_
_
_
_
PALOS DE CIEGO
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

La III República

Javier Cercas
Gabi Beltrán

No soy monárquico; en realidad, no conozco a nadie con dos dedos de frente que lo sea, al menos en el sentido casi religioso en que tradicionalmente se era monárquico. Dicho esto, no creo que el dilema político que afrontamos sea el que obliga a elegir entre monarquía y república; es más: mi impresión es que plantear ese dilema es una forma de eludir los problemas reales de este país, igual que, como suele decirse con razón, es una forma de eludir los problemas reales de Cataluña plantearse en serio la independencia. Mil veces prefiero una monarquía en una democracia que funciona, como la sueca, que una república en una democracia que no funciona, como la siria. No digo que una monarquía arreglase nada en Siria; lo que me pregunto es qué arreglaría una república en España: ¿cómo reduciría el paro? ¿Cómo reactivaría la economía? ¿Cómo mejoraría la educación y la sanidad? ¿Cómo reduciría el poder de los partidos políticos y los sometería a un control real? En resumen, ¿por qué una república sí haría lo que no hace una monarquía? O dicho de otro modo: lo fundamental en España, como en cualquier otro sitio, no es si vivimos en una monarquía o en una república, sino si vivimos en una democracia mejor o peor. Por lo demás, igual que no entiendo la adhesión sentimental a la monarquía, tampoco entiendo la adhesión sentimental a la república (o, ya puestos, a la patria catalana, o a la española); o sí lo entiendo, pero me parece cursi y peligroso: convertir los sentimientos en carburante de la política es una obscenidad que solo suele provocar catástrofes.

Lo fundamental en España es si vivimos en una democracia mejor o peor”

Hay más. Porque lo que me temo que no entienden muchos defensores de la III República es que, en cierto sentido, le están dando la razón a nuestra derecha más reaccionaria. No me refiero al hecho conocido de que determinados sectores de esa derecha hayan decidido combatir a la monarquía; me refiero, sobre todo, a que reivindicar la III República puede ser una forma de legitimar el relato que la derecha hace de nuestro pasado reciente (y no olviden que quien controla el pasado controla el futuro). Según él, nuestro actual sistema político no procede de la II República, que fue el último experimento democrático de este país; procede del franquismo, que no sólo puso las bases económicas de la democracia –lo que es totalmente cierto–, sino también las políticas, puesto que buscaba un sistema de libertades como desembocadura natural a sus cuatro décadas de dictadura –lo que es totalmente falso–. En realidad, la máxima virtud de la Transición fue que, sin decirlo, quizá sin quererlo del todo alguno de sus protagonistas, devolvió a nuestro sistema político la legitimidad democrática que había tenido durante la II República y que el franquismo destruyó. De ahí la paradoja en la que vivimos: si esta democracia es la heredera de la democracia de los años treinta, esta monarquía es la heredera de la II República, no sólo porque, con todos sus defectos, nuestro ordenamiento político es mucho más progresista y más moderno que aquél, sino sobre todo porque los mejores valores que allí se defendían pueden y deben seguir defendiéndose aquí.

No soy monárquico, ya digo, pero, como muchos, practico una adhesión laica e instrumental a la monarquía; esto significa que si la institución deja de ser útil o se convierte en un problema porque no se acometen las reformas que necesita, dejaré de practicarla. Sólo entonces me plantearé la III República, aunque no sin recordar que si se cambia la monarquía, hay que cambiarlo todo, de arriba abajo. ¿Es el momento de cambiarlo? Los republicanos sentimentales denuncian que para los monárquicos instrumentales nunca es el momento: si las cosas van bien, porque para qué cambiar; si las cosas van mal, porque no es aconsejable cambiar de caballo mientras se cruza el río. Por supuesto, tienen razón, pero es que la realidad no entiende de sentimientos. Desde hace ya tiempo sabemos que para ser progresista hay que ser conservador, al menos en algunas cosas: hay que conservar lo que queda de planeta; hay que conservar la democracia y el Estado de bienestar; hasta hay que conservar entera Europa (y, ya de paso, este país). Lo que no sabíamos es que todo esto también nos obligaría a los republicanos a defender la monarquía. Hay que joderse.

elpaissemanal@elpais.es

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_