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LA CUARTA PÁGINA
Tribuna
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La casita de campo electrónica

La generalización de los ordenadores provocó el sueño de poder trabajar fuera de la oficina y con más rendimiento. Ahora se ve que quienes se llevan el trabajo convierten su hogar en un “taller clandestino”

ENRIQUE FLORES

El precursor alegato en favor del trabajo a distancia, tan notoriamente expuesto por Alvin Toffler en su libro de gran éxito La tercera ola, de 1980, siempre tuvo un marcado aroma romántico. Para futuristas como Toffler la oficina doméstica sería una “casita de campo electrónica” que podría “aglutinar de nuevo a la familia”, proporcionar una “mayor estabilidad comunitaria” y suscitar el “renacer de las organizaciones de voluntarios”. Nada de actuar en solitario: ¡en el futuro de Toffler todos estaríamos trabajando a distancia conjuntamente! (hay que decir que Toffler solo estaba popularizando ideas que habían sido aireadas varias décadas antes; por ejemplo, Norbert Wiener, el padre de la cibernética, ya había especulado en su libro de referencia El uso humano de los seres humanos, de 1950, sobre cómo un arquitecto, en Europa, podría utilizar una máquina parecida a un fax para supervisar la construcción de un edificio en América.)

Los reporteros tecnológicos se tragaron esas historias de emancipación a través de la tecnología; el San Jose Mercury News se entusiasmaba así en 1983: “Los ordenadores domésticos están criando madres laboralmente activas”. Por entonces no parecía un despropósito esperar que la “casita de campo electrónica” pudiera permitirnos un día, como es sabido que dijo en una ocasión Karl Marx, “cazar por la mañana, pescar por la tarde, criar ganado al anochecer y criticar después de la cena”. Para Toffler y sus seguidores, los humanos utilizarían ordenadores para poder tener más trabajo hecho en menos tiempo, evitando la alienante experiencia de soportar un trabajo urbano de nueve a cinco.

El sueño de Toffler, por no hablar del de Marx, parece estar todavía muy lejos. Aunque de manera un tanto limitada, por supuesto, el trabajo a distancia ha despegado con notable éxito. A comienzos de este año, una encuesta de Ipsos/Reuters verificó que uno de cada cinco trabajadores en el mundo trabaja a distancia con frecuencia, una práctica especialmente común en Oriente Próximo, América Latina y Asia. Aún así, son relativamente pocas las empresas que han adoptado el trabajo a distancia. Seguramente muchas permiten a sus empleados pasar un viernes de cada dos trabajando desde casa, pero todavía exigen una dedicación presencial en la oficina.

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Muchos de los empleados a distancia engordan y necesitan entrenadores ‘online’

Esto se debe a que por magnífico que pueda sonar lo de trabajar desde la lejanía, la investigación demuestra que no siempre se alcanzan las expectativas. El más destacado de los recientes fracasos en este terreno es el del experimento, de un año de duración, llevado a cabo por el Office for Personal Management norteamericano —una agencia gubernamental a cargo del servicio civil de la nación— que permitía a sus empleados una plena flexibilidad respecto a dónde y cuándo trabajasen siempre que realizaran debidamente su trabajo. Lamentablemente, un informe de Deloitte sobre el programa piloto ha revelado que los gestores de OPM no podían evaluar el rendimiento de sus empleados, la calidad del trabajo se había deteriorado, y los empleados tenían poca idea de si estaban aportando el suficiente tiempo y esfuerzo.

De acuerdo, no todos los intentos de trabajo a distancia plenamente desarrollado acaban como el de OPM. Aetna, una compañía norteamericana de seguros, se cita a menudo como una experiencia de éxito: el 47% de sus empleados en Estados Unidos trabaja desde su casa todos los días. Pero pasar tanto tiempo en casa tiene también un inconveniente: los trabajadores a distancia de Aetna tienden a aumentar de peso, y ahora la compañía les ofrece un entrenador personal online para ayudarles a estar en forma.

También pudiera ser que, contrariamente a algunas expectativas iniciales, el trabajo a distancia no sea necesariamente beneficioso para el medio ambiente. Un artículo de 2011 en Annals of Regional Science revelaba que, como promedio, los trabajadores a distancia acababan por acumular más viajes que los que no trabajaban desde casa. En otras palabras, que el hecho de que no viajen al trabajo no significa que tengan que viajar menos en general.

Hay empresas que usan sofisticadas herramientas de vigilancia para saber si los suyos holgazanean

Lo que tampoco está llamando suficientemente la atención es cómo consiguen sus objetivos los programas favorables al trabajo a distancia como el de Aetna. Como revela una investigación del Wall Street Journal, un número cada vez mayor de compañías que han adoptado enteramente el trabajo a distancia utilizan nuevas y sofisticadas herramientas de vigilancia para asegurarse de que sus empleados no estén holgazaneando. Los directivos podrían estar haciendo capturas de pantalla de la actividad de sus ordenadores o comprobando sus historiales de navegación. Si los empleados están utilizando los ordenadores de su casa para trabajar, su privacidad —y la de sus familiares— podría sufrir un daño colateral. ¿Echarán sus empleadores un vistazo, aunque sea accidentalmente, a lo que han estado navegando durante sus horas no dedicadas al trabajo?

De algún modo, lo que se suponía que iba a ser una “casita de campo electrónica” ha pasado a ser un “taller clandestino”. No es solo por la vigilancia, es que muchos empleados que trabajan a distancia tan solo ocasionalmente acaban por hacer más trabajo que antes de su “emancipación”. Esto, en todo caso, es lo que sugiere un reciente estudio publicado por la Monthly Labor Review, una publicación de la Oficina de Estadísticas Laborales.

Sirviéndose de dos bases de datos bastante exhaustivas, el estudio ha trazado la evolución de las prácticas del trabajo a distancia en Estados Unidos en las últimas décadas. Contiene varias perlas sorprendentes. Por ejemplo, parece ser que los trabajadores a distancia tienen menos probabilidades de casarse. Pero el hallazgo más interesante es que el trabajo a distancia, en vez de restaurar el equilibrio vida-trabajo, puede haber dado como resultado que los trabajadores trabajan más, pero desde su casa. Como afirman los autores, una interpretación plausible de sus conclusiones podría ser que “el trabajo a distancia se ha hecho fundamental en un marco de expansión general de horas de trabajo, al facilitar la necesidad de los trabajadores de un tiempo de trabajo adicional, más allá de la semana de trabajo estándar y/o la capacidad de los empleadores de aumentar o intensificar las demandas de trabajo entre sus asalariados”.

En otras palabras, los trabajadores a distancia se encuentran en una situación parecida a la de [la famosa novela de Joseph Heller] Catch 22: Quieren utilizar la tecnología para ser más productivos y pasar más tiempo con su familia, pero la disponibilidad de una tecnología más productiva también hace creer a los directivos que sus empleados realizarán más trabajo, ya sea en los fines de semana o después de cenar. La encuesta del Networked Workers de 2008 del proyecto Pew Research ofrece algunas pruebas contundentes que respaldan esas pretensiones, al comprobar que “desde 2002 los trabajadores norteamericanos se han hecho más proclives a comprobar su correo electrónico relacionado con el trabajo los fines de semana, en vacaciones, y antes y después de que vayan a su trabajo diario”.

¿Será posible que los artilugios que ahorran trabajo, que se suponía que ayudarían a restablecer el equilibrio vida-trabajo, tan solo consigan empeorarlo? De ser así, los historiadores de la tecnología no se sorprenderían mucho por ese irónico giro. En su clásico More Work for Mother, la historiadora Ruth Schwartz Cowen, de la Universidad de Pensilvania, mostraba cómo la introducción en el hogar de máquinas supuestamente ahorradoras de trabajo daba como resultado el que las mujeres trabajasen aún más. Relaciones de género aparte, el ambicioso punto de vista filosófico de Schwartz era a la vez sencillo y fascinante: los supuestos beneficios de tales máquinas no pueden valorarse separadamente del más amplio contexto social, económico y cultural en el que se utilizan.

Así que, a falta de una revolución, quizá debiéramos moderar nuestro entusiasmo en favor de lo que la tecnología impulsora de la productividad vaya a proporcionarnos. Por tentador que pueda ser pensar que los vehículos autoconducidos de Google nos permitirán ver películas en vez de tener que conducir, probablemente estaríamos pasando ese tiempo recién ganado pegados a alguna aburrida hoja de cálculo. ¿Qué progreso es ese?

Evgeny Morozov es profesor visitante en la Universidad de Stanford y profesor en la New America Foundation.

Traducción de Juan Ramón Azaola.

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