El movimiento de los escraches
A las jóvenes generaciones les queda un poco lejos el teniente coronel Tejero y su intento de golpe de Estado tomando, pistola en mano, la sede de la soberanía popular en el transcurso de una sesión del Congreso. Más lejos les queda el Frente Popular, que con sus desmanes propició el 36, de triste recuerdo.
El palacio de la Carrera de San Jerónimo no es otra cosa que “la sede”, porque la soberanía del pueblo no reside en sus paredes, sino en cada uno de nuestros 350 representantes, elegidos democráticamente.
En consecuencia, no puedo apoyar la persecución y acoso que están sufriendo diversos congresistas. Nuestra joven democracia saldrá fortalecida si huimos tanto de un extremo como del otro.— Amparo Tos Boix. Valencia
No soy partidario de ningún tipo de violencia, creo en la reivindicación pacífica. Pero ocurre que hay personas que pierden sus ojos por culpa de las bolas de goma de la policía, y esos casos terminan por clasificarse como daños colaterales. Incluso hay políticos que culpan a las víctimas “por estar ahí”, como si no tuvieran derecho a manifestarse pacíficamente.
Ahora se ha puesto de moda el movimiento de los escraches y los políticos han puesto el grito en el cielo. Como políticos que son, les presupongo la capacidad de empatía y les emplazo a ponerse en el lugar de las familias que han sido desahuciadas —presuntamente de forma ilegal según la sentencia de Luxemburgo— y que verdaderamente han sido víctimas de brutalidad policial en presencia de menores.
¿Acaso la violencia denunciable se mide basándose en un estatus social? ¿Quién es más importante: el ciudadano o el político que le representa?— Eduardo Cassano. Barcelona.
Estamos acostumbrados a aquel afortunado eslogan que inauguró el “una imagen vale más que mil palabras”. Craso error. Es incomparable el poder de la palabra, en ella se sustenta el Derecho, la filosofía, las religiones, el pensamiento todo, la vida diaria, la democracia. La palabra es ley; antiguamente se bastaba a sí misma, no necesitaba ser ratificada por signo alguno. He conocido personas a las que una palabra despectiva hundió en la depresión más absoluta; de todos es conocido el poder destructivo de la maledicencia. Traicionar “la palabra” es traicionar desde la raíz el sistema en que nos desenvolvemos.
Por todas estas razones, siento una enorme indignación ante las palabras pronunciadas por la delegada del Gobierno en Madrid, Cristina Cifuentes, con respecto a los ciudadanos que se manifiestan contra los desahucios.
Comparar su reciente táctica de protesta —que ciertamente es cuestionable— con el terrorismo etarra es innoble, abuso de poder, mentira, irresponsabilidad absoluta y sin duda un juicio partidario.
Si continuamos tergiversando las palabras, es decir, prostituyéndolas, envileciéndolas en definitiva, el caos está asegurado.— Carlos Ruiz de Alegría. Bilbao.
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