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Reportaje:2002 | ABORDAJE AL NARCOTRÁFICO

A la caza del narco

Resulta extraño cómo pueden coincidir a veces la realidad y la ficción. José Luis Domínguez, el observador del pájaro, está atento a la pantalla del visor térmico de Argos, la nave del cielo que lleva un gran ojo nocturno en la proa. "Todavía no nos han visto", dice. En la pantalla, mientras el helicóptero de Vigilancia Aduanera vuela en la noche, acercándose a la playa desde el mar, la goma es una mancha alargada en la orilla, y los malos, una docena de siluetas que se mueven alrededor acarreando fardos de 30 kilos de hachís. La semirrígida de nueve metros a la que seguimos el rastro ha ido a varar en una playa oscura de Guadalmina Baja, a poniente de Marbella. Y mientras Javier Collado, el piloto, lanza el pájaro sobre ellos a 150 nudos de velocidad no puedo evitar una risa incrédula. Esos tíos están alijando el hachís a pocos metros de la casa de Teresa Mendoza, alias La Mejicana, compruebo asombrado. Ni a propósito. Cualquiera diría que acaban de leerse la maldita novela, o que salen de ella.

"Vamos allá", dice el piloto. Abajo, en la playa, los malos no nos ven hasta que tienen el 'pájaro' encima
Todos son cazadores. Nadie se mete en una planeadora solo por dinero. Nadie les persigue solo por el deber

Veintinueve meses de trabajo concluyen esta noche, aquí mismo, sobre la playa. Quinientas cincuenta páginas que he querido rematar en uno de los escenarios de la historia, para recordar los últimos detalles -estoy a tiempo de corregir las galeradas- y también como excusa para salir una noche más de caza con los viejos amigos, ahora que la realidad se mezcla en mi cabeza con la ficción hasta el punto de que resulta imposible separar una de otra. (...) En cuanto a la escena que vivo esta noche, suspendido entre cielo y mar en la cabina del BO-105 de Vigilancia Aduanera, ya la viví muchas veces como reportero, en otro tiempo, cuando entre viaje y viaje de la cosa bélica venía de caza al Estrecho; porque Gibraltar era la principal base contrabandista del Mediterráneo occidental y las imágenes eran rentables y espectaculares, y había adrenalina a chorros, y encima abríamos con esas imágenes los telediarios y nos lo pasábamos -Márquez, Valentín, los viejos colegas de la Betacam- de cojón de pato. Pero de eso hace la tira. Desde entonces han cambiado las cosas; y además, esta noche, lo que hago no tiene fronteras claras entre lo imaginado y lo vivido. Gracias a los viejos amigos de Aduanas -la agenda de un antiguo reportero contiene de todo-, ahora no vuelo para la tele, como cuando era un mercenario más o menos honesto, sino que vuelo para mí. Para la novela en la que trabajo desde hace 29 meses: la joven mexicana que huye a España y, tras un largo y accidentado camino de 12 años, se convierte en la reina del narcotráfico en el estrecho de Gibraltar. Y lo paradójico es que, en la historia que se cierra esta misma noche, el escenario que elegí hace mucho tiempo para la imaginaria residencia española de la protagonista, Teresa Mendoza, la Reina del Sur, está a menos de quinientos metros de la playa donde ahora el helicóptero de Vigilancia Aduanera cae del cielo sobre la planeadora contrabandista. Lo que tiene mucha guasa, o al menos la tiene para mí. Y lo más curioso es que ni los hombres que están en tierra ni los que se encuentran en la cabina aquí arriba saben nada de eso. Ya ves, me digo. Chaval. Qué extrañas son las coincidencias y las bromas de la vida. (...)

"Vamos allá", dice el piloto. Abajo, en la playa, los malos no nos ven hasta que tienen el pájaro encima, cuando la sombra negra parece salir del mar y Javier les mete el foco en los ojos, y corren en desbandada, arrojando los fardos. Maricón el último. Los hemos pillado justo en el momento: demasiado pronto tiran el hachís al mar, demasiado tarde se largan por tierra y se escapan a bordo de la planeadora vacía. Las palas volando a dos metros del suelo levantan torbellinos de arena, y entre ellos se tira José Luis Domínguez, blandiendo la linterna a modo de arma mientras grita, "alto, Aduanas, alto", mientras los malos, que no le hacen, por supuesto, ni puto caso, corren como conejos y el oleaje atraviesa la goma abandonada en la playa. Hasta hay un cojo, lo juro, que deja la muleta en la playa y sale zumbando a saltos sobre la pierna sana. Pero lo que interesa es asegurar el hachís: esta noche solo somos cuatro porque todo fue rápido y no hubo tiempo de avisar a nadie en tierra, y ya me dirán cómo se para a 11 o 12 tíos alumbrándolos con una linterna. Además, si aparece ahora la Guardia Civil, teme José Luis, y te pillan descuidado, les echan mano a los fardos y se apuntan el servicio. "Que para eso los picos madrugan que te cagas, oye". Y Jesucristo dijo hermanos y tal, pero nadie dijo primos. Así que los pilotos maniobran el pájaro acercándolo más a la playa, José Luis le pone un pirulo con destellos azules al hachís y los malos, qué remedio, se piran por esta noche, porque lo que es yo no voy a ponerme a perseguir a nadie. Ni siquiera al cojo, que a estas alturas, salta que te salta, debe de andar ya por Estepona. El que suscribe es novelista y solo ha venido a mirar. Además, qué carajo. También los malos me son familiares, pienso mientras salto a mi vez del helicóptero y me acerco a la planeadora para observarla de cerca. Varias de las escenas de la novela que acabo de terminar transcurren a bordo de lanchas de goma como esta, con cargas similares a la que transporta. En otro tiempo mantuve también estrechas relaciones con los del otro lado de esa frontera, a veces difusa, que solemos definir como la de el delito y la ley. Eso me ha permitido contar la historia de Teresa Mendoza precisamente desde ese lado: recrear las persecuciones nocturnas, la costa marroquí, las luces de los faros españoles entrevistas en la marejada, cuando aún no había GPS y se navegaba a ojo, a puros huevos, del economato de Al Marsa derecho al norte, por ejemplo; o rumbo 60 desde Ceuta, y al perder de vista el faro, rumbo norte, entre las farolas de Estepona y de Marbella. Narrar la forma de vida de los narcos del Estrecho, tal y como los conocí hace 15 o 20 años. Algunos de los viejos amigos de ese otro lado de la noche -entonces eran jóvenes, y las planeadoras, el tabaco, el hachís y el mar suponían para ellos una gozosa y rentable aventura- ya no están. Se han jubilado. Hola, adiós. Cómo pasa el tiempo, colega. Otros están muertos: completamente RIP. Y a algunos, varios años en cárceles marroquíes los han vuelto casi irreconocibles, amargos y malos de verdad. En fin. (...)

También ellos son leyenda, aunque no lo sepan, pienso mientras observo moverse por la playa a los tripulantes del pájaro. Y también son cazadores natos, decido una vez más. Nadie se mete en una planeadora solo por dinero. Ni loco. Nadie los persigue jugándose la vida solo por sentido del deber. Ni borracho. Hay algo personal en todo esto. Reglas propias, códigos íntimos de cada cual. Hace muchísimo tiempo que conozco a algunos de ellos, tanto dotaciones de helicópteros como de turbolanchas HJ, y estos tíos siguen asombrándome. Vuelan de noche a ras del mar, empapados por el aguaje de las lanchas contrabandistas, se tiran en la oscuridad sobre planeadoras que huyen entre pantocazos a 50 nudos, aterrizan en playas estrechas y lugares imposibles, abordan mercantes cargados de cocaína en mitad del Atlántico. Tengo un montón de cintas de vídeo hechas con ellos en los viejos tiempos: persecuciones increíbles en Galicia, en el Estrecho, a bordo del pájaro o planeando a 50 nudos en palmos de agua por la orilla, o entre las bateas mejilloneras, a oscuras y con la única luz del foco oscilante, los rostros de los contrabandistas mirando atrás, los fardos arrojados por la borda, el aguaje de la planeadora cegando al helicóptero, la adrenalina, el miedo, la caza. Chíngale.

La caza. Esa palabra acude constantemente a mi cabeza esta noche, y tal vez sea porque lo resume todo: lo que ellos hacen, lo que yo hago aquí; la novela que he escrito y de la que por fin, de esta forma casi simbólica y frente a tonelada y pico de chocolate fresco, acabo de librarme. A media historia, capítulo seis, necesité algo concreto. Imaginar sobre el terreno, o más bien sobre el mar, el itinerario de una persecución a lo largo de la costa española, desde Punta Castor, cerca de Estepona -un sitio cojonudo para alijar hachís, dicho sea de paso-, hasta un lugar conocido como la Piedra de León. Anduve por la zona dándole vueltas, sin terminar de verlo del todo, hasta que la gente de Vigilancia Aduanera me sacó del apuro. Chema Beceiro, el patrón de una HJ, me llevó de patrulla nocturna al mar, como en los viejos tiempos, y a bordo de esa embarcación pude establecer, milla a milla, el itinerario que Santiago Fisterra, alias El Gallego, el patrón de la planeadora Phantom en la que navega Teresa Mendoza, sigue a lo largo de la costa en una escena de cacería nocturna donde solo los nombres de los personajes son del todo ficción. Roooar. Como la vida misma.

"Estoy sangrando como un jalufo". José Luis, el observador del helicóptero, se ha cortado profundamente las manos con los cristales de una tapia al perseguir a los malos. (...) Javier Collado deja a Juan, el copiloto, vigilando el helicóptero, y viene a reunirse con nosotros. Javier es mi amigo desde hace 15 años: desde aquella primera noche en que salimos juntos a cazar planeadoras gibraltareñas, él para Vigilancia Aduanera, y yo, para los telediarios, o para Informe semanal, o para algo de la tele, ya no me acuerdo bien, y nos quedamos el uno con el otro para siempre. Durante mi vida como reportero volé muchas veces en helicóptero, en paz y en guerra, con pilotos militares y civiles, y jamás encontré uno como él. (...) De las 12.000 horas de vuelo que acaba de cumplir, las cuatro quintas partes las ha hecho volando de noche. Es leyenda viva, y yo he visto a los contrabandistas, al reconocerlo, darse con el codo y mirarlo con respeto. Ahí va ese hijoputa. Fíjate, oye. El piloto del pájaro. Y quiero tanto a este cacereño volador, que hasta lo he metido en la novela, con nombre y apellidos. De personaje. Me lo prohibió, claro, porque todo lo agresivo que resulta cuando está allá arriba lo es de tímido en tierra firme, donde no habla por no molestar. Pero me importa un pito. Los amigos están para joderlos, le he dicho. Y para compensar el mal trago de verse como personaje de ficción, acabo de regalarle un dibujo de Joan Mundet, el ilustrador de El capitán Alatriste, para las dotaciones de los helicópteros Argos de Aduanas: el jalufo. Un cerdo con casco de piloto y bufanda de Snoopy bajo un cielo estrellado, con la leyenda: VenorNoctu: cazo de noche. Con dos cojones.

Los pilotos del Servicio de Vigilancia Aduanera tienen a tiro a los malos. Los traficantes de droga sueltan los fardos y se largan, cada uno por su lado.
Los pilotos del Servicio de Vigilancia Aduanera tienen a tiro a los malos. Los traficantes de droga sueltan los fardos y se largan, cada uno por su lado.RICARDO GUTIÉRREZ

Del hachís a la cocaína

Puerta de Europa. España, según informes de Europol, es "la puerta de entrada a Europa" en la ruta de la droga. En 2010, la policía española le arrebató al narco 384.315 kilos de hachís y 25.241 kilos de cocaína.

Desde México. Aunque la novela de Pérez-Reverte se construía sobre la ficción de un narcocorrido, la realidad ha ido en paralelo a su Reina. "Hay datos de mafias mexicanas" en España, constataba en octubre la fiscalía antidroga. Hasta ahora eran colombianas.

Adaptación. La reina del Sur se adaptó para el canal hispano de EE UU Telemundo, que registró en el estreno el mejor dato de su historia. Mientras, los latinos del país comenzaron a preguntarse qué era el hachís. La resina del cannabis es la droga más popular en España. Con ella se empieza pronto: casi un 20% de los quinceañeros madrileños asegura haberla fumado, según un estudio de 2010. Somos el cuarto país de Europa en consumo de cannabis y el segundo en cocaína, tras Reino Unido, según el Observatorio Europeo de Drogas.

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