_
_
_
_
_
PERDONEN QUE NO ME LEVANTE
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Natalie Wood, como la marea

Recuerdan el final de Esplendor en la hierba? Pocos resultan tan conmovedores, a pesar del paso del tiempo. Todo ese amor que apenas fue y que pudo haber sido, que ya no será, condensado en miradas y silencios. Emanando, con una desesperación calmada y envolvente, del rostro sensible, de los ojos de Natalie Wood.

Las informaciones nos han devuelto su nombre, treinta años después de su muerte por ahogamiento cerca de la isla Catalina, en la costa californiana, durante un fin de semana de Acción de Gracias lleno de alcohol y broncas. La reapertura del caso de su misterioso fallecimiento, gracias a la tardía confesión del capitán del yate de los Wagner, nos proporciona una oportunidad de recordar a una actriz que murió joven después de haber ocupado un trono en Hollywood durante mucho tiempo, desde la infancia.

"Nadie me quitará el dolor que sentí al pensar en la muerte solitaria de la actriz"

Al regresar su nombre como depositado por la marea en la playa, he vuelto a abrir un libro que recomiendo a quienes fuimos sus admiradores, aunque creo que no ha sido editado en España: Natasha, fino trabajo de investigación a cargo de Suzanne Finstad, publicado por Harmony Books. Vale la pena, es exhaustivo y equilibrado.

Como Elizabeth Taylor, Natalie fue presa de los estudios desde niña, pero carecía de la solidez de carácter de Liz y, lo que es peor, tenía una madre atroz, María, de origen ruso -toda la familia lo era y con falsas ínfulas de pertenecer a los Romanov; también quiso ser famosa, sin lograrlo. Marcó a su hija para siempre, con un férreo control contra el que Wood ejercía una rebeldía con altibajos, refugiándose en amores y en errores.

La vida de Natasha -Natalia para el cine fue una batalla permanente contra la inestabilidad. Dividida entre quien podía ser y quien era en su papel de estrella, nunca consiguió encontrar el lugar intermedio adecuado. Sin embargo, fue precisamente esta precariedad emocional lo que vistió de lujo sus interpretaciones dramáticas, otorgándoles un realismo casi doloroso. En sus pizpiretas comedias, la Wood, aunque adorable, resultaba insustancial: como si ni ella ni nosotros pudiéramos creerla. Pero con Elia Kazan o con Nicholas Ray, de quien fue amante a los 16 años -él tenía 43, en Rebelde sin causa, ofreció vibrantes y delicadas interpretaciones.

Con Robert Wagner, que se convertiría en su viudo -¿y en su asesino?-, estuvo casada dos veces.

Splendour se llamaba el yate desde el que Natalie supuestamente se lanzó al mar, cuando intentaba huir de una trifulca entre su marido y su compañero del que sería el último rodaje de su vida, el estupendo actor Christopher Walken, en la vida real un personaje ególatra y disolvente, a la par que fascinante. La motora que Wood habría querido alcanzar para alejarse del yate se llamaba Valiant.

Ambos nombres -Splendour y Valiant- definen la envergadura artística de la pareja: el primero, por Esplendor en la hierba, de Elia Kazan, en la que Natalie Wood ofreció una interpretación tan fina y quebradiza, tan asomada al abismo como su propia existencia. El segundo, por El príncipe Valiente, que consagró a Robert Wagner como ídolo de jovencitas y del cine en tecnicolor, simboliza todo lo que dio de sí este actor mediocre, guapo y autoritario, que terminó haciendo la serie Hart y Hart para televisión, así como de malo secundario en algunas producciones.

Quizá se me note mucho que le tengo manía, pero éste es un artículo de opinión, así que no me corto. Yo siempre pensé que detrás de la muerte de su mujer estaba R. J., como se hacía llamar por amigos y familiares.

Durante aquel siniestro fin de semana ocurrieron cosas que no se han divulgado, pero que pueden adivinarse. Walken y Wood vivían una especie de idilio más intelectual que físico, en el que Christopher dominaba: muchas de las escenas que rodaron juntos en Brainstorm -un desastre de película- las hicieron bebidos, a iniciativa de él. Las juergas siguieron en la costa y en el yate, ya con Wagner integrado.

Puede que al final sepamos lo que realmente ocurrió. Pero nadie me quitará el dolor que sentí al pensar en la muerte solitaria de una exquisita actriz en las aguas oscuras de su peor pesadilla. Alguien debería pagar por ello.

www.marujatorres.com

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_