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Reportaje:Bestiario estival

Búho, he dicho búho

Entre los neones barceloneses que perviven destaca la vieja ave de Rótulos Roura

A diferencia que en el londinense Picadilly Circus o que en el neoyorquino Times Square, los gigantescos letreros luminosos que inundaban nuestra ciudad ya han desaparecido. Pero hasta los años ochenta, desde las calles más modestas a las avenidas más amplias estaban colonizadas por anuncios de neón, que ocultaban -con sus reclamos chillones- edificios historiados y viviendas con solera. Una de las cosas que más chocan al ver fotografías de aquellos años es esa selva de carteles fluorescentes, muchas veces superpuestos, que competían por ver cuál resultaba más visible al espectador. Quizá el mayor legado que deja la Administración socialista son esas fachadas devueltas a su dignidad arquitectónica, desde que en 1979 se dictasen las primeras ordenanzas de publicidad. Pero toda norma, por saludable y lógica que resulte, tiene un límite, aquel que reconoce algunos casos como parte del paisaje sentimental de una ciudad. Por esa razón, cuando hace unos años se impulsó la última campaña contra estos antiestéticos anuncios, se decidió conservar -con muy buen juicio- elementos tan singulares como el reloj giratorio del antiguo Banco de Bilbao de la plaza de Catalunya, el letrero de Bella Aurora al final de la calle de Balmes y el termómetro gigante de Ópticas Cottet en el Portal de l'Àngel.

Lleva ahí más de 50 años, vigilando con su mirada miope el cielo de la ciudad
Desapareció la empresa, pero permaneció el anuncio, curiosa paradoja del capitalismo

Entre ese selecto grupo de supervivientes hay un búho que todavía señorea el cruce entre la Diagonal, la calle de Mallorca y el paseo de Sant Joan. Lleva ahí más de 50 años, vigilando con su mirada miope el cielo de esta parte de la ciudad. Ahora está apagado, pero en sus buenos tiempos dominaba el paisaje con su juego incansable y perpetuo de bombillas, que ejecutaban espirales hipnóticas y hacían que el pajarraco nocturno nos guiñara un ojo de vez en cuando. Lo recuerdo de pequeño, yendo en autobús al médico, contando los segundos que tardaba en cerrarse aquel gran párpado, mientras mi madre rememoraba que ahí al lado -en el restaurante Can Soteras-, había hecho su banquete de bodas. Canelones Rossini, pollo de El Prat con patatitas paja y tarta con unos pequeños novios de tela, guardados en algún cajón de casa.

Tan curioso animalito era el emblema de Rótulos Roura, cuyo taller estaba en la calle de Mallorca 346; un ave que podía ver de noche, como los grandes anuncios eléctricos que fabricaban. Era el anuncio de un anuncio. Coincidiendo con la moda del neón y de los letreros a gran escala -trasplantados desde las avenidas norteamericanas que nunca dormían- en 1960 aquella pequeña fábrica se había convertido en un "local exposición", dedicado en exclusiva a la publicidad luminosa. Siete años después, Roura se encargaba de los rótulos de los grandes almacenes Sears de la Diagonal, y recibía la visita del presidente de los fabricantes europeos de propaganda luminosa, que vaticinó: "Barcelona será pronto la ciudad más iluminada del continente".

En esos tiempos, el búho ya era un elemento iconográfico que le daba personalidad a aquel trozo de avenida, y mucha gente lo tomaba como punto de referencia. De alguna forma marcaba el fin del Eixample conocido y el inicio de un nuevo territorio periférico, que aun llevando el mismo nombre tenía más que ver con la vecina Meridiana. Desde sus alturas, irradiando dinamismo eléctrico, hablaba del poderío de la firma que publicitaba. En 1972, Roura abrió oficinas en la calle de Caracas y se convirtió en la primera marca europea del ramo. Siguieron años de prosperidad, hasta que en 1987 fue vendida por primera vez, y tras una serie de cambios de manos, acabó como parte de la multinacional ACS.

Desapareció la empresa, pero permaneció el anuncio; curiosa paradoja del capitalismo. A principios de la pasada década, el Ayuntamiento decidió indultar al mochuelo de marras, aunque apagado y sin el logotipo comercial. Sus nuevos propietarios se comprometían a mantenerlo limpio y con buena salud. Ahora, despojado de significado y sin sus principales armas de seducción, de noche desaparece, y de día parece dormitar sobre el tejado, como una estatua vanguardista o un extravagante adorno arquitectónico. Dudo de que los niños actuales le tengan el aprecio que nosotros le tuvimos; pero ahí está, recuerdo de una ciudad que había despertado al consumismo y que intentaba publicitarse noche y día, con grandes neones de colores que rotaban, giraban y te guiñaban un ojo a la que te descuidabas.

El viejo búho de neón en el cruce entre la Diagonal, la calle de Mallorca y el paseo de Sant Joan.
El viejo búho de neón en el cruce entre la Diagonal, la calle de Mallorca y el paseo de Sant Joan.CARLES RIBAS

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