“Para la derrota no se prepara uno”
Vicente del Bosque es sereno, contenido. Un hombre con los pies en el suelo que ha vivido el fútbol con pasión. Treinta y siete años en el Real Madrid como jugador y después como entrenador forman parte de su historia Ahora, para la mayoría es el ‘presidente’ de España, un equipo de fútbol que con él llegó, por primera vez, a ser campeón del mundo
Es legítimo preguntarse qué hubiera sido de este hombre grande (en él todo es grande, las manos, la cara, el cuerpo, los trajes) si no lo hubieran bendecido la pasión y un éxito. Su vocación fue el fútbol, su suerte fue caer en el Madrid desde que era un crío, y su aventura fue en el equipo blanco, y tan feliz fue su trayectoria que acabó convertido en entrenador.
Esa felicidad se rompió bruscamente cuando, en la primera etapa de Florentino Pérez como presidente, este juzgó necesario sacarlo del banquillo porque prefería más glamour en esa zona del club blanco. Si la naturaleza del fútbol no fuera tan cambiante, esa humillación (pues no la hay peor que la de no ser querido por los tuyos) le hubiera acompañado siempre.
Pero poco a poco, como camina él, como caminaba Pablo Neruda, por cierto, yendo de un lado al otro de su cuerpo, restituyó las cosas rotas y un buen día convirtió a la selección española de fútbol en campeona del mundo.
Como si esa flor no tuviera otoño, luego revalidó el título europeo que había ganado en la misma lid el ahora ya desaparecido Luis Aragonés, y este hombre de manos grandes y de ojos que enrojecen con la emoción o la rabia es un héroe nacional.
Acaso es esa trayectoria, que tanto dice de la voluptuosidad de la vida, lo que le ha puesto sus enormes pies sobre el suelo. No se cree que sea tan bueno como dicen ni que todo se deba a él. “Es que los futbolistas cuentan mucho, y los que tengo son extraordinarios”. Pero ¿y qué hubiera sido de él sin esos éxitos? “Pues no sé, qué sabe uno qué hubiera podido ser. Pero yo soy Vicente, Vicente del Bosque; y cuando deje esto, cuando toque, seré el que soy hoy, Vicente del Bosque”. Ahora también es marqués. “Pero soy Vicente, déjate de honores. El honor es una cosa que se tiene sin que te lo den”.
Ahora se enfrenta a una nueva prueba. Con su traje de recibir visitas, más sonriente que en los banquillos, donde domina sus nervios golpeándose los puños cerrados contra los muslos, se refiere a ella, la Copa Mundial de Brasil, con aplomo de maestro.
–¿Con respecto a qué es más optimista, a la recuperación de este país o al Mundial?
“Somos muy buenos. Pues lo que hay que hacer para salir adelante es aplicarnos con modestia”
–Al Mundial; en cinco meses saldremos de la duda. En cuanto a la recuperación del país, el proceso será más largo, pero saldremos. En el Mundial de fútbol perderán 31, solo uno va a ganar de los 32. Pero sí me gustaría que al terminar todos los españoles dijeran: “Pues hemos tenido unos chavales que se han vaciado, que lo han hecho bien, que nos han representado bien…”.
–A lo mejor hay que preparar a la gente para la derrota…
–… Para la derrota no se prepara uno.
–Rudyard Kipling decía que la victoria y la derrota son dos impostores a los que afrontar con el mismo espíritu. Mire lo que pasó ante los Juegos Olímpicos, que nos creímos los reyes del mundo y nos derribó la realidad. Quizá ahora los españoles, acostumbrados a tanta victoria futbolística, no tienen en la cabeza que salga cruz en el Mundial.
–Yo soy muy realista cuando hablo del Mundial, y ese ejemplo de los Juegos Olímpicos, precisamente, siempre me dio miedo. No venía a cuento tanto optimismo. No sería bueno que nos pasara lo que le pasó a Francia en Corea, que iban de favoritos y ya ves…, o lo que le ocurrió a Italia en Sudáfrica, que iban de campeones y no pasaron de la primera fase… Y para eso sí que nos tenemos que preparar, para no caer en ese error.
Quizá porque viene de perder (aquella expulsión del Madrid no se borra del alma, no se puede), alerta contra la moral de victoria que también respiran los medios y los aficionados. El impostor del éxito al que aludía Kipling en su famoso poema If le da la materia para expresar su estado de alerta. “Esto es así, somos muy buenos, tenemos un estilo de juego muy reconocido, tenemos las ideas de lo que hay que hacer. Pues lo que hay que hacer para salir adelante es aplicarnos con modestia, con sensatez. Y no ser unos fantasmas y que nos creamos que somos la hostia. Eso nunca: no somos fantasmas, ni somos la hostia. Hay que ser normales, pues no somos otra cosa”.
La vida le puso los pies en el suelo, no solo porque pise ahora desde el triunfo, sino porque le ha dado algunas advertencias. Es hijo de un ferroviario perseguido por rojo, que lo siguió con devoción desde que dijo, siendo un chiquillo, que iba a ser futbolista, y aunque tiene aire de maestro de escuela republicano y paciente, es un saco de nervios. Desde que llegó a la capital desde Salamanca, con 17 años, vigilado por su padre y por su hermano Rafael, estuvo 36 años en el mismo club. “Cómo no me va afectar dejarlo…”. Luego vino su trabajo como entrenador en Turquía, una especie de exilio de su melancolía, aunque él la juzgue “una experiencia fantástica y enriquecedora que viví durante 10 meses”, y llegar a la selección… La vida misma le dio “el nacimiento de mi hijo Alvarete”, que es, para él y para su familia, “una bendición”. Pero esa misma vida “me obligó a pasar por el trago más amargo, la muerte de mi hermano Rafael, a los 47 años, vencido por un cáncer”.
En el Madrid, relata, ganó cinco Ligas como jugador, dos como entrenador, cinco Copas, dos Copas de Europa… “Me siento afortunadísimo”. Él dice que ha relativizado mucho los éxitos, “porque sé que solo soy un entrenador. Como jugador, en el Madrid, era parte de un grupo acostumbrado a ganar y en el que las derrotas marcaban mucho. De todas formas, hemos sido muy afortunados. En lo profesional he podido acceder a cosas impensables y me siento orgulloso de mi pasión, que es el fútbol, de poder haber dado un Mundial y de haber ganado el Campeonato Europeo”.
Hay una luz en este hombre, su hijo Álvaro. “Querer a este chaval… Si existe la palabra amor, ahí está. Es lo que sentimos por Álvaro. No digo nunca ‘te quiero’, me jode mucho decirlo, pero a él se lo digo muchas veces: ‘Álvaro, te quiero’. Se lo digo muchas veces”.
Esa mañana que estuvimos juntos hablando del éxito y de lo contrario, Vicente del Bosque había llevado a Álvaro al trabajo, una empresa de la ONCE. “Se ha formado como auxiliar administrativo y hace funciones de repartidor de correo, escanea documentos y los lleva; estamos encantados”. Su madre creía que el chico tenía que haber ido con corbata el primer día; a Vicente le da igual la corbata, él mismo la usa ya como parte de un uniforme, pero como uno se lo imagina es dando vueltas entre los jugadores, caminando como Neruda, en chándal.
–Y sí, claro que me emociono hablando de Álvaro…
–Es usted un hombre muy emotivo.
–Sí, parezco frío, pero claro que lo soy.
Álvaro nació cuando Vicente estaba entrenando al Castilla, el filial del Madrid, hace 24 años. “Nos hicimos tres preguntas cuando supimos que había nacido con síndrome de Down. Por qué nos ha tocado a nosotros fue la primera pregunta. A la semana nos preguntamos: ‘¿Y por qué no nos iba a tocar a nosotros?’. Y desde hace años nos preguntamos qué hubiera sido de nosotros sin Álvaro”.
“No es rencor. Tengo dolor. Ni en mis peores sueños esperaba que fuera a salir del Real Madrid como salí”
Son preguntas didácticas, dice Vicente, “para alguien al que de sopetón le viene esa noticia; parece que es muy duro, pero luego no lo es. Es una aventura feliz vivir con Álvaro. Ahora voy a jugar con él los sábados y los domingos a pabellones de la Comunidad de Madrid y convivo con otros chavales con igual discapacidad, veo que tengo una obligación con ellos”.
Parece sereno Del Bosque. En sus ojos se ve a veces el rumor que va por dentro, como una catarata de sentimientos, que quizá han sido puestos en su sitio por Álvaro y por la experiencia de la vida. En esa catarata cae, claro está, su marcha del Madrid… “Fui fiel a la empresa durante 36 años y hasta el último día… Un buen empleado es aquel que cree que la empresa no funciona si no está él, se cree muy importante. Pero en el fondo sabe que cuando no esté, vendrá otro a hacerlo mejor, pero es cierto que yo sentía el Madrid como algo mío. Cualquier cosa que afectara al Madrid me afectaba a mí, era mi vida”.
–De modo que cuando lo echan, después de una buena campaña…
–Me dolió. Afirman que tengo rencor. No, no es eso. Tengo dolor, ni en mis peores sueños esperaba que fuera a salir del club como salí.
Un dolor. Luego ha visto otras circunstancias inesperadas, que han caído sobre su propia historia como metáforas. La campaña contra Iker Casillas, que ya amainó; la incomprensión ante el esfuerzo de la familia de Guti, “que venían todos los días en autobús desde Torrejón a que el chico se entrenara”, o el esfuerzo de la propia familia de Iker para que su hijo fuera quien ahora es… Esas evidencias entran en el saco de sus melancolías, que vence como aquel poema de Kipling marca que se deben vencer también las imposturas del fracaso o de la fama. “No he cambiado nada, creo, en todas partes procuro responder a la simpatía que la gente demuestra”. ¿Y en casa lo bajan de la nube, en todo caso? “No, allí es como siempre fue”.
–¿Y qué dice Álvaro de sus éxitos?
–Pues él es el que más presume de padre, creo yo. Los otros pasan; seguramente dentro de su inocencia cree que el padre ha llegado a algo grande. Yo tengo mis dudas.
Mire hacia atrás, Del Bosque. ¿Aquella familia humilde que pasó el trauma de la guerra y de la dictadura le ha marcado para interpretar ahora lo que pasa? “En estos momentos de dificultad, lo que se ve es que fuimos capaces de salir de tiempos peores. Creo que la mayor parte de la gente es tolerante, y que esa tolerancia (la palabra más bonita que hay) nos ayudará a construir una España mejor. De este momento saldremos, no somos un país aislado, estamos dentro de la política europea. Ya ha pasado lo del vivir en el rencor de unos hacia otros. Y es bueno recordarlo para que no vuelva a ocurrir”.
En la selección tiene gallegos, canarios, catalanes, andaluces. Alguna vez, de broma, han dicho que debería ser presidente de una hipotética república española. Lo que de verdad es el marqués de Del Bosque es presidente de España, un equipo de fútbol al que es muy aficionado, sobre todo su hijo Álvaro del Bosque, un muchacho de 24 años que trabaja en una empresa de la Once que se llama Alentis.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.