Mejor comer atún y sardina
Los alimentos funcionales bien utilizados pueden cumplir una función positiva. Es esencial distinguir entre los que tienen base científica suficiente y se promocionan adecuadamente -y son bastantes-, aquéllos sobre los que no se dispone de las necesarias evidencias pero que parecen útiles, y los que se promocionan con poco o ningún fundamento, que también los hay. La normativa de la Unión Europea sobre declaraciones nutricionales y propiedades saludables, nada fácil de implementar, irá poniendo las cosas en su sitio, no sólo para los productos funcionales sino para todo el cúmulo de mensajes sobre eventuales propiedades beneficiosas de determinados alimentos.
Ningún alimento, funcional o no, debe dominar en exceso en nuestra alimentación. La dieta debe ser variada. A base de alimentos normales las personas sanas pueden cubrir perfectamente sus necesidades. Los alimentos funcionales no se concibieron para la población general sino para las poblaciones de riesgo frente a patologías propias de las "sociedades de la abundancia". No son medicamentos, pero las dosis efectivas son importantes.
Un ejemplo puede ser ilustrativo. Una dieta adecuada, en la que el pescado azul y las nueces estén presentes, es la mejor manera de aportar a nuestro organismo ácidos grasos omega-3. Los que no comen nunca pescado azul pueden compensarlo con alimentos funcionales, aunque el papel de estos alimentos no debería ser el de corregir dietas inadecuadas. Los que tengan problemas relacionados con trastornos cardiovasculares asociados a los lípidos tienen en los alimentos con omega-3 un recurso para contribuir a disminuir riesgos o síntomas, o incluso moderar la medicación, eso sí, con el debido asesoramiento sanitario.
No obstante, no está justificado que la población general consuma habitualmente alimentos funcionales con omega-3. Para esto ya están las sardinas y el atún.
Abel Mariné es catedrático de Nutrición y Bromatología de la Facultad de Farmacia de la Universidad de Barcelona.
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