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CON GUANTES
Columna
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Ataque Aéreo

En un emocionante y conmovedor ensayo de Virginia Wolf, escrito en las ruidosas noches de los bombardeos alemanes sobre Londres y titulado Pensamientos de paz durante un ataque aéreo, leo: "Tenemos que compensar al hombre por la pérdida de sus armas". Se refiere la buena de Virginia a la obligación impuesta a los hombres de sujetar la parte armada del mundo y sus fricciones, en un tiempo en el que las mujeres estaban alejadas de tales actividades y de otras muchas. Curiosamente el abastecimiento: ropas, cañones, balas, vendas… sí era parte de la labor de cuantas mujeres fueron empleadas en la industria de la guerra para alimentar el esfuerzo tenaz de sus muchachos.

En cualquier caso, y con la distancia y el respeto debidos, vuelvo una y otra vez a esa expresión, "… compensar al hombre por la pérdida de sus armas", tratando de entender qué es lo que hemos perdido en este último conflicto entre el bienestar y la ambición y cómo deberíamos compensarnos exactamente.

"Sólo se sale de este enredo dándole a cada causa el aliento de la otra"

Si Virginia Wolf proponía para la paz la sustitución efectiva de cada arma por otro empeño, en esta otra batalla habría también que pensar qué nos damos a cambio de lo que tanto quisimos y nos hizo, a la postre, tanto daño.

Si lo único que echamos de menos en esta situación es la situación que la precedía, es fácil de entender que estamos andando en círculos. A la recesión debería seguirle entonces, y después de contar las bajas que toda escaramuza provoca, un clima de recuperación encaminado a dejarnos exactamente en el mismo punto en el que estábamos (especulación incluida), lo cual diría poco de nuestra capacidad de aprendizaje.

Al final de este laberinto se le pueden dar tres meses, dos años o un lustro, pero si no se aprovecha el laberinto para ir pensando en lo que se va hacer a la salida, no parece que sirva de mucho esto de andar y andar y seguir la huella, que decía Yupanqui.

En el precioso ensayo del que hablaba, Virginia Wolf nos recuerda que no había mujeres en ningún puesto de decisión durante la Segunda Guerra Mundial, y sin embargo se pregunta qué pueden hacer las mujeres para sustituir el orgullo de las armas por otras razones. Entre los bombardeos que sufrimos hoy y aquí, sabiendo no obstante que las malas noticias no destrozan igual que las bombas, se nos podría pedir también a hombres y mujeres que pensásemos por un segundo al menos en qué es lo que se puede hacer para girar siquiera un par de grados la dirección de un modelo que nos trajo hasta esta situación cogiditos de la mano y, a qué negarlo, con frecuencia sonriendo.

Al ritmo que van las cosas, que no es otro que el que marca el tambor de la necesidad, no sería sorprendente que acabáramos por reclamar la resurrección del pícaro Madoff. Al fin y al cabo, su mundo era el que nos gustaba.

Nos revelamos contra nuestra situación actual, pero añoramos la causa de la misma. Extraña forma de mejorar.

Difícilmente se puede culpar a un soldado por una guerra, su entrenamiento apenas dejaba opciones, difícil será por la misma razón que cambiemos las piezas rotas de lo nuestro si no concebimos un error de principio, un objetivo equivocado.

Alterar la razón de las funciones resulta más complicado que transformar las funciones mismas, como bien sabe cualquier marxista desconfiado. Cuanto más se alargue esta debacle, más tiempo para pensar; cuanto más despacio se piense, más se alargará esta sombra. La historia del pensamiento está construida con paradojas.

Una vez más nos enfrentamos al conflicto eterno entre lo urgente y lo importante, sólo se sale de este enredo dándole a cada causa el aliento de la otra. Dejando que lo importante recuerde lo urgente, y viceversa. Cambiando poco a poco las armas por otras razones.

Fácil no es, qué duda cabe, pero es mejor que no hacer nada.

Volviendo a Atahualpa Yupanqui, es demasiado aburrido seguir y seguir la huella, demasiado largo el camino sin nada que te entretenga…

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