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Columna
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Lo público

Se privatiza la limpieza y las empresas, que reciben menos dinero por hacerla, bajan los sueldos y echan a una parte de la plantilla de sus trabajadores

Jorge M. Reverte

Madrid, rompeolas de todas las Españas. Así la calificaba Antonio Machado para cantar su carácter en un momento dado de la historia.

Los dirigentes del Ayuntamiento de la capital se han aplicado a seguir esa calificación machadiana. Madrid es el rompeolas en las bajadas del IRPF que amenaza el presidente de la Comunidad, Ignacio González, para dar ejemplo a otras autonomías más perezosas o timoratas. Lo es en deuda pública, como se encargó de organizar Alberto Ruiz-Gallardón, dejando a la ciudad como la más endeudada del mundo. Y ahora, la alcaldesa Ana Botella va a poner en el pico del rompeolas la limpieza.

Según Ana Botella, los madrileños están mal acostumbrados. Se han acabado creyendo que tener las calles tan limpias como estaban era lo normal, cuando todo el mundo debería saber que podemos ser como otras capitales, tal que Nueva Delhi, por ejemplo, en las que la basura se acumula mezclada con los sin techo por todas las esquinas. Restos humanos y detritus en un cocktail castizo.

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La cuestión es profundamente ideológica. No es que a los regidores del PP les guste la basura, decir eso sería hacer demagogia. Y lo prueba el que los barrios como La Moraleja y otros están como los chorros del oro. El meollo del asunto está en el mercado.

Lo público no es eficiente. Ese es un axioma de la derecha. Y uno de los corolarios prácticos de esa concepción se puede ver ahora en Madrid: se privatiza la limpieza y las empresas, que reciben menos dinero por hacerla, bajan los sueldos y echan a una parte de la plantilla de sus trabajadores.

¿Qué debe hacer un cargo público responsable? Pues muy sencillo: esperar a que las partes, empresas y trabajadores, diriman sus diferencias como puedan.

La alcaldesa no es responsable de nada. La basura es un asunto que no le concierne. ¿Qué se han creido?

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