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Columna
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Un acontecimiento histórico

W. H. Auden fue el primero. Le dedicó uno de sus mejores poemas -Musée des Beaux-Arts-, donde se explaya con La caída de Ícaro, conservado en el Museo de Bruselas. Y el segundo, William Carlos Williams, que le brindó todo un libro en su madurez. Ambos nos avisaron sobre el genio y la actualidad de Pieter Bruegel El Viejo (1525-1569), cuyo prestigio se apoya en su indiscutible posición como el mejor pintor flamenco del siglo XVI, lo cual es decir mucho.

Ya se sabe que esto del prestigio y la celebridad artísticos tiene mucho vaivén histórico, pero no en el caso de Bruegel, que ya en vida suscitó un enorme interés entre los coleccionistas y los polígrafos.

Primer peldaño de una dinastía de varias generaciones de pintores, es ciertamente una figura clave en la muy fecunda senda de los pintores flamencos, pues recogió el maravilloso legado de los primitivos y, en especial, El Bosco, y lo modernizó, porque, entre otras cosas, quizá sea, antes de Rembrandt, el pintor que más y mejor profundizó en la atribulada alma humana en la etapa de profundos cambios de la secularización de la cultura moderna occidental. Es verdad que sus cuadros con temas "campesinos", concebidos desde una satírica óptica burguesa, le hicieron pasar como un estigmatizador de los cómicos distingos con que la naturaleza agobia a los seres elementales: pero Bruegel fue mucho más que un caricaturista de las bajas pasiones y se adentró muy agudamente por los laberintos psicológicos de la mente y, en general, de los misterios de la existencia.

Se trata de la tela más grande conservada del artista del XVI
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En relación con España, la figura de Bruegel y, por tanto, el reciente hallazgo de su cuadro desconocido El vino de la fiesta de San Martín constituyen acontecimientos trascendentales por su significación histórica. Es así, en primer lugar, por la estrecha relación de Bruegel con el gusto español, que está muy bien anudada por haber sido Felipe II un insólitamente fanático admirador de El Bosco y, en consecuencia, de sus secuaces, como Patinir y Bruegel, así como por haber sido Bruegel el pintor preferido del cardenal Granvella, asesor de Margarita de Parma, regente de los Países Bajos por delegación de Felipe II. Esto explica la maravillosa colección de Bruegel que se conserva en el Kunsthistorische Museum de Viena, el templo de los Habsburgo, y que, en nuestro país, se atesorasen hasta dos cuadros fundamentales de este maestro, el de La Torre de Babel, que hoy se conserva en el Museo Boymans de Rotterdam, donde llegó procedente de la colección de la reina Isabel de Farnesio, cuadro al que, por cierto, Juan Benet le dedicó un ensayo, y El triunfo de la muerte, la única obra que conservaba hasta hoy el Museo del Prado, cuya autoría ha sido progresivamente confirmada hasta establecerse hoy sin discusión.

El conocimiento, estudio y restauración de El vino de la fiesta de San Martín es, dicho sin ninguna afectación, un milagro. Lo es que se haya preservado materialmente hasta la actualidad, siendo una pintura al temple sobre sarga, un soporte escandalosamente frágil, pero todavía más al ser una obra de considerables dimensiones, 148 - 270,5 centímetros, lo que la convierte en la tela más grande de entre todas las pintadas y conservadas por este genial maestro. Es obvio que, una vez más, la labor de restauración del acreditadísimo taller del museo se ha apuntado un tanto contundente, porque la obra no solo nos muestra una estremecedora composición organizada en torno a un inmenso tonel rojo que ocupa su centro, sino que giran alrededor, como centrifugadas, hasta un centenar de figuras, cada una de las cuales posee una calidad estupefaciente. Creo, sin exagerar, que es uno de los hallazgos más brillantes y relevantes de toda la historia del Museo del Prado.

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