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Reportaje:

Marihuana con receta para vivir mejor

El uso médico se afianza, pero los enfermos tienen que recurrir a 'camellos' - Los críticos temen que esto aliente su consumo lúdico

Javier Lafuente

El cannabis es la sustancia ilegal que más se consume en todo el mundo. Hay quien lo hace porque le ayuda a sobrellevar mejor una enfermedad. ¿Es esto argumento suficiente para afirmar que la marihuana es un fármaco más? ¿O hay que mantener sobre todo la prevención de que se trata de una droga ilegal y que, por tanto, su uso debe ser proscrito? En este caso, como ocurre en la actualidad, los enfermos no tienen más salida que recurrir al camello de turno.

Los dolores de Tatiana Enríquez, médica cubana de 39 años, eran insoportables. Su hematólogo le sugirió: "Fúmate un peta de maría". Ella lo tomó a broma. Pero cuando, tras la segunda sesión de quimioterapia a la que se sometió vio que las náuseas no cesaban, el médico insistió. Durante las 10 sesiones restantes, Tatiana decidió consumir marihuana. "Era un momento de mi vida que había que pasar o moría, así que opté por sufrir lo menos posible", cuenta ahora, cuatro años después, con el cáncer prácticamente superado.

En España existen medio centenar de clubes de consumo controlado
Un ciclo normal de quimioterapia precisa cinco gramos (22,5 euros)
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Tatiana fue afortunada. El equipo médico que la trataba, en un hospital público de Madrid cuyo nombre prefiere obviar, le permitía fumar la marihuana en las instalaciones. "Si alguien te dice algo, que vengan a mí, que te he autorizado", recuerda que le dijo.

El cannabis hay que analizarlo dentro del contexto sociológico en el que se mueve. Unos 162 millones de personas lo consumen en todo el mundo. Es la droga ilegal con más adeptos. Existe un núcleo de población, sobre todo gente joven, que no ve en el consumo de marihuana efectos perniciosos. Según la última Encuesta sobre Drogas y Alcohol del Ministerio de Sanidad, en España un 28,6% de la población ha consumido alguna vez cannabis, y un 8,7% lo hace todos los meses. En los últimos 10 años, además, se ha multiplicado por tres el número de personas que lo consumen a diario.

El Código Penal prohíbe la venta de cannabis, así como su posesión y consumo en lugares públicos. La venta de semillas está permitida desde hace años. La ley no distingue, sin embargo, entre uso terapéutico o lúdico. Aunque sí los tribunales. Dos precedentes fueron sonados: en 1999 un ciudadano austriaco con cáncer fue absuelto por un juzgado de lo penal de Barcelona del delito de tráfico de estupefacientes pese a su detención con dos kilos de hachís en el aeropuerto de Barcelona. El acusado argumentó que consumía la droga con fines terapéuticos.

Más recientemente, en 2006, un juez de Alicante absolvió a un psicoterapeuta que cultivó 258 plantas de marihuana, que pesaban 3,5 kilos, al considerar probado que el acusado "vio que le iban bien para las migrañas, por lo que hizo una investigación para estudiar las variedades". Tampoco fue condenada la asociación de consumidores Pannagh, tres de cuyos miembros fueron detenidos en 2005 con 150 kilos brutos de marihuana. La Audiencia de Vizcaya entendió que la plantación cumplía con los requisitos para ser "uso compartido".

Fuera de España, más de una decena de estados de EE UU han regulado el uso terapéutico de la marihuana. El último de ellos, California, aunque siempre se ha producido el mismo debate: si el consumo por enfermos no incitaba al resto.

El límite entre el uso lúdico y el medicinal es difuso. Joseba Pineda, profesor de Farmacología de la Universidad del País Vasco, opina: "Hay que desligar la utilización de la marihuana como fármaco de su uso recreativo; hay muchos enfermos que se podrían beneficiar de los principios de los cannabinoides si se separan ambos debates".

Aunque hay constancia de que se empleaba para tratar el reúma y la gripe allá por el 2700 antes de Cristo, no es hasta el siglo XIX cuando el cannabis se convierte en uno de los preparados a los que la medicina recurre como anticonvulsivo, analgésico o antiemético. La aparición de fármacos sintéticos y la presión social y política por su carácter recreativo, consiguieron aislarlo desde principios del pasado siglo. Nada que no haya ocurrido antes. Cualquier sustancia que ahora es ilegal -heroína o éxtasis- se pensó en un primer momento como medicamento. El caso de los opiáceos, como la morfina, es el más parecido, según el profesor Pineda, a lo que está viviendo el mundo médico hoy día y asegura que, más tarde o más temprano, "todos, a distintas velocidades", acabarán aceptando el uso medicinal de los cannabinoides.

Que algo se mueve en España ha quedado demostrado desde principios de este siglo. En 2001, la asociación catalana de ayuda a enfermas de cáncer de mama, Ágata, inició una campaña de sensibilización y presionó a las autoridades para que permitiesen el uso terapéutico del cannabis. Ese mismo año, el Parlamento catalán aprobó, de forma unánime, una resolución dirigida al Gobierno central en la que le instaba a "tomar las medidas administrativas necesarias para autorizar el uso medicinal del cannabis". Cuatro años más tarde se iniciaron los primeros ensayos clínicos, coordinados por el Instituto Catalán de Farmacología.

Este plan piloto no ha sido un estudio de eficacia, sino de observación, enfocado a un grupo de 200 pacientes con esclerosis múltiple, delgadez producida por el VIH, o con náuseas y vómitos como consecuencia de la quimioterapia, entre otros síntomas. "Son personas que habían recurrido a casi todos los tratamientos posibles y ninguno de ellos había surgido efecto", explica Marta Durán, jefe de Farmacología del hospital Vall d'Hebron, uno de los centros que participan en el proyecto.

A falta de las conclusiones, que se conocerán en breve, se sabe que el 65% de los enfermos reconoce haber experimentado algún beneficio, un 10% no ha sentido mejoría alguna, y un 25% tuvo que abandonar el tratamiento. "Se ha abierto la puerta a pacientes que no tenían esperanza", explica Marta Durán, siempre cauta en su razonamiento: "Los resultados no son espectaculares, pero no hay duda de que pueden ayudar. Hay que ver el perfil, la dolencia, el tipo de paciente, pero si ayuda, vale la pena".

En este plan piloto, el medicamento utilizado ha sido Sativex, el único extracto del cannabis que se comercializa como fármaco. Desarrollado por GW Pharmaceutical, se ha importado de Canadá, donde está aprobado para el alivio de dolor neuropático con esclerosis múltiple. En España sólo se puede recurrir a él si el paciente está incluido en un programa de medicación extranjera o de uso compasivo.

Sativex se utiliza con nebulizador y se aplica cuatro veces al día debajo de la lengua. Cada pulsación del nebulizador administra una dosis fija de 2,7 miligramos de tetrahidrocannabinol (THC) y 2,5 miligramos de cannabidiol (CBD), los principales cannabinoides exógenos activos.

Para los médicos, conocer la composición del medicamento de antemano es primordial, puesto que no supone lo mismo consumir la planta, que tiene tal variabilidad de proporciones que en muchos casos puede suponer un riesgo para el paciente.

Pocos dudan de que Sativex ha marcado un antes y un después, pero tanto médicos como asociaciones cannábicas reclaman que se siga ensayando con otro porcentaje de dosis más allá del 50% THC / 50% CBD.

Si los cannabinoides son buenos, hay que aprovecharlos. Ésa parece ser la máxima a partir de la cual quieren trabajar muchos médicos e investigadores. ¿Tienen la misma efectividad que un fármaco convencional? Rafael Borrás, vocal del Colegio de Farmacéuticos de Barcelona, es bastante claro al respecto: "Mejoran la sintomatología del paciente, pero no son una cura. Así que hay dos opciones: cerrar los ojos y argumentar que como es una sustancia ilegal no hay nada que hacer, o seguir trabajando para ayudar a algunos enfermos".

Esta última premisa, y el conocimiento de que cada vez más gente consumía marihuana con fines medicinales, hizo que Borrás y sus colegas farmacéuticos elaborasen el Prospecto del Cannabis, un documento informativo que está en Internet.

Pero dentro del mundo de la medicina hay quien no acaba de creer en las evidencias. "En general, para cualquier tratamiento es mejor emplear sustancias que extractos; cualquier iniciativa tiene que estar dentro de un marco claro; lo que hagamos tiene que aportar algo", argumenta Ramón Colomer, presidente de la Sociedad Española de Oncología. "No existe información científica suficiente; el uso terapéutico tiene más riesgos e incertidumbres que beneficios y certezas", añade.

Mientras continúa la polémica, miles de enfermos -algunos médicos hablan de 50.000- siguen consumiéndolo para paliar sus dolores. Fabián Quintela, burgalés de 43 años, lleva cinco en una silla de ruedas, como consecuencia de la esclerosis múltiple que padece. Como a tantos otros, su médico le recetó un tratamiento a base de relajantes musculares. El único objetivo era bajar la intensidad de los dolores, pero lo único que consiguió es dejarle el estómago destrozado y abrirle los esfínteres. "Tenía que controlarme para no hacerme las necesidades encima", comenta resignado. Un amigo le sugirió que probase con la marihuana. El problema de Fabián no fue tanto decidirse a consumir cannabis, sino cómo conseguirlo. La opción más sencilla fue preguntarle a su sobrino, de 19 años, que alguna vez le había confesado que fumaba porros. Al día siguiente tenía una bolsa llena de hojas verdes encima de su mesa. Poco tiempo después comenzó a plantar distintos tipos de marihuana para ver cuál era la más conveniente. Fabián está orgulloso de su decisión. "Ahora al menos puedo hacer una vida normal", asegura.

Recurrir al mercado ilegal es la única solución que les queda a muchos enfermos, con los inconvenientes que ello conlleva: precio desmesurado, no saber realmente qué sustancia les están dando... En el caso de la esclerosis múltiple, el cannabis puede mejorar la espasticidad y aliviar el dolor, pero en el mercado ilegal, la sustancia que se encuentra tiene dosis muy bajas de CBD, el principio que actúa sobre la espasticidad muscular.

"Se produce, además, una situación absurda: a los que hay que proteger del acceso a la marihuana, que son los chavales, son los que más fácil lo tienen", critica Martín Barriuso, presidente de la Federación de Asociaciones Cannábicas (FAC). Barriuso es, además, uno de los responsables de Pannagh (cannabis en sánscrito), una asociación vasca de 230 miembros, de los cuales un 60%, casi todos mayores de 50 años, lo emplea para fines medicinales. En España hay unas tres docenas de asociaciones cannábicas, y una docena de clubes como Pannagh.

Todo enfermo que quiera asociarse debe presentar un certificado médico en el que se demuestre que padece una enfermedad que pueda estar sujeta a un tratamiento con cannabis. Además de una cuota de socio, cada uno paga la marihuana que consume -se cultivan hasta 12 tipos distintos-, siempre a precio de fábrica, es decir, mucho más barato que en el mercado ilegal. Por ejemplo, para un ciclo de quimioterapia normal, Barriuso calcula que son necesarios cinco gramos, lo que supondría unos 22,5 euros al enfermo.

Parece simple, pero no lo es.Los prejuicios siguen tan arraigados que hay quien considera que, tras el tratamiento, los enfermos pueden convertirse en adictos. Tatiana, la médica cubana, se ríe: "No podría ni soportar el olor. En su día lo relacioné con alivio, pero ahora lo asocio a uno de los peores momentos de mi vida".

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Sobre la firma

Javier Lafuente
Es subdirector de América. Desde 2015 trabaja en la región, donde ha sido corresponsal en Colombia, cubriendo el proceso de paz; Venezuela y la Región Andina y, posteriormente, en México y Centroamérica. Previamente trabajó en las secciones de Deportes y Cierre del diario.

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