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UNIVERSOS PARALELOS
Columna
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Verano en Guantánamo

Diego A. Manrique

Guantánamo. No hay destino turístico más temible. O quizás sí: sabemos que existen otras prisiones remotas de cuyos inquilinos -o sus condiciones- no tenemos noticias, inconcebible eco de los peores horrores medievales. Pero el nombre de Guantánamo ya provoca escalofríos, como equivalente del gulag soviético en el siglo XXI.

En otro tiempo, se podía recorrer aquella zona de Cuba sin miedo a sufrir pesadillas. Asombraba su pobreza: la reputación revolucionaria del Oriente cubano no era recompensada por La Habana, que prefería destinar sus enflaquecidos recursos a poblaciones ideológicamente menos fieles. Las carencias se apreciaban en lo material y en lo cultural. Apenas había rastros del changüí y otras peculiaridades musicales autóctonas. Allí llegaban fuertes las emisoras jamaicanas y dominaba entre los jóvenes la pasión por el ragga, que se bailaba aún más erótico que en Jamaica. Una preferencia musical que quizás haya degenerado en el reggaeton.

Una avalancha de libros y películas tratan el drama de Guantánamo

Por el contrario, nadie hablaba de la base que cierra la bahía de Guantánamo. Cubanos y estadounidenses parecían vivir de espaldas. Y los nativos desconfiaban del visitante que hacía preguntas tontas: algunos creíamos que la Caimanera, inmortalizada por Carlos Puebla (y luego por Robert Wyatt), era una brava lancha de vigilancia y resultó ser una aldea fronteriza. Como Boquerón, otro nombre simpático.

Quizás ahora se entendería más la curiosidad del gallego. Hay una avalancha de libros y películas que tratan del drama de Guantánamo. Y alguna canción, como Without chains, de Patti Smith, inspirada por las memorias de Murat Kurnaz, ciudadano alemán que pasó cinco años en las cárceles -y debe hablarse en plural, ya que existen recintos de crueldades bien graduadas- de Guantánamo.

Junto a los testimonios de las víctimas y las crónicas de periodistas o abogados, ya están llegando las obras de ficción. Tengo curiosidad por The ghosts of Guantanamo Bay, novela de K. R. Jones, esposa de un militar que vivió en la base (Gitmo, para los gringos a los que se les atraganta el español).

Y acaba de traducirse El prisionero de Guantánamo (RBA, 2008), de Dan Fesperman, reportero del Baltimore Sun que visitó aquel recinto y tuvo la suficiente perspicacia para entender que la tournée mediática es un puro espejismo, con celdas y zonas comunales pensadas únicamente para la exhibición.

El libro de Fesperman posee la virtud de adoptar los puntos de vista de los personajes, incluyendo a un detenido yemení, un joven recluta de la yihad al que se disputan diversos servicios secretos. Conviene saber que Gitmo es un territorio donde se amontonan soldados de tierra y de mar, reservistas, la CIA, el FBI y otros buscadores de datos, cada grupo con sus intereses particulares. No todos son torturadores; algunos tienen simpatía por los encarcelados inocentes, especialmente por esos niños a los que atraparon con un Kaláshnikov. De hecho, se reflejan las miserias de los interrogadores y traductores que entienden el árabe; si encima son musulmanes, se les trata con sospecha.

El protagonista de El prisionero de Guantánamo es un antiguo marine que aprendió la variedad yemení del árabe y ahora trabaja para el FBI. Alguien lo suficiente ingenuo para caer en la trampa más elemental de la DI, la Dirección de Inteligencia cubana. Sí, aquí también aparecen las ranas del árbol, esos espías castristas que actúan en Miami, a los que hasta sus enemigos consideran maestros en su profesión.

El prisionero de Guantánamo ofrece la dieta básica del thriller contemporáneo: el enfrentamiento de lobos solitarios con las burocracias de las que dependen, las hazañas de individualistas con portentosa agilidad mental. Pero plantea una hipótesis inquietante: el afán de los vulcanos de Bush por establecer una conexión entre el régimen de los hermanos Castro y Al Qaeda, que serviría para meter a Cuba en el saco de la guerra contra el terrorismo, con consecuencias fácilmente imaginables. Creo que también este año renunciaré a la aventura de volver a buscar el changüí por la provincia de Guantánamo.

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