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EN SU PUNTO

Los tres reyes guapos

En la galaxia de Hollywood quedan pocas estrellas de verdad. Pero George Clooney, Brad Pitt y Daniel Craig cumplen con todos los requisitos para aplicarles esa definición. Tienen aura. La mezcla de rostro, voz y capacidad de seducción que hace a un galán. Tienen... presencia. Dentro y fuera de la pantalla. Inconfundibles. Hombres de verdad y guapísimos. Además, les une algo cada vez más difícil de encontrar en esta industria de modas pasajeras. Clooney (50 años), Pitt (47) y Craig (43) son actores de carrera sólida. Lucen las cicatrices del tiempo y la sabiduría que da un oficio triturador. Sus filmografías extensas y variadas solo se ven superadas en longitud por los ríos de tinta que se escriben de ellos en la prensa de corazón.

"Perdemos nuestra alma cada vez con mayor rapidez" (George Clooney)
"Me gustan las historias de quienes luchan contra el sistema" (Brad Pitt)
"Me gustan los periodistas. son una parte importante de la sociedad" (Daniel Craig)
"¡Cómo voy a querer ser político si me considero un dictador!" (G. Clooney)
"Disfruto con lo físico. Así que cuantos más héroes, mejor" (Daniel Craig)
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George y Brad son amigos y han trabajado juntos en cinco ocasiones, además de colaborar de manera continua en algunos de los proyectos altruistas que les unen. "Bueno, yo nunca le llamo amigo", se apresura a corregir, con guasa, Clooney. No olvida que Pitt, dos veces premiado como el más guapo por la revista People, como él, se lanzó a la fama al arrebatarle el papel del joven efebo en Thelma y Louise. A Pitt y Craig les une otra lista. La de la revista Forbes, que les sitúa este año entre los actores mejor pagados.

Son los tres nombres del momento y están que no paran, viajando por todo el mundo para ir dando a conocer sus próximos estrenos a la vez que ruedan el siguiente. Clooney cuenta con dos títulos con olor a Oscar: Los idus de marzo, que dirige y protagoniza, y Los descendientes, de Alexander Payne, que se estrenará en España en invierno. Pitt suma El árbol de la vida, de Terrence Malick, una de las sorpresas de este otoño, y Rompiendo las reglas, de Bennett Miller, que llegará en febrero. Craig, el más prolífico, lo hace todo: tras la reciente Cowboys & Aliens y Las aventuras de Tintín, estará en la adaptación norteamericana de Millennium, dirigida por David Fincher y que aterrizará en España en enero, más la película de terror Detrás de las paredes, de Jim Sheridan, recién estrenada, y su puesta a punto para regresar como James Bond el año que viene. Semejante trajín les llevó a los tres a confluir en Cancún (México) para promocionar sus trabajos y para regocijo de los periodistas invitados.

Es fácil sentir un parentesco entre ellos y los galanes de leyenda: la sonrisa pícara de Cary Grant en Clooney, la mirada magnética y hermética de Steve McQueen en el inglés y el carisma de Robert Redford en Brad. "Cualquier comparación es buena, pero exagerada", dice Clooney. "Como mucho, yo hablaría de rendir homenaje a aquellos a los que admiro. Aunque la verdadera palabra es robo. Robo a los que más admiro", bromea con facilidad el que saltó a la fama ya adulto como el doctor Doug Ross de Urgencias. No hay mano que no estreche ni fotografía para la que no se pare, siempre con aire campechano. Para la ocasión lleva pantalones de mahón y polo blanco playero que resalta más su bronceado perfecto. Se le ve algo cansado, más delgado y bajito de lo que esperas, pero su sonrisa irradia sinceridad.

"Desde que le conozco es el mismo. Lo que ves es lo que hay. Claro que ahora tiene algunas canas más", dice Grant Heslov, el guionista, director y amigo que ha trabajado con él en Buenas noches y buena suerte, Los hombres que miraban fijamente a las cabras y Los idus de marzo. "Es alguien astuto que sabe lo que se hace, genial con la gente y que sabe conectar. Muy diplomático. Sería un buen político, sí, pero no tiene ninguna intención". En Los idus de marzo interpreta precisamente eso: un aspirante a la presidencia de Estados Unidos al que, como a Clooney, le quieren hasta los enemigos. "La política y los escándalos son un tema universal, algo que ocurre desde hace siglos. Lo único que quizá ha cambiado es que cada vez nos dejamos llevar más por el deseo de triunfar y eso hace que perdamos nuestra alma con más rapidez. Yo perdí la mía anoche, sin ir más lejos", dice Clooney, en su estilo habitual de rematar con una broma un argumento más o menos serio.

Él no busca labrarse una imagen de galán, sino otra cosa: "Hacer películas que hablen de temas que me permitan mirar a mi padre a los ojos y sentirme orgulloso de lo que he hecho". No todos sus filmes son así, y él también lo sabe. Pero por cada desastre tipo Batman & Robin, por cada taquillazo al estilo Ocean's eleven y sus continuaciones, por cada anuncio de relojes o café, hay un Syriana o un proyecto altruista como el Not on Our Watch, desarrollado junto a sus amigos Pitt, Matt Damon y Don Cheadle para poner freno a los abusos que se cometen en el mundo.

Por eso, más que guapo, estrella o galán, la revista Newsweek acuñó este año para él un nuevo calificativo: "Estadista de Hollywood". "Mis acciones solo responden a eso que todos pensamos alguna vez: intentemos hacer lo correcto", dice. Y explica que se crió en la década de los sesenta en el seno de una familia que le enseñó a distinguir "entre el bien y el mal". Como buen estadista, es también pragmático. Su dedicación va más allá de unas fotos, un cheque o bonitas palabras. "Uno tiene que especializarse. Eso lo aprendí de Bono. Me encanta ayudar en lo que puedo, pero cuando lo hago realmente me vuelco dedicando a ello muchas horas de trabajo". Consiguió canalizar la atención de la prensa en la situación de Darfur y su intervención ayudó al nacimiento de un nuevo país, Sudán del Sur. No quiere parar. De ahí que si de Nespresso puede haber cobrado fácilmente el millón y medio de dólares que se embolsa ahora Julia Roberts por hacer lo mismo para Lavazza, el ganador del Oscar por Syriana ha financiado de forma privada con sus amigos otro proyecto llamado Eye in the Sky. Es un satélite, pero no para vigilar la vida amorosa de los famosos, sino para monitorizar la frontera entre los dos Sudanes y evitar conflictos.

¿Y no quiere ser político? "¡Cómo voy a serlo si yo soy un dictador, como lo son todos los directores de cine", bromea una vez más. "Los políticos tienen que responder a la gente. Mi única responsabilidad es la de responder al público que paga la entrada".

Hay más razones por las que Clooney nunca se dedicará a la política. Los líos amorosos del eterno soltero ya son parte de la cultura popular. Como con todo galán, existen rumores de homosexualidad, aunque ha estado siempre rodeado de mujeres. De Kelly Preston, Renée Zellweger y Talia Balsam, quien fue brevemente su esposa, a esas a las que hizo famosas con su compañía, como Elisabetta Canalis, de quien se separó este año tras dos de relación. Sobre Stacy Kiebler, su nueva acompañante, dice: "Tengo muchos amigos. Amigos, amigas. No hago diferencias en ese sentido. ¿Me he escapado bien por la tangente? Soy un maestro". Y es imposible no reírse con él.

Ahora baraja pasar definitivamente al otro lado de la cámara. Escribir y dirigir son "infinitamente más creativos que actuar". Además, no quiere ser el último en irse de la fiesta. Pesa medio siglo de vida en una industria de carne joven. "Quien se crea que tiene una sólida base de seguidores está equivocado. Hubo un tiempo en el que estrellas como Clark Gable contaban con ese apoyo sin importar lo que hicieran. Ahora los tiempos han cambiado y yo prefiero adelantarme. Decir adiós antes de que me echen".

Al contrario que las facciones siempre maduras de Clooney, Pitt conserva los mismos rasgos de juventud que le dieron la fama incluso cuando se acerca a los 50.

La primera vez que le conocí, su melena era larga y brillante, y sus ojos, jóvenes y curiosos. Fue por Leyendas de pasión. Aunque parece igual, ya es otro. Donde antes había alguien huidizo en sus respuestas, ahora hay una estrella que sabe lo que se hace y lo que se dice. Tiene su propia productora y está terminando World war Z, un filme de zombis.

Reconoce que le costó hacer las paces con la fama. Además, tras unir fuerzas con Angelina Jolie, Pitt pasó a formar la pareja más conocida del planeta. ¡No querías fama, toma dos tazas! Pero nadie lo lleva como él. Sabe que no es para siempre y también quiere hacer todo lo posible para aprovechar el momento. "Somos pocos los que sobrevivimos a este proceso. Es una criba continua", son las palabras de Clooney. Brad se muestra todavía más tajante: "La vida viene con fecha de caducidad".

Pitt comparte su vida desde 2005 con Jolie y son padres de ese pequeño equipo de fútbol internacional que llaman familia y que componen sus tres hijos adoptados (Maddox, Zahara y Pax) y los tres biológicos (Shiloh, Knox y Viviene). "¿Poco convencional, no?", se regodea.

A Pitt tampoco le gusta hablar de sus éxitos de taquilla ni de sus candidaturas al Oscar (12 monos y El increíble caso de Benjamin Button), sino de esas "victorias silenciosas" de las que se siente orgulloso y las "causas nobles" a las que dedica su energía y su fama. Él no las cita. "Por algo son silenciosas", reconoce con sonrisa cómplice.

Uno de estos es el Proyecto Katrina, que Clooney delata como obra de su amigo. "Brad y Angelina ayudan de una manera brillante. Me siento orgulloso de pertenecer a su círculo", dice Clooney, esta vez sin bromas. El proyecto está enfocado a la reconstrucción de Nueva Orleans tras la ineficaz respuesta oficial al paso del huracán. La construcción de viviendas que subvenciona pretende crear esperanza y un futuro más ecológico. Pitt subraya que no fue el huracán, sino la rotura de las presas, lo que causó la devastación. "No fue un acto de Dios. Más bien un error humano".

A Pitt le gusta también hablar de cómo ha cambiado su presencia en esta industria. "Todavía recuerdo los comienzos. Tiempos duros en los que no tenía dónde asirme para calmar mis temores", rememora de cuando, como tantos otros, decidió buscar fortuna en Hollywood con 20 años, ninguna preparación y poco dinero en el bolsillo. Fue difícil alejarse del estereotipo de guaperas en el que querían encasillarle, pero supo escabullirse. "Ahora me tienes perseguido por los zombis", describe con humor de su rodaje actual.

Como productor, dice, trata de hacer realidad historias que, si no, difícilmente verían la luz. Esa es su estrategia para Plan B, compañía que fundó junto con su entonces esposa Jennifer Aniston en 2002 y que ha sobrevivido a escándalos, divorcios y modas para hacer de Pitt no solo una estrella, sino un productor respetado.

Y como actor, ¿cuál es su balance? Sonríe y suena como el conejito de Alicia en el país de las maravillas: "No sé lo que me queda y quiero hacer películas que merezcan la pena. Que signifiquen algo para mí", responde. ¿Como El árbol de la vida? "Y como Rompiendo las reglas. Me gustan las historias de quienes luchan contra el sistema".

Pitt se identifica con los que navegan a contracorriente desde que salió del "colchón religioso" en el que se crió en la América profunda. La industria en la que ahora se mueve con tanta soltura, sin la necesidad de probar nada, le sigue gustando. Una de zombis o una de animación (Happy Feet 2). "Cada película lleva su tiempo. De cuatro a seis meses de rodaje si eres el protagonista más la preproducción y la pospro. Es mucho tiempo. Y si quisiera ser director, más. Eso queda para George", bromea.

Pitt desea, sobre todo, estar con su familia. Él y su troupe llevan una vida nómada donde alternan sus "campamentos" en Los Ángeles, Nueva Orleans y Francia. "Yo araño todo el tiempo que puedo para estar con mi familia. Me tiene que interesar mucho lo que me propongan para lanzarme a ello".

No se puede decir lo mismo de Daniel Craig. Su entorno sigue siendo numeroso, "la comisión Craig", como llama a ese equipo de asesores que le rodea y le da consejo. Un grupo que en lo laboral tiene a esta estrella criada en los alrededores de Liverpool (Reino Unido) bien ocupada y, en lo personal, bien protegida. Si su elección como James Bond hace cinco años sorprendió a todos y aún más su éxito en un papel al servicio de su majestad para el que a priori había sido crucificado como demasiado rubio, bajo y mayor, su habilidad para casarse en secreto con la actriz Rachel Weisz el pasado junio todavía tiene a la prensa del corazón rascándose la cabeza.

Y a sus seguidoras, tirándose del pelo. El único consuelo: la vuelta de Clooney al mercado de los solteros.

La boda queda fuera de los límites de esta entrevista. No quiere momentos tensos con la prensa como los que vivió Pitt años atrás cuando tuvo que promocionar junto a Angelina el filme Mr. & Mrs. Smith, en el que se gestó el Brangelina. Weisz y Craig también se conocieron en un rodaje, Detrás de las paredes, pero el idilio de ambos fue mucho más discreto. "Estoy disfrutando de un momento muy feliz en mi vida", es lo máximo que dice el británico. El resto queda en la intimidad, sin las bromas que George utiliza para salirse por la tangente ni ese tono padrazo en el que se escuda Brad.

Daniel es austero en todo, amante de sus camisetas negras, esas que le ciñen bien los pectorales que ha echado en los últimos años, y de sus vaqueros. Se diría que es alguien que puede vivir sin nada.

David Fincher, su director en Millennium, dice que lo mejor de Daniel Craig es su masculinidad. Alguien serio con quien es divertido trabajar. Además, describe un sentido del humor que resulta invisible a la prensa. Harrison Ford habla de Craig como alguien a quien está orgulloso de pasar las riendas. Quizá por lo gruñones que son ambos.

Cowboys & Aliens no funcionó con la fuerza que se esperaba, pero el futuro de Craig puede estar asegurado fácilmente hasta 2020 solo con la trilogía Millennium y su papel como 007. "Ha sido un golpe de suerte", insiste de una carrera que subió como la espuma y en la que pasó de ser uno más con carisma en películas como Lara Croft: Tomb Raider a beber de la misma copa de Martini que Bond.

Nunca lo soñó. "La razón por la que quise ser actor es porque me gustaba fingir caídas dramáticas. Jugar a que me mataban perseguido por mis amigos con un Winchester de juguete. No jugábamos a ser Bond. En la arena de las playas inglesas, lo que veíamos era el Lejano Oeste".

El rodaje del próximo Bond, la número 23, comienza este mes con Sam Mendes como director y dejando atrás los problemas financieros de la MGM que han ralentizado esta franquicia. Tras las dos últimas entregas, hay mucho dinero en juego.

Craig insiste en que no le importa si un proyecto es grande o pequeño. Con cada película se sigue considerando ese chico de Liverpool, con zapatos nuevos, fascinado por los nombres que le rodean: Spielberg, Ford... "Tengo 43 años. Eso significa que quizá me queden otros dos años con este ritmo antes de que empiece a ser demasiado viejo para dar botes por ahí o simular esas caídas que tanto me gustan. Disfruto con lo físico de mi trabajo y quiero aprovechar este tiempo lo más posible. Cuantos más héroes, mejor".

La única pega puede ser la de siempre, la pérdida de su intimidad. El tener que ir con esa guardia pretoriana que le acompaña en todo momento. Una docena en esta gira. Cada uno de sus encuentros con la prensa empieza con un "ya están avisados" cuchicheado al oído. Frase clave que confirma que la prensa está advertida de que si quieren hablar con Craig, a Weisz ni mentarla. "A mí me gustan los periodistas", afirma poniendo una sonrisa a su mirada glacial. "Son una parte importante de la sociedad moderna". Pero tras el escándalo de las escuchas de los medios de Murdoch, añade: "Tanto a nivel político como periodístico, es momento de reflexión, de aclarar cosas en mi país".

Si hay algo personal que reconoce y hasta le hace gracia es precisamente la reacción de la gente cuando ven el actor que interpreta a James Bond: "Me miran con un gesto de incredulidad. Sí, como lo oye, con incredulidad. Con cara como de decir: ¿y es esto todo lo que hay?".

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