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La corrupción acosa al Gobierno de Brasil

Seis ministros han sido apartados del cargo en menos de un año de mandato - Dilma Rousseff preside una coalición de 10 partidos con parcelas de poder

Juan Arias

La salida de seis ministros de Dilma Rousseff en apenas 10 meses de Gobierno -cinco de ellos por corrupción; el último, el de Deportes, el comunista Orlando Silva, la noche del miércoles- revela una grave crisis en la política de Brasil.

Según Luis Felipe Miguel, catedrático de la Universidad de Brasilia, la presidenta Rousseff tiene que combinar "una imagen de limpieza con una coalición de Gobierno no tan limpia". Miguel cree que se trata de una "disputa por parcelas de poder" dentro de los partidos aliados, en los que reina el llamado fisiologismo, o reparto de poder en beneficio del propio partido, sin escrúpulos ideológicos, como se acaba de ver con el Partido Comunista al que pertenece el ya exministro de Deportes.

El Gobierno funciona con un esquema heredado de Lula da Silva
Rousseff quiere reformar su Gabinete en enero para ganar poder

Brasil va bien económicamente, pero cojea visiblemente en su sistema de gobierno. El gigante latinoamericano, cuya vitalidad y futuro son indiscutibles, está necesitando con urgencia una reforma política para que no acabe comprometido el dinamismo de su sociedad, de su industria y de su comercio.

"En estos 10 meses de Gobierno de Dilma, ha quedado clara la existencia de un mosaico de operaciones criminales contra el interés del contribuyente", escribía ayer en su editorial el diario O Globo. Y el diario Folha de São Paulo se preguntaba "cuándo va a aparecer el próximo escándalo".

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Lo más grave de la actual crisis, que pone en peligro la supervivencia misma de Rousseff y todo el sistema de alianzas creado por su antecesor, Lula da Silva, no es quizá el hecho de que cinco ministros -el Ejecutivo cuenta con 38- hayan tenido que dejar sus cargos arrastrados por acusaciones graves de corrupción. Lo peor es que, menos en el caso del exministro de la Casa Civil, Antonio Palocci, en los restantes no se ha tratado solo de desvíos de conducta personal, sino de una trama de corrupción creada en los ministerios como forma de financiación ilícita del partido al que pertenece el ministro.

La oposición, por ejemplo, ha criticado ayer duramente el nombramiento de Aldo Rebelo para sustituir al último ministro dimitido, Orlando Silva, de Deportes. Rebelo es una figura eminente del Partido Comunista de Brasil (PCoB), la formación del ministro dimitido. Según la oposición, puesto que en dicho ministerio, en manos del PCdoB, existía una trama de corrupción, la cartera debería pasar a otras manos.

El dilema de Rousseff, una presidenta gestora, preocupada por los resultados concretos, no es fácil. Ella advierte cómo se paralizan los ministerios zarandeados por los escándalos. El caso de Deportes ha sido emblemático. La trama de corrupción ha acabado paralizando las obras del Mundial de Fútbol de 2014 -que ya estaban atrasadas-, mientras el Gobierno está enzarzado en una disputa con la FIFA, organismo que no acababa de sintonizar con el ministro dimisionario.

Rousseff, por lo menos hasta que no se lleve a cabo una reforma política a fondo, no puede prescindir de la alianza de 10 partidos que apoya a su Gobierno, y que fue heredada de su antecesor Lula da Silva. El partido de Dilma solo tiene 83 de 513 escaños.

La mandataria está tratando de abrirse algunos espacios, como señalaban ayer varios comentaristas políticos, para restar poder a los partidos y concentrarlo en la Presidencia de la República. Para ello está deshaciéndose de los ministros más comprometidos con la inercia heredada de su antecesor, según el cual un ministerio se administra en función del partido político de su titular. Rousseff quiere al frente de los ministerios a personas que respondan directamente ante ella y no ante el jefe de su formación política.

La opinión general es que, en enero, coincidiendo con el primer aniversario de su llegada al poder, Rousseff llevará a cabo una reforma ministerial y podrá contar por fin con un Gobierno verdaderamente suyo y no tendrá que presidir, como hasta ahora, un Gabinete que en su mayoría es fruto de una herencia del pasado. ¿Bastará eso para resolver los graves problemas que presenta la gobernabilidad en Brasil? Quizá, no, explican los expertos de la política, porque el mal es de fondo, es del sistema con el que la presidenta brasileña no puede acabar de un plumazo.

La presidenta de Brasil, Dilma Rousseff, en una reunión internacional el día 18 en Sudáfrica.
La presidenta de Brasil, Dilma Rousseff, en una reunión internacional el día 18 en Sudáfrica.ALEXANDER JOE (AFP)

Las piezas caídas del Ejecutivo

- Antonio Palocci. Exministro de la Casa Civil, responsable de la coordinación de los otros ministerios. Pertenece al Partido de los Trabajadores (PT). Dimitió el 7 de junio acusado de enriquecimiento ilícito.

- Alfredo Nascimento. Exministro de Transportes, uno de los departamentos con mayor presupuesto. Pertenece al Partido de la República. Salió del Gobierno el pasado 6 de julio acusado de haber creado una trama de corrupción mediante la facturación de partidas no previstas en contratos de obras públicas.

- Nelsom Jobim. Exministro de Defensa, ha sido presidente del Tribunal Supremo. Pertenece al mayor partido

de la alianza de Gobierno, el Partido del Movimiento Democrático Brasileño. Dimitió el 5 de agosto por haber hecho críticas en público a dos de las ministras nombradas por la presidenta de la República, Dilma Rousseff.

- Wagner Rossi. Exministro de Agricultura, dejó el Gobierno el 18 de agosto tras una serie de denuncias

de corrupción. Pertenecía al partido PMDB.

- Pedro Novais. Exministro de Turismo, dejó el Gobierno el 14 de septiembre. Fue acusado de utilizar el cargo para su enriquecimiento personal. Pertenece al PMDB.

- Orlando Silva. Exministro de Deportes, miembro del Partido Comunista. Dejó el Gobierno el 26 de octubre acusado de crear en su ministerio una trama que podría haber llegado a desviar 40 millones de reales (16 millones de euros).

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