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Entrevista:Manuel Pimentel | ENTREVISTA

"No volveré. No tengo talento para la política"

Cita en Córdoba, donde vive y trabaja en su editorial, Almuzara. La ola de calor abrasa los guijarros del casco histórico -"el más grande de España, con permiso de los sevillanos"-, por donde nos pasea con la excusa de buscar un marco para las fotos. Diserta sobre la belleza de la ciudad, su riqueza cultural, su esplendor de milenios: "Hemos ido a menos", sostiene. De verbo exuberante y muy consciente de su capacidad de seducción intelectual, Pimentel despliega un discurso de hombre feliz, conforme con su suerte. Apagado el micro, ante una copa de fino, ofrece a la visita casi todo lo que antes le ha hurtado a la grabadora.

¿Por qué se fue?

Comprendí que sería un Pepito Grillo en mi partido. Ya no encajaba. Ocurrió un hecho con un colaborador [el caso Aycart, un supuesto episodio de corrupción] que no me gustó nada. Lo concreto y el tono difuso general hicieron que entendiera que estaba mejor en casa y me fui. No tiene mayor importancia.

"El libro es un artefacto de vanguardia. Tiene un futuro espléndido"
"El Congreso es una mesa camilla de dos señores. El resto son figurantes"

Pasado el tiempo, ¿se arrepiente?

No, las cosas ocurren cuando tienen que ocurrir, y se hacen con el criterio del momento. No someto el pasado a análisis. No se pueden juzgar los actos del pasado con los criterios de hoy. Hice lo que tenía que hacer, me siento orgulloso de ello, y mi preocupación es el mañana.

¿Por qué se siente orgulloso?

Estar conforme con el pasado es indispensable para poder vivir el mañana. El único criterio para estar orgulloso es porque creo que hice lo que tenía que hacer, no porque le ponga ninguna valoración moral.

Lo digo porque últimamente hemos visto más episodios de presunta corrupción en el PP. ¿Cómo ve el 'caso Gürtel'?

Es interesante periodísticamente, comprendo que levante expectación política, pero no soy imparcial ni justo porque conozco a los afectados, a algunos les tengo afecto y no sé más de lo que se publica. Quizá por esa calidez personal no voy a emitir ninguna opinión pública. Estoy sorprendido, esperando que se aclare judicialmente el asunto.

Es el único ministro del PP que ha dimitido. ¿Se siente orgulloso por lo que supone de toma de postura moral?

Yo no soy árbitro para nada ni nadie, y como no me lo considero, no opino de la moralidad de los demás. Tengo precaución con esto por una cuestión filosófica personal. ¿Quién es más o menos moral y dónde está la altura moral? No tengo ni idea. La vida es una novela, y yo veo el pasado como un capítulo ya escrito de mi novela, no me atormenta. He cometido errores, supongo que algún acierto, y sí, me siento orgulloso, sin más.

Cuando dejó el ministerio, inició una carrera como escritor y editor ¿Cómo fue ese golpe de timón?

Cuando llegas a los 40 te das cuenta de que estás en la mitad de tu vida, que unos sueños se han cumplido y otros no, y que no vas a cumplir algunas ilusiones. Empieza a correr el tiempo atrás. La crisis de los 40: tienes que escoger, ya no todo es futuro. Yo dejé el ministerio a los 40. Estudié ingeniería y Derecho, pero siempre fui empresario. De la política volví a la ingeniería y también empecé a escribir. De pequeño quería ser escritor, era una ilusión, pero nunca la llevé a cabo porque no tenía nada que escribir. Hay personas precoces y otras que necesitan una olla, un guiso de vivencias. Empecé a escribir cuarentón. En un momento dado, me dije: me gusta ser empresario, me gustan los libros; ¿por qué no lo junto y me convierto en mercader de libros? Eso hice.

¿No le dio vértigo ese salto al vacío?

En el fondo son reflexiones que te van llevando. Siempre me ha gustado la ciencia, pero llegó un momento en que la ingeniería no me divertía. La vida no es un valle de lágrimas, hay que hacer el bien, aguantar si viene mal, y disfrutarla. Yo estoy programado para hacer cosas que me gusten, que me den satisfacciones.

Es un epicúreo.

Sí, epicúreo responsable.

Parece una contradicción en los términos.

No, porque los epicúreos son de vida muelle, y yo no, mi autodisciplina es severa. No tenía experiencia en el mundo editorial. Podría haberme asociado a una editorial grande, haberme ido a Madrid o a Barcelona. Pero vocacionalmente decidí hacerlo en Córdoba, que ha estado siempre fuera del circuito. Era un doble reto, pero por lo mismo: porque me gusta vivir en Córdoba. El mundo que viene quizá nos permita eso: competir con la máxima exigencia en primera línea desde un entorno que te haga feliz.

Tiene 10 hermanos, se educó en colegios del Opus. ¿Es usted religioso?

Supongo que mantengo una espiritualidad base, he dejado la práctica religiosa, pero no tengo ningún trauma escolar, desde luego. No soy religioso en el sentido clásico. Ateo tampoco. Afirmar que no hay Dios es el mismo acto de soberbia intelectual que decir que hay Dios. Somos una especie espiritual, y mi espiritualidad se canaliza a través de la Iglesia católica, tengo una influencia muy fuerte. ¿Es mi única verdad? No. ¿Le tengo respeto? Sí.

¿Cuando la jerarquía eclesiástica da doctrina social, se siente aludido?

Entiendo que la Iglesia, una institución privada, tenga derecho a exponer sus puntos de vista, y lo haga a veces contra los tiempos, contra los siglos y con vehemencia. Hay cosas que me parecen bien, otras que no las entiendo, y otras sorprendentes. He publicado un libro sobre Galileo, y es inaudito que aún no se haya revisado la causa general contra él. La Iglesia tiene grandes paradojas. Cuando Juan Pablo II murió, allí estaba el Papa rodeado de Bush, de presidentes, de reyes. Había algo de emperador romano en todo aquello. Todo eso me fascina.

¿De dónde le viene esa pasión por la historia?

De pequeño. Mi diversión estaba vinculada al campo: caballos, caza, pesca, excursiones, y lo que más me gustaba era la arqueología. Andalucía es la tierra con más densidad arqueológica, comparable sólo al valle del Nilo. Aquí no hay una finca que no tenga restos. Buscaba, excavaba cuevas, encontraba flechas, cosas. Tenía un sexto sentido.

¿Y cuándo le entró el gusanillo político?

Yo nunca había tenido inquietudes políticas. En la Universidad me fui de cooperador a un kibutz socialista en Israel y descubrí que no soy de izquierdas.

¿Cómo se descubre eso?

Aquél era un modelo socialista utópico extremo. Los coches eran compartidos, los niños dormían en un cuarto común, y me di cuenta de que yo quería tener mi casa, mi coche, a mis hijos conmigo, cosas muy primarias. Me dije: yo no soy socialista. Pero el golpe fue cuando monté un negocio de ingeniería. Lo pasaba fatal. El discurso antiempresarial que había en la Andalucía de mayoría absoluta socialista era brutal: los empresarios son unos chorizos, lo clásico. Y yo no comprendía por qué esa carga contra la iniciativa, cuando pienso que lo que España necesita es gente que arriesgue. Aquello me rebeló y me apunté al PP.

Pues para ser algo tan 'utilitario', se metió a fondo. Diputado autonómico, jefe del partido en Andalucía, secretario de Estado, ministro.

Sí, pero eso fue el devenir. No conocía a nadie en el partido, pero automáticamente me pusieron a hacer papeles. Me convencieron para presentarme y de repente me vi diputado autonómico. Cuando Javier Arenas me hizo secretario, me entró el vértigo. Le dije que no quería ser político, que estaba bien con mi empresa. Pero fue precisamente mi faceta de empresario la que me fue motivando. Yo amo la libertad individual y la iniciativa, eso hace que yo entre en la corriente liberal. También entiendo que la sociedad tiene que equilibrar, establecer contrapesos, que tiene que haber justicia social. Cuando hacen a Javier ministro de Trabajo y me llama, entendí que aquello tenía una vertiente social. Me ilusioné.

Entonces, no 'era' político, sino que 'estaba' político.

Digamos que me ví político. Con ajenidad y provisionalidad. Como mi pasión no es eso, era inmune a las supuestas glorias del poder. Yo no entré ahí, me vi dentro, y la salida no fue traumática porque nunca dejé mi otra vida. El ministerio me interesó muchísimo. Es el más político, y me parecía que allí podía buscarse el equilibrio.

¿Qué tiene la política para enganchar tanto?

Es muy hermosa, tiene tantas cosas como personalidades humanas. Uno: la capacidad de hacer cosas influyentes, contribuir a transformar la sociedad. Dos: es una vida muy interesante, conoces a gente importante, estás en el corazón de la historia. También te da estatus, conocimiento. Yo cogí la política en una etapa amable. En la primera legislatura del PP no teníamos mayoría absoluta, llegábamos a acuerdos, no había grandes conflictos. Era una etapa sonriente. Yo viví el estrés de la gestión, pero no el de la crispación o el de condiciones tan terribles como las de ahora.

¿Cuándo empezó a nublarse su horizonte político?

Yo no quería estar mucho tiempo. Eso es importante, porque si yo hubiera visto mi vida dentro, habría aguantado más. Luego había cosas de la Ley de Extranjería que no me gustaban nada. Se empezó a marcar distancias, había cosas que no entendía y eso aceleró todo. El tema Aycart fue la puntilla.

¿Tan insoportable era su desasosiego?

Era una sensación de no entender, de perplejidad intelectual. Yo sabía, porque lo decía la EPA, que íbamos a necesitar cientos de miles de inmigrantes. Y no entendía una ley con 25.000 permisos anuales. Ni cómo no creábamos un sistema que hubiera evitado eso tan patético de promover el venga usted, que ya veremos si lo legalizamos. Me sentía mal.

En su despedida del PP habló del carácter monolítico de Aznar. ¿Pudo compartir su perplejidad con alguien?

No se podía. No había debate. Hubo un criterio absolutamente político. Puede que fuera yo el equivocado, pero no lo entendí. Tampoco entendía esas proclamas de que los inmigrantes vienen a quitarnos nuestro modo de vida. Oí cosas tremendas que sentía, intelectual, vital, personal, sanguíneamente, alejadas de mí.

¿Moralmente?

Sí, moralmente también, pero la palabra moral no me gusta.

¿Ética, entonces?

Es que no me gusta; si dices que algo no es ético o no es moral, te pones tú como árbitro, y yo no soy árbitro de nada. Es un criterio subjetivo.

¿Le repugnaron los sucesos de El Ejido?

Lo pasé muy mal. Cuando no actuamos con la diligencia policial que hubiera sido deseable en un Estado de derecho, porque no se puede quemar las casas de nadie, me vino a la cabeza la quema de la judería. Quizá sea por mi vena novelista, tengo esas imágenes de la historia y puedo estar equivocado. Por eso no uso los términos ni ética ni moral. Prefiero el concepto de perplejidad, en mi subjetividad no lo entendía, aún no lo entiendo. No entiendo por qué no nos convertimos en vanguardia en esa materia. Teníamos la capacidad de gestión, y de imaginación, y lo demostramos en otras cosas. Ahí no. Se metió un tema ideológico, una especie de vuelta atrás con un discurso que aún me espanta.

Es conocida su opinión sobre el estilo del presidente Aznar. ¿Cómo ha visto su evolución posterior?

Me pasa una cosa curiosa. Yo discrepé de Aznar, pero ahora que veo que someten al hombre a un juicio a veces excesivo, héteme que me pongo a defenderlo. Aznar tuvo defectos. Tuvo cosas brillantes, ahora se obvian, pero las tuvo. Estuvo bien el conjunto de las dos legislaturas. Como partícipe, la primera me parece brillante. Quizá fuera por la coyuntura, y también por los aciertos, fue uno de los grandes momentos de los partidos liberales en España. En la segunda fueron apareciendo cosas. El síndrome de la segunda legislatura, la elevación sobre el bien y el mal, y luego una politización, un a priori ideológico muy influido por los neocon, y la gestión fue quedando condicionada. Hicimos, y digo hicimos porque el espacio liberal conservador es el mío, un disparate, que fue la guerra de Irak. Aún me sigue causando estupor.

¿Cómo ve el escritor Pimentel el destino de los protagonistas de la foto de las Azores?

Lo llevaban escrito en la frente. Hay perfiles paloma y perfiles halcón. El nominalismo era imponente. Tres halcones en el nido de las Azores. A las pruebas me remito, fue un auténtico disparate. Ahí hubo en el PP una unanimidad sólo aparente. Muchos no entendieron la guerra, pero el PP la votó por unanimidad en el Parlamento. Eso fue lo que me hizo decir: yo no pinto nada aquí, no entiendo nada. Me voy.

Primero fue 'aparato'. Luego, 'ejecutivo'. Después montó un foro deplorando la rigidez de los partidos. ¿En qué momento se cayó del caballo?

Pues mira, a medida que pasan cosas. Cuando hablé con personas muy importantes del PP y sabía que estaban contra la guerra y luego votan a favor. Ése no es un Parlamento que represente la voluntad de los diputados, sino la voluntad del jefe. Nuestro Parlamento es una mesa camilla, de dos o tres señores, los demás son figurantes. A veces se equivocan de voto y los empapelan; en fin, muy triste. En la transición hacían falta partidos, y se les dio una serie de leyes hiperproteccionistas. Deberíamos aliviar esa hiperprotección.

Su evolución política es notable. ¿Vive al día?

Reacciono a los acontecimientos y los sentimientos, pero en un contexto ideológico no demasiado cambiante: el individuo, la iniciativa, la libertad individual. Si una cosa no la entiendo, si me rompe los esquemas, actúo.

Obra en conciencia, digamos.

En entendimiento. Aspiro a entender las cosas.

Huye de las grandes palabras: ética, moral, conciencia.

Sí, porque yo no funciono así. Si me califico así, presupongo que los demás no lo son. ¿Quién soy yo para eso? Me muero de pura vergüenza.

Como editor, sí tiene que arbitrar, decidir qué es digno de publicarse y qué no.

El acto de decidir un libro es importante. Hay un criterio de coherencia. Una editorial es tu catálogo, lo que tienes en la calle, y tiene que haber coherencia. Las editoriales de pensamiento político normalmente se adscriben a una corriente ideológica, como los periódicos, y eso está bien, pero decidimos que Almuzara no iba a predicar nada, que iba a ser una editorial heterodoxa. Hemos traducido, porque he entendido que era bueno, a todos los neocon. A Wolfowitz, Perle, todos los halcones han llegado a España por nosotros, porque entendía que aportaban. Tenemos gente de un lado y de otro, rompedora, que genere debate.

¿Y en no ficción?

La novela es otra cosa.

¿Una especie de enamoramiento?

La novela entra dentro de los sentimientos, ya no hay ciencia, es mucho más alquimia, y ya no sabes dónde está el punto porque depende de las estrellas, del ánimo, del Sol, de la Luna, del viento. El editor puede tomar varias opciones. Uno: yo sólo edito lo que me gusta. Es legítimo, y normal, si me apuras. También puedes decir: voy a editar gente que aporte algo, aunque me guste más o menos. Lo difícil es acertar con el mercado. No creo que los best-sellers se hagan con marketing o por el genio de un editor. No hay reglas mágicas, la mayoría son sorpresas. Lo que sí vas percibiendo, y creo que ésa es la sabiduría del editor, es que las sociedades tienen estado de ánimo, funcionan como un ente vivo, y el libro que conecte con ese estado anímico, que dé una respuesta, una avanzadilla, triunfa.

¿Cómo se le toma el pulso a la sociedad, leyendo las encuestas del CIS, las listas de éxito, lo que se vende en Carrefour?

No. A veces te lo encuentras. Y otras veces apuestas y aciertas, o te equivocas, ése es el talento y el riesgo del editor.

¿Qué pedimos ahora los lectores. ¿Qué queremos?

La gente lee cada vez más. A pesar de la crisis, la venta de libros es muy estable, ligeramente a la baja o al alza. Hablo de número de ejemplares, en euros no lo sé, porque ahora tira más el bolsillo y es más barato. En no ficción se venden los temas económicos, esta crisis nos sorprendió a todos, hay mucha perplejidad, cómo pasó, a ver qué hacemos. La autoayuda también sube. Quizá fallen los sistemas religiosos, espirituales, políticos, y hay gente que sufre y busca respuestas, soluciones en cosas filoesotéricas. Y quién nos iba a decir, en novela, que el género negro iba a tener esta subida. Se ha popularizado extraordinariamente con fenómenos como Larsson.

Quién pillara un Larsson, ¿no?

Esas cosas no hay que buscarlas, aparecen.

Creo que empezó a escribir por las noches en el ministerio.

Allí escribí los primeros folios de Peña Laja. Fue después de una visita a Atapuerca que me produjo una evocación fortísima. Ya tenía una historia que contar. En esto tampoco importa cuánto busques, llegas a un grado de madurez en que te encuentras la historia. Empezaba entonces el debate de la biotecnología, y eso hice, como siempre: mezclar lo que me gusta, la ciencia y la historia. La relación entre el pasado y el futuro.

Siempre evoca el pasado.¿Ha nacido tarde?

Imagino mil veces haber nacido en otro tiempo. Supongo que todas las etapas históricas han sido fascinantes, pero soy hijo de mi época, me gustan sus posibilidades. Supongo que el próximo siglo, cuando culminemos la colonización espacial o la gripe A nos haya diezmado, también será apasionante.

Nació en 1961. La generación de los 'baby-boomers'. Les ha pillado la revolución tecnológica y una crisis brutal a media vida.

Yo no he corrido delante de un gris y he compartido escaño con la gente que nos ha dado la democracia hecha. Pero lo más apasionante de esta generación es que ahora mandamos nosotros. Ya no valen las excusas.

Y nos ha tocado bailar con la más fea.

Ahora. Hace dos años era estupendo. Afortunadamente, la generación posterior no ha sido revisionista, nos podían haber echado en cara muchas cosas.

El reto ahora consiste en manejar esta crisis. No hay referentes, ¿habrá que inventarse algo?

Greenspan, que era Dios y ahora es el demonio, decía que la economía sólo tiene dos estados posibles, el de euforia y el de pánico. Ahora estamos en pánico. Y yo viviré, si llego a viejo, otras dos o tres crisis y otras tantas épocas de euforia. Volveremos a cometer los mismos errores porque está en el alma humana, somos una especie especuladora y nos pondremos con vehemencia a ello. Ahí no tengo esperanza porque la avaricia humana es igual desde el pleistoceno. Pero esta crisis tiene otros elementos. Está la globalización, que es verdad; Internet, que también. Esto es profundo, van a pasar cosas.

Algunos han vaticinado la muerte del libro

. El libro tiene un futuro espléndido. Y hablo de papel. El libro electrónico crecerá, veremos qué modelo prospera, y tendrá su público. Pero el papel sobrevivirá porque es un objeto muy avanzado. Es un artefacto de vanguardia: sensual, ergonómico, estético, personalizado, es patrimonio, y una descarga no. Tendrá cambios, pero seguiremos leyéndolo. Los niños, que son nativos de Internet y no inmigrantes como nosotros, son la generación que más libros lee de la historia.

Una empresa de su grupo tuvo que presentar suspensión de pagos. El editorial no parece un buen negocio.

No es tanto un problema de ventas. Lo estamos pasando mal: suspensiones, impago de distribuidores; la crisis no nos es ajena. Pero mientras sea financiera, saldremos, porque se siguen vendiendo libros.

¿Qué le parece Internet como plataforma política?

Me gusta la figura del enjambre, esas abejas zumbando al unísono. Desde el tamtan hasta hoy, la llamada tiene los decibelios que te permite la tecnología, pero somos enjambre. Hemos multiplicado la dimensión del enjambre en proporción de la capacidad del reclamo, y tendremos que estructurar el nuevo enjambre en función de esas nuevas posibilidades. Internet es el nuevo tamtan. Dicho esto, el alma humana seguirá necesitando que le cuenten historias, enamorarse, sufrir. El papel del editor es seleccionar las historias que lleguen a ese ciberser que dentro de su corazón es igual que siempre.

¿Cómo ve el liderazgo de Rajoy frente al de Aznar?

Las palabras son traicioneras, yo me dedico a esto. Se dijo que no se elegía, sino que Aznar designaba a su sucesor, en términos monárquicos, el sucesor del trono. Y Rajoy tiene un perfil totalmente distinto. Yo lo miro con cariño, será porque me cae muy bien, o porque sé las dificultades con que ha tenido que batirse el hombre. Reconozco que me hace mucha gracia.

Por cierto, se lo debe de pasar bomba leyendo los periódicos.

[Ríe, socarrón]. Sí, lo paso bien. Pero mira, hablando del estilo de Rajoy, ahí lo tienes, y el PP no es un partido fácil, y los intereses son muy fuertes. El hombre ganó un congreso, va a llegar a las elecciones y las encuestas dicen que puede ganarlas.

¿Usted con quién va?

Yo estoy fuera. Pero creo que hace falta una alternancia. Zapatero tuvo una primera legislatura muy buena, hizo cosas que me gustaron. La retirada de Irak me pareció valiente. Pero esta segunda legislatura lo veo fuera. Le ha pillado a trasmano la economía, no le veo coherencia, ni plan, ni liderazgo, da la sensación de ir a trompicones.

¿Para cuándo su vuelta a la política?

No volveré. Es una de las decisiones trascendentes que uno toma en la vida. No sé si tengo talento como escritor o editor, pero sí que no tengo talento para la política. Conozco sus lógicas y no sirvo. No aporto, no es mi sitio, no lo haría bien.

Manuel Pimentel, ex ministro de Trabajo (en el Gobierno de Aznar), escritor y fundador de la editorial Almuzara
Manuel Pimentel, ex ministro de Trabajo (en el Gobierno de Aznar), escritor y fundador de la editorial Almuzara

Soy un epicúreo responsable

El mayor de 11 hermanos, Manuel Pimentel (Sevilla, 1961) estudió en colegios religiosos antes de cursar Agrónomos y Derecho. Su carrera política, bajo el padrinazgo de Javier Arenas, fue fulgurante. De militante de base pasó a diputado autonómico, responsable del PP andaluz, secretario de Empleo y, de 1999 a 2000, ministro de Trabajo. Dimitió 22 días antes de las elecciones y lo hizo público antes de comunicárselo, por fax, al presidente Aznar, con el que discrepó en la política de inmigración. En 2003 dejó el PP por desacuerdo con la guerra de Irak.

Con 40 años comenzó una carrera como escritor y editor que le ha llevado a publicar varios libros (Peña Laja, Planeta, 2000) y a fundar una editorial, Almuzara, en Córdoba. Así junto mis dos pasiones: la empresa y los libros.

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