Cómo vestir para la Gran Guerra
A parte de una hecatombe y una tragedia humana sin paliativos, la Primera Guerra Mundial fue un desastre para la moda militar. Como en tantas otras cosas, en eso en el 14 fuimos de mejor a peor. Sin duda no en términos prácticos –frente a una ametralladora es recomendable pasar desapercibido, aunque pierdas glamour–, pero de lo que tratamos aquí es básicamente de elegancia y estilo. Así que yo solo puedo renegar de una guerra que significó el final de tantas prendas bonitas, hechas para soñar, presumir y vivir aventuras, en aras del prêt-à-porter del Somme, de Verdún o de Paschendale. Eso sin contar con lo mal que queda la máscara de gas.
A la Gran Guerra fuimos –es un decir, por suerte nos cogió muy jóvenes– vestidos como señores y regresamos uniformados como asalariados de la muerte. Aparte de pequeños reductos como los trajes de gala y honrosas excepciones, la gran moda militar, la haute couture de las batallas, feneció en las trincheras de Francia y Flandes.
Tras ese esplendor que fueron las guerras napoleónicas, las guerras coloniales y la guerra franco-prusiana habían seguido manteniendo alto el listón de la moda, sin perder distinción. Un teniente del 17º regimiento de húsares de Brunswick, con su attila negro de alamares dorados y su gorro de piel, o un coracero del 7º de von Seydlitz, con el koller –guerrera larga– blanco, pantalón muy ceñido y botas larguísimas estilo “antiguo de Brandenburgo” –hasta el culo, vamos–, por no hablar de la coraza misma y el casco plateados, eran cosa de verse.
Al carajo el camuflaje
Los primeros disparos de la Primera Guerra Mundial se realizaron sobre gente en general muy bien vestida. Es verdad que los alemanes habían adoptado el feldgrau y los británicos el caqui, pero conservaban detalles de mucha elegancia, sobre todo los oficiales y, claro, la caballería. Los ulanos, con su czapka, y los jäger zu pferde (cazadores a caballo) del ejército del káiser seguían vistiendo con maravillosa teatralidad. Los franceses –toujours la France!– lucían (hasta 1915) casaca azul y pantalón rojo tras descartarse como poco patriótica y nada acorde con el espíritu del soldado francés la adopción de la tenue gris verdosa conocida como réséda. Sí señor, al carajo el camuflaje y que viva la pasarela. Sus coraceros llevaban aún largas colas de caballo en el ornamentado casco. Por no hablar de la impresión que causaba ver un zuavo.
En los Balcanes, donde se encendió la mecha del conflicto, la situación era de Semana de la Moda. Serbios, con bonitos detalles paneslavos, y austrohúngaros, con muchas referencias a los vestidos nacionales, empezaron a combatir hechos un brazo de mar. Un oficial de húsares de Francisco José, k. und k., te podía aparecer en el campo de batalla como para ir a un baile de gala y marcarse unos valses, incluida pelliza azul con galones de pasamanería dorados. Ya pronto se vio que aquello no iba a ninguna parte.
Quedémonos sin embargo con el glorioso ejemplo de tres de los personajes mejor vestidos de aquella lejana contienda: el gran duque Nicolás de Rusia, primo hermano del zar y comandante en jefe de las tropas rusas; el kronprinz Wilhelm von Preussen –hijo y heredero de Guillermo II–, cuyo uniforme favorito era el de primer regimiento de húsares de la vida (¡), que le quedaba de muerte (el chico tenía un aire así a lo Rupert de Hentzau de El prisionero de Zenda); y el tercer mejor vestido de la Gran Guerra, que es, claro, a ver quién me lo va a discutir… Lawrence de Arabia.
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