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Poderosa Scarlett Johansson

Es la más deseada de Hollywood. A punto de cumplir los 30, atesora cuatro decenas de películas. Una cita con la actriz del momento

Toni García
Mario Anzuoni (Reuters)

Dos décadas, así como si nada. Ese es el tiempo que lleva Scarlett Johansson (Nueva York, 1984) asomando en la gran pantalla: empezó a los 10 años con una pequeña película titulada Un muchacho llamado norte y cumplirá la treintena con más de cuarenta filmes a sus espaldas (entre otros, Lost in translation, La joven de la perla, Match point o Los vengadores) y convertida en una de las más poderosas del mundo. Por el camino ha superado la (compleja) transición que lleva de la intérprete infantil a la mujer capaz de encabezar la lista de féminas más sexis del universo cinematográfico sin dejar nunca de crecer como actriz: “No tengo ningún plan, nadie lo tiene en el cine: a veces las cosas pueden ser más sencillas o más complicadas, pero tener un plan sería imposible. Estoy en un momento muy bueno de mi carrera y puedo permitirme el lujo de escoger los papeles que interpreto, pero ya sabemos cómo va esto. Sería un error acomodarme”, dice la entrevistada.

Johansson recibe a El País Semanal en las oficinas de una famosa firma dedicada a la posproducción, en la calle 45 con la Sexta Avenida, en mitad de Manhattan. El lugar escogido para el cara a cara es espartano: un cubículo de dos metros por dos con vistas a una Nueva York donde aún es verano: solo hay una mesa, dos sillas y una gran pantalla de televisión, además de una maleta. En cuanto acabe esta charla (la última del día), Johansson se irá a otro lado. La actriz viste pantalones negros y blusa amarilla, se sienta en una silla con las piernas cruzadas y tiene el aspecto del que ha dado demasiadas entrevistas y desea huir cuanto antes, aunque ni siquiera eso borra la sensación de estar ante una mujer con toneladas de carisma.

La neoyorquina, larga melena, luce un anillo de brillantes de estilo art déco en el índice de la mano izquierda: se comprometió recientemente con el periodista francés Romain Dauriac, editor de la revista parisina Clark, dedicada al arte urbano. Aunque la pareja nunca ha aclarado cómo se conoció, algunas publicaciones estadounidenses sostienen que los presentó el tatuador de esta. Como en tantas otras cosas, la actriz no sabe, no contesta.

Johansson milimetrará las respuestas de la entrevista como un francotirador que no deja de acariciar el gatillo: sabe dónde apunta aunque no veas la bala. Ya no hay rastro de esa joven insegura de Lost in translation a la que pocos se acercaron en Venecia porque estaban demasiado ocupados. Scarlett es ahora una marca global que vale millones de dólares. Su imagen puede verse en campañas globales y abarca perfumes, firmas de moda, pintalabios y toda clase de productos que deseen ser relacionados con una de las mujeres más deseadas del mundo.

"Estoy en un gran momento. Puedo permitirme el lujo de escoger lo que interpreto"

La actriz está en Nueva York, como unos días antes en Toronto, presentando Don Jon, su última película (aunque al ritmo al que trabaja, pronto será la penúltima). El filme es el debut en la dirección del hiperactivo Joseph Gordon-Levitt: “Joseph vino a verme cuando rodaba Los vengadores. Nos sentamos y hablamos durante horas de relaciones, de nuestros errores, de todas esas cosas que nos hacen humanos. Hablamos de intimidad y de confianza y de un montón de temas que me parecieron muy interesantes. Además, el hecho de que no tuviera plan B, de que solo pensara en mí para hacer la película, me pone en un sitio en el que deseo estar: el de la confianza ciega. Joseph es un hombre muy inteligente, que tenía muy claro lo que quería contar y cómo quería hacerlo, así que no tuve muchas dudas a la hora de decir que sí”, cuenta Johansson con esa voz ronca que le permitió grabar un disco de versiones de Tom Waits.

Don Jon se mete en la piel de un tipo obsesionado por el porno (el propio Joseph Gordon-Levitt) que conoce a una chica obsesionada por las novelas rosas. La imposible combinación le sirve al director para dibujar una fábula sobre las relaciones sentimentales, especialmente aquellas lastradas por los estereotipos que de alguna manera nos impiden avanzar. Sin embargo, como era de prever, algunos parecen haberse quedado atascados en la palabra “porno”. “El porno es, de algún modo, la excusa argumental de la película, pero de ninguna manera es su núcleo central. La gente a veces se distrae con los pequeños detalles y deja de lado lo que en realidad se pretende contar. Esta no es una película sobre porno; de hecho, si el personaje de Joseph fuera adicto a otra cosa, nadie hablaría de ello. Supongo que algunos periodistas prefieren quedarse con lo obvio, lo único que puedo decir es que no es culpa mía [risas]. ¿Estamos obsesionados con el sexo? Bueno, no sé si esa es la palabra. El sexo es fascinante, todo el mundo quiere hablar sobre sexo, nos encanta: es algo privado, es indulgente para un montón de gente, es muy social y a todos nos apetece hablar de ello”, sonríe la actriz. “El porno puede ser constructivo y destructivo para una relación de pareja, creo que es imposible generalizar: puede ser supersexi y artístico, o grosero, repugnante y degradante”, cuenta con gesto serio.

Preguntada sobre si su experiencia sentimental tiene algo que ver con su papel, la actriz lo tiene claro: “Me identifico con el hecho de que a veces generamos expectativas falsas con nuestras parejas porque no somos capaces de ver que venimos de sitios distintos y que en algún momento habrá que hablar de ello. Es algo que nos pasa a todos”, dice la actriz, quizá rememorando su matrimonio de tres años con Ryan Reynolds que se fue al garete en 2011.

Scarlett Johansson, cuyo nombre completo es Scarlett Ingrid Johansson, debutó muy joven en el teatro (“la mejor sensación del mundo y donde siempre quiero volver; las tablas son maravillosas para un actor, deberían ser obligatorias. Nada me gustaría más que volver a Broadway muy pronto”) y Hollywood se fijó en ella, hasta el punto de que Robert Redford canceló las audiciones de El hombre que susurraba a los caballos después de verla hacer su prueba y descubrir que ya había encontrado lo que estaba buscando. La pelícu­la permitió descubrir a una niña con toneladas de carácter, capaz de sostener un drama trufado de actorazos (el propio Redford, Kristin Scott Thomas o Sam Neill) con una clase imperial.

Ahora bien, aquella niña de 13 años con talento a raudales demostró también tener un carácter poco usual para alguien de su edad. “La aproximación al personaje que tenía Scarlett Johansson puso de los nervios a Redford, que se tiraba de los pelos cada vez que tenía que rodar una escena con ella”, contaba Michael Feeney en una de las mejores biografías del actor y director. Feeney hablaba también de la influencia grandiosa de la madre de la actriz, Melanie Sloan, en todo lo que tuviera que ver con su hija. Sin embargo, del temperamento de la Johansson puede dar fe también lo que pasó en 2009 cuando la neoyorquina despidió a su progenitora como representante (sus asuntos los lleva ahora la agencia Rick Yorn, una de las más grandes de Estados Unidos, que representa también a estrellas como Cameron Diaz o Leonardo DiCaprio) y cortó el flujo financiero que permitía a esta llevar una vida, digamos, disoluta, que incluía coches de lujo y propiedades varias.

“Me gustó mucho en aquella película, Manny & Lo [donde Johansson interpretaba a una joven que huía de casa con su hermana embarazada]; ella tenía solo 17 años, pero me encantaba la idea de convertirla en una especie de Lauren Bacall, me gustaba esa voz grave”, decía Sofia Coppola en el décimo aniversario del estreno de Lost in translation recordando a Johansson, a la que confió los mandos de su mejor película. El filme, que ganó el Oscar al mejor guion, supuso un bombazo económico (sus dos millones de dólares se convirtieron en más de cien en la taquilla mundial) y la confirmación de la fuerza interpretativa, el glamour y la capacidad de aquella joven, ya camino de la feminidad en mayúsculas.

Desde entonces, la actriz ha estado nominada a cuatro Globos de oro y recibido un Bafta por la mencionada Lost in translation, pero tampoco ha escapado a los proyectos que se deshinchan como un mal suflé: “El actor que diga que nunca ha hecho una mala elección miente o ha tenido mucha suerte… pero más bien creo que miente. No sé si se aprende de las derrotas, supongo que tratas de tener más puntería la próxima vez, pero no estoy realmente segura de que puedas aprender nada determinante, excepto a actuar de forma profesional sean cuales sean las circunstancias. Todos los proyectos en los que trabajo son arriesgados, la vida es riesgo y así es como hay que tomársela. No puedes evitarlo, nunca sabes qué va a pasar y sería absurdo intentar averiguarlo. Lo que no te mata, te hace más fuerte, suelen decir, ¿no? Yo creo que es absolutamente cierto”, suelta la actriz mientras echa mano de unas pastillas para la garganta justo al lado de unas gafas de sol (las suyas) del tamaño de un trombón.

De algún modo esta rubia adorada por fans a uno y otro lado del Atlántico, que fue rechazada en su momento por una escuela de arte dramático de Nueva York (la Tisch School) por no reunir “los requisitos imprescindibles”, se las ha ingeniado para trabajar a ambos lados del negocio, ya sea en proyectos de 300 millones de euros (como la segunda entrega de Los vengadores, de estreno en 2015) o de dos millones (como la propia Don Jon), sin tener que decidirse nunca por un bando o el otro y con uno de los cachés más elevados de la industria. “No sé qué busco. Tengo que sentir que de algún modo contribuyo o descubro algo en el guion que me haga vibrar. Ahora mismo persigo cosas que me permitan sentir ese desafío de no saber cómo hacer algo. Necesito ver algo que me atraiga, la complejidad del personaje”, aclara la actriz. “Y lo que realmente me encanta, lo que me llena de verdad, es la presión, vivo de ella. Es lo que me mantiene interesada en mi profesión, me encanta llegar a un set sin saber lo que me espera, esa es la mejor parte de mi trabajo, la realmente importante. Eso de no saber lo que va a pasar es lo que me mantiene fresca y en el suelo, con ganas de seguir”.

Johansson es además una mujer que no se distrae fácilmente, ni siquiera cuando la rodea uno de los equipos de rodaje más grandes de la historia del cine: “Sí, claro, puedes distraerte, pero para eso está el director y el ambiente de trabajo que sea capaz de crear. Es cierto –y fácil– que uno puede perderse en el tamaño de un set donde trabajan 500 personas en cinco ciudades distintas, pero si el director es capaz de crear la atmósfera adecuada, el actor puede concentrarse sin problemas en su tarea. Realmente, y en términos profesionales, yo intento que no haya diferencias, y en realidad, cuando uno se pone a trabajar, lo cierto es que no las hay: cuando estás en un set, lo que te importa son tus líneas, tus marcas, tu forma de hacer las cosas. Si tienes el respeto necesario por tus compañeros y por ti mismo, es muy difícil que metas la pata porque tienes delante de ti un decorado de 100 metros de alto”.

"El porno puede ser supersexi y artístico, o grosero, repugnante y degradante"

La actriz, no hace falta decirlo, está cada año colocada en esas listas que algunos se empeñan en hacer para decidir quién es más guapo que quién y en qué orden deberíamos colocarlos. A Johansson el tema parece traérsela al pairo: “Me da igual; claro, a veces te halaga, pero en general nunca pienso en ello, todo esto es pasajero y sé que un día se acabará, por eso intento hacer bien mi trabajo y prestar atención exclusivamente a ello”. Sin embargo, no puede evitar dar un toque a los mercaderes del chismorreo: “Puedo admitir que soy un personaje público y todo eso, y que, por tanto, debo renunciar a algunas de mis parcelas de libertad personal, pero lo que no puedo consentir es que pretendan entrometerse en mi intimidad por cualquier medio. Creo que tengo derecho a conservar un espacio que sea exclusivamente mío, no es pedir demasiado. Probablemente es lo peor de ser actriz, la pérdida del anonimato. Sabes que nunca vas a volver a recuperarlo y a veces es difícil acostumbrarse”, confiesa Johansson. Aunque no lo diga, el relato viene a colación por el (ciber)incidente que la tuvo como lo más buscado en Internet durante varias semanas en 2010: un pirata informático robó varias imágenes íntimas de su móvil y las colocó en la Red para alegría de algunos y disgusto de otros. “No puedo controlar ciertas cosas, pero me he vuelto más precavida: no entiendo esa necesidad que tienen algunas personas de saber lo que hago con cada minuto de mi vida, como si tuviera alguna obligación de compartirlo con el mundo”, cuenta tras un largo trago de agua. Todo depende de quién decida: en Under the skin, película que estrenó en el pasado Festival de Venecia con gran revuelo, la actriz se mete en la piel de una alienígena que seduce a sus víctimas con su cuerpo desnudo.

Hace poco, Scarlett abrió un nuevo frente: la política. “No pongo límite a las posibilidades; si tuviera más tiempo, podría concentrarme más en la política, no lo descarto”, contaba en última edición estadounidense de Harper’s Bazaar. Y añadía quién era su candidata a las próximas elecciones presidenciales: “Hillary Clinton sería una presidenta maravillosa”. Sus aspiraciones (políticas y/o profesionales) confirman lo que unos consideran una gran virtud, y otros, un inmenso defecto: la ambición sin límites de la actriz: “No considero un defecto ser ambicioso, creo que todos los actores lo somos. No ha sido fácil llegar hasta aquí, he tenido que hacer muchos sacrificios, y en ese proceso siempre piensas que en algún momento te dará beneficios. Yo sigo persiguiéndolos. ¿Que si no he tenido suficiente? No, por supuesto que no”.

Ahora llega un final de año atiborrado de proyectos. Entre otras, presentará Her, la esperadísima película de Spike Jonze, donde interpreta la voz de un sistema operativo hiperevolucionado. “Spike es increíble y el guion de esta película me dejó en shock. Creo que la historia, que habla de nuestras emociones en esta era de redes sociales y de indefinición tecnológica donde tomamos decisiones por WhatsApp y colgamos nuestra vida entera en Facebook, es tan absolutamente relevante que cuesta creer que alguien lo haya sabido captar de esta manera. Es fascinante lo que uno puede llegar a hacer simplemente con su voz. ¿Siri? Bueno, digamos que me parezco a ella, pero soy mejor [sonríe al compararse con la voz de los iPhone]”. Los estrenos en 2014 de la comedia Chef, con Robert Downey Jr.; Lucy, el último proyecto del realizador francés Luc Besson; Capitán América: el soldado de invierno, secuela del taquillazo basado en el personaje de la Marvel, y en 2015, de The avengers: Age of Ultron, marcarán el futuro de la actriz, que de momento parece un cuento de hadas. Después, si hay tiempo, se tomará un descanso merecido, y hasta puede que se case. “Aún no sé cómo voy a hacerlo todo. Ni idea. A mí me encanta la idea tomarme un descanso, especialmente ahora que he aprendido a apreciarlo y a saber qué hacer con él sin la ansiedad que solía padecer de tener que rellenar cada minuto de cosas útiles. Ahora que estoy más cómoda conmigo misma, la idea de retirarme un tiempo a no hacer nada me fascina. Estoy desesperada por tener un descanso, creo que es importante recargar las pilas. Leí que Michael Fassbender prefiere seguir encadenando películas para no soportar el peso de la pérdida de un personaje, pero yo prefiero parar, me da igual [risas]. Me encanta descansar, qué voy a decirte”.

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