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UNIVERSOS PARALELOS
Columna
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Plagios de artistas

Diego A. Manrique

Son dos palabras que funcionan como imán: "artista" y "plagio". Su conjunción atrae a medios, fascina al público. Y resulta inútil patalear o desplazar la discusión hacia el campo semántico, puntualizando sobre lo que se considera plagio según el Diccionario de la Real Academia (DRAE) o la legislación: sin disculpas o explicaciones convincentes, esta mancha no se quita. Lo saben los artistas listos y, sobre todo, sus representantes: el 99% de los casos flagrantes se resuelven con pactos discretos; muchas veces, ni se cambian los créditos aunque el inspirador se convierta en coautor y cobre su porcentaje.

Los Rolling Stones eran modélicos en estos asuntos: se preocupaban de que los maestros negros recibieran su parte de las versiones que grababan. Sin embargo, en 1997 alguien advirtió que Anybody seen my baby?, el tema recién sacado para promocionar el disco Bridges of Babylon, tenía parentesco con Constant craving, éxito de K. D. Lang de 1992. Disculpas, negociaciones y ella aceptó graciosamente el acuerdo; un irritado Keith Richards insistió en que el dinero para la canadiense saliera de los derechos de autor de Mick Jagger, responsable del último desliz.

Sin disculpas o explicaciones, la mancha del plagio no se quita

Los Beatles tampoco se libraron, aunque unos fueron más listos que otros. Para el título de Ob-la-di ob-la-da, Paul McCartney tomó un latiguillo de Jimmy Scott, dicharachero cantante caribeño; cuando le llegó su queja, McCartney supo calmarle y contentarle con una ayuda económica, aunque quizás legalmente no estuviera obligado a ello.

George Harrison no tuvo tanta cintura. Su mayor éxito como solista, el sublime My sweet lord, derivaba musicalmente de He's so fine, un pelotazo para The Chiffons. Asombrosamente, y esto dice mucho sobre el grado de aislamiento en que viven las superestrellas, nadie le avisó del peligro. Allen Klein, ex manager de los Beatles, compró He's so fine y exprimió a su antiguo representado. Harrison, que no olvidaba ningún agravio real o imaginado, se desquitó con un par de canciones airadas.

En realidad, todos los artistas de primera división han vivido trances similares. Algunos son objeto de persecución por parte de obsesivos que, contra toda evidencia, se creen plagiados.

En otros casos, se ganaron a pulso los problemas: en sus inicios, los miembros de Led Zeppelin firmaban sin complejos añejos blues, baladas folk y canciones de desconocidos. Aceptaron rectificar en el caso más obvio: Whole lotta love ostenta ahora -como coautor- el nombre de Willie Dixon, auténtico creador del tema, originalmente titulado You need love y grabado por Muddy Waters.

Éticamente, lo anterior quedaba feo: millonarios músicos blancos chupando de las creaciones de modestos músicos negros. Todavía me pasma que Whole lotta love, con Jimmy Page gesticulando entusiasmadamente, fuera la pieza elegida para simbolizar la cultura pop británica en la clausura de los Juegos Olímpicos de Pekín. El mensaje: plagia, que algo queda.

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