuera, en Europa, en Francia, le dan una dimensión social que no es consciente en ellos. En el caso de Mendoza, ni lo desmiente ya. Con Amores perros pasa lo mismo. Pero eso, a la vez, hace que sean obras de creadores muy sofisticados porque llevan intrínsecamente dimensiones que ellos no le dan. Muchos la trabajan para que exista, pero en América Latina eso viene de la mano.

¿De fábrica? A mí me pasa, a cualquier parte que voy, acabo explicando México. Parece que hacemos las cosas con deseo de cambio, y más que un deseo explícito asoma el arraigo comprometido, pero inconsciente, que tenemos en todo a la hora de contar nuestras historias. En México, uno de los factores que más influyeron en que se pudiera hacer la revolución fue el cine, y así adquirió una dimensión de motor de cambio que no se ha agotado hoy. Es indigenista, por ejemplo, muy orgulloso de sus raíces. Mientras los gringos hacían caricatura de eso, de forma tremenda y propagandística, nosotros nos mostrábamos muy orgullosos de nuestra condición. Quizá eso se convertía en algo limitador porque fijaba un patrón concreto, puede que ideal, cuando no lo fuera tanto. Pero servía de vivero perfecto para creadores como Buñuel.

Los actores Gael García Bernal y Diego Luna, junto al cineasta Alfonso Cuarón (de pie), en 2001.
Los actores Gael García Bernal y Diego Luna, junto al cineasta Alfonso Cuarón (de pie), en 2001.Daniel Mordzinski

Ha tenido usted Hollywood a sus pies. ¿Por qué se resiste? ¿Dignidad? ¿Orgullo? ¿Quizá esa conciencia de que representan ahora algo muy insólito en el panorama global que les permite hacerse de rogar? Es cuestión de preferencias. ¿Por qué pudiendo hacer Diarios de motocicleta tendría que limitarme a un papel en La vida secreta de Walter Mitty? Como decía nuestro fallecido poeta Pacheco, debemos aprovechar esa pequeña coincidencia de pertenecer a un mundo en el que 500 millones de personas hablan español. En la decisión de un latino de irse a Estados Unidos, generalmente, cuenta poco lo artístico. Son prioridades. Para mí es importante conocer diferentes países, viajar, disfrutarlo, hacer muchas cosas en diversos lados. El privilegio en mi caso es no encerrarme en el mundo bastante exclusivo de Hollywood.

¿De verdad lo cree así? Sí. Y yo lo he vivido en la frontera. Entrar es ya una experiencia. Tienes que actuar, literalmente, sonreír, aparte de esperar colas. Llegas y existen otras reglas, otras imposiciones morales fuertes, puritanas, que te limitan. Y la vuelta, sin embargo, es al revés. Una puerta giratoria, como si salieras al jardín, resoplas: “Ayyy, ahora sí, respiro”, y dejas de preocuparte por cualquier tía pesada de esas que no te dejan ensuciar los muebles de plástico. Es eso… las restricciones tienen sus pros y sus contras, pero las libertades también. En América Latina existen sus ventajas y desventajas a medias también. Aun así, yo elijo esa libertad y disfrutar del privilegio de poder hacer lo que me gusta.

Y tampoco a lo loco. Con suerte, eso sí, suerte y aprovechando la ola en películas que, pese a sus bajos presupuestos, se estrenaban en todo el mundo, como Diarios de motocicleta, de Walter Salles, que se vio en Estados Unidos masivamente. Eso se ha cerrado después. Ya no admiten otro tipo de cine de manera tan abierta, salvo el año pasado, que ocurrió una cosa inaudita. La película en lengua extranjera –que ya es ridículo que allí se considere el español lengua extranjera cuando se habla tanto como el inglés– que más se vio fue esa de Derbez, No se aceptan devoluciones, una comedia que la ves y dices: “¡Ah, cabrón, yo pensé que andaba todo perdido!”. Pero te das cuenta de que no.

¿Existe hueco allí? Pues al menos en el cine, sí. En otros campos como el literario, creo que menos, pero en el cine hay público como para que se puedan intentar retos industriales más fuertes. Aunque todavía nos falta mucho camino por andar.

En la decisión de un latino de irse o no a EE UU cuenta poco lo artístico

¿No es amigo de triunfalismos? Pues no. Cuando te das cuenta de que en el circuito propiamente latinoamericano, la única ­película que se estrenó en todos nuestros países fue No, y ya, caes en que existe un problema. En México, las películas argentinas se estrenan poco; en Argentina, directamente no se estrenan las películas mexicanas; en Brasil es extraño que se vean unas u otras. Hay que negarse a esa realidad.

Resulta extrañísimo que un actor hable de identidad con conciencia. ¿Qué mal le aqueja? Sí, necesitamos una conciencia común, saber que hacemos obras que tienen mucho de nosotros para que no nos ocurra eso. Lo podemos ver hasta desde una perspectiva de entretenimiento puro y duro. Es un momento buenísimo para ello. Porque luego resulta que si una de nuestras películas se estrena en esos propios países del entorno, donde generalmente no se ven, la exitosa es precisamente esa.

¿Será cuestión de ahondar en los gustos del gran público sin perder la raíz, el sabor? No sé dónde nos va a llevar este tiempo, pero soy muy optimista con el campo de acción. Y un mercado extensísimo. Tendríamos que sentirnos orgullosos de ello, yo al menos me siento orgulloso de poder hacer películas en Argentina, Chile, España, Colombia, Perú, y con todo derecho para hablar de esas historias en español. Porque el lenguaje es una manera de pensar el mundo. Por eso, Almodóvar, en su momento, no ­quiso meterse a hacer películas en inglés. Sabía que no le saldrían bien.

Aparte de correr el riesgo de ser engullido y volverse más papistas que el Papa, el caso de cineastas como Paul Verhoeven o Wolfgang Petersen y así… Cantidad de casos. Hay otros, como el checo Milos Forman, por ejemplo, que pasan a otro estadio y conservan su personalidad, que saltan a Hollywood, pero hacen Alguien voló sobre el nido del cuco o Amadeus, cuando vienen de hacer Los amores de una rubia o El baile de los bomberos.

Veo que Forman le queda próximo, aunque él sea checo. ¿Es por aquella novia que tuvo eslovaca en los tiempos que querían hacer teatro con caravana por esos mundos de Dios? Era la época en la que yo estudiaba teatro en Londres mientras trabajaba en lo que podía, de camarero, de lo que hiciera falta. Soñaba con recorrer Europa y actuar en donde pudiéramos cuando me llamó Iñárritu y me ofreció hacer ese papel en Amores perros: mi vida pasó de la perspectiva ambulante un tanto tirada a esta otra, también ambulante, completamente afortunada. Pero volviendo a Forman, en su caso, es lo que Alfonso Cuarón llama braceros de lujo. La clave está en mantener sus actitudes dentro de sus propios mundos, como le pasa a Guillermo del Toro, por ejemplo, de manera muy específica, porque sus películas tienen mucha personalidad, pero necesita de un mercado que sustente el nivel de sus producciones.

Es el caso de Cuarón también. Si de alguna manera se puede definir Gravity, es como una virguería. Bueno, la historia ahí es lo que menos importa, pero si te empiezan a explicar cómo lo rodaron es que no, no entiendes. Es alucinante, de un virtuosismo técnico y épico que cuando sales de verlo, lo haces con la sensación de saber que nunca has visto nada parecido, nunca. Es una película inasible, que lo emparenta con Tarkovski y su concepto del tiempo o con 2001, una odisea del espacio, de Kubrick.

Menudo año el de su padrino Cuarón, porque, de entre los directores con los que ha trabajado usted, a quien considera su padrino es a él. Bueno, él es mi mentor, mi hermano mayor, quizá de las personas de las que siempre en tu vida estás pendiente de cómo andarán. Puedo compartir con él una relación muy próxima, a pesar de las locuras en las que se mete; está pendiente de mí y yo de él.

Cuénteme esa teoría suya de los Cristiano Ronaldo de la interpretación. ¿Cómo es? Hay actores muy, muy buenos, que lo único que les interesa es el personaje. Hacen películas que no van a tener esa trascendencia, que no van a perdurar; suena feo, pero sí, para mí es la parte más superficial de una interpretación. No tiene nada de malo, pero, a fin de cuentas, no estás empujando para ser partícipe de todo. Yo me inclino más por hacer buenas películas. Me han ofrecido personajes excelentes que he rechazado después al no convencerme de que la película lo fuera tanto. Cristiano Ronaldo es ese tipo de jugador, prefiere meter él sus goles al resultado final del equipo.

Gael García Bernal

Nacido en Guadalajara (México) en 1978, hijo de actores, estudió filosofía –que cursó en la Universidad Autónoma Nacional de México– antes de emigrar a Londres para estudiar en la Central School of Speech and Drama. Políglota –habla cinco idiomas, cuatro de ellos de forma fluida–, es actor, productor, director y organiza el festival de documentales Ambulante. Debutó en ­culebrones de su país, pero se convirtió en estrella desde que participó en 2000 en la asombrosa Amores perros, de Alejandro González Iñárritu. Después ha trabajado con Alfonso Cuarón, Pedro Almodóvar, ­Walter Salles… una trayectoria que le ha llevado a participar a sus 35 años en 43 películas y dirigir una, titulada Déficit.

Más que para brillar, elige para perdurar. ¿No es eso todavía más ambicioso? Bueno, me he llevado decepciones tremendas tam- bién. Uno hace películas sin calcular muy bien cómo quedarán. Pero si lo contemplas como espectador, finalmente lo que te quedan son las buenas películas en conjunto. La visión superficial y marketinera es la que predomina en muchos actores, pero, repito, no tiene nada de malo tampoco, qué bien, qué padre.

Anda usted proyectando documentales por el mundo en plan Barraca lorquiana con su iniciativa Ambulante. ¿A qué se debe esa fe en el género? Porque explican cosas. El teatro que se llevaba por los pueblos también lo hacía, como Bertolt Brecht o Ibsen. Es el principio de casi todo. Los documentales son como las versiones cinematográficas de ensayos teatrales, tienen diferentes públicos y se está creando uno cautivo del mismo. Lo sé porque lo veo. Llevamos haciéndolo nueve años y hemos proyectado algunos a los que han acudido 100.000 personas. Esto amplía mucho la motivación de los documentalistas. Muchas veces se preguntan para qué hacen su trabajo si van a acabar mostrándolo en salas de arte y ensayo de Dinamarca. ¿Por qué carajo no enseñarlo en Ciudad Juárez?

Llevamos tiempo hablando y hemos logrado sortear una definición de México, como dice que acaban pidiéndole en todas partes. Ya no podemos aguantar más. ¿Qué y cómo es ese país suyo? Rehúso a la ambición de atisbar toda esa inmensidad. En el nuevo libro de Álvaro Enrigue, Muerte súbita, que ganó el Premio Herralde, cuenta cómo una cultura quedaría condenada a no poder entender su propia belleza. México es un crisol donde se ejemplifican todas las batallas del planeta, a la vez es un vivero de bondad y de frescas perspectivas, positivo frente a la violencia, y tiene algo que, como dice Guillermo del Toro cuando le piden lo mismo, nos lleva a pensar que quizá suframos tanta muerte por estar llenos de vida.

¿América Latina puede definirse como ese continente de estirpes o dinastías revolucionarias? ¿Del PRI al castrismo y del peronismo al chavismo? ¿Qué opina, por ejemplo, de ese abrazo entre Fidel Castro y Peña Nieto? Pues, bueno, México siempre estuvo abrazado a Cuba desde nuestra revolución. Pero esa imagen es curiosa. Fue muy gracioso porque al final vemos que son muy parecidos. Todo es tan distinto, cambiante. Pero en México yo me relajo a la hora de comprender. ¿Para qué estructurar todo aquello que somos? Es mejor que no nos pueda abarcar la retórica, ni la descripción cartesiana, escapar a la razón. Ese libro de Enrigue es una buena clave. De lo que me alegro es que mi generación tenga la chance de poder participar en foros comunes como este Hay Festival, debatir, conocerse, intercambiar; otros antes no lo tuvieron. A ver dónde nos lleva todo este rock and roll.

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Sobre la firma

Jesús Ruiz Mantilla
Entró en EL PAÍS en 1992. Ha pasado por la Edición Internacional, El Espectador, Cultura y El País Semanal. Publica periódicamente entrevistas, reportajes, perfiles y análisis en las dos últimas secciones y en otras como Babelia, Televisión, Gente y Madrid. En su carrera literaria ha publicado ocho novelas, aparte de ensayos, teatro y poesía.

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