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Columna
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Otro Madrid

Cuando se desocupa la cultura, entra a saco la vulgaridad

Manuel Rivas

Domènec Font se dio cuenta de que iba a morir y el libro, el libro que él escribía, también fue consciente del final. Así que el último capítulo de Cuerpo a cuerpo es una coda que canta como un grillo cojo en otoño: ¡Espera un poco, invierno! Font y el libro vieron la muerte a un tiempo. Font la encaró y le dijo:“¡Jódete!”, y el libro aprovechó ese instante fronterizo para posarse como un lugar que antes no existía. Por eso Cuerpo a cuerpo tiene la forma de una topografía sin límites que deja atrás como una arqueología gran parte de lo escrito hasta ahora en España a partir del cine. Hace poco participé en el jurado de un premio de ensayo y lo propuse. No quedó ni de finalista. No porque gustase o no. Simplemente se había librado del premio, como antes de la muerte. Va demasiado por delante. Un exiliado futurista. En España, ha habido genios y arte genial, pero siempre han sido excéntricos, expulsados, exiliados. Nuestras naturalezas muertas tienen toda la condición de naturalezas asesinadas. Fue un rey intruso, José I, Pepe Botella para la historia oficial, el primero que tuvo la idea de levantarle un busto a Cervantes. Y quien concibió un museo de Bellas Artes que acabaría siendo el Museo del Prado. Paseando por la caospolis que hoy es Madrid, sorteando metáforas malolientes, me inquieta una de las ideas de Cuerpo a cuerpo: vivimos en un mundo que ha aceptado su caída. Madrid necesita otro alcalde o alcaldesa con urgencia, un Gobierno que gobierne, aunque sea el espectro de Pepe Plazuelas. Necesita también una metamorfosis para levantarse de la caída, reinventarse como un cuerpo que sueña. Es un lamento escrito desde el afecto. La decadencia de Madrid tiene que ver con la desactivación de su pulso cultural. Cuando se desocupa la cultura, entra a saco la vulgaridad. Hay un remedio: otro renacimiento. Todos necesitamos otro Madrid.

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