Eternos aspirantes

De New Pornographers se dice que es supergrupo indie. Curioso, porque ese concepto se inventó para definir aquella banda en la que sus miembros eran famosos antes de estar juntos. Y a este combo de Vancouver le es difícilmente aplicable. Su líder, el pelirrojo AC Newman, no es precisamente una estrella y además sus dos componentes más famosos fuera de Canadá, la cantautora Neko Case y el músico Dan Bejar, no estaban ayer sobre el escenario de la abarrotada sala El Sol. Pero este año ha sido el de la madurez comercial del rock alternativo norteamericano y muchos les señalan como los grandes tapados del movimiento. Por algo el disco que presentan se llama Challengers, aspirantes.

En directo es Newman el que lleva el peso del grupo. Kathryn Calder, sobrina de Newman, ni es Case, ni tiene en vivo el espacio que Case tiene en los discos. Y tampoco es que sea un frontman nato. Quizás por esa dependencia, la banda empezó el concierto sonando como si estuviese cansada o incómoda. Hasta que ellos, o el técnico de sonido, le cogieron el punto al local y dieron rienda suelta a un pop para adultos revisionista de aquel que se hacía en el tránsito entre los setenta y ochenta. La más clara demostración es que la única versión que regalaron fue Don't bring me down, de Electric Light Orchestra. Algo mucho menos anticuado de lo que pudiera parecer, porque referencias como Moody Blues, Roxy Music o Wings -que no Beatles- son detectables, escondidas bajo capas de falsa modernidad, en bandas tan populares como Kaiser Chiefs o The Killers. Grupos con los que The New Pornographers tienen tanto que ver como un futbolista veterano de 40 años con un debutante de 20. Además, los canadienses cuentan con la ventaja de que en cada uno de los cuatro discos que han grabado desde 2000 hay al menos cinco hits menores que, tocados uno detrás de otro, dan prestancia a un repertorio que, como un motor diésel, fue ganando potencia según la banda entraba en calor. Casi al final, Sing me Spanish techno, un tema de Twin cinema, su disco de 2005, culminó la lenta pero segura conexión con el público, y los últimos 10 minutos hicieron olvidar que el concierto no había sido, ni mucho menos, memorable.