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Reportaje:EL MEDITERRÁNEO

La costa de los placeres

Italia, el destino con mayúsculas. Donde se funden los placeres más exquisitos. De Florencia a Capri, de Nápoles a Sicilia, de la gastronomía a la arquitectura. Un país en el que aún se oye gritar con entusiasmo la palabra "mar" cuando asoma el verano. Y sus ciudadanos huyen en todas direcciones hacia la costa.

Italia es el mejor lugar de vacaciones desde que los hombres de la edad de piedra, sus barbas llenas de hilos de nieve, emprendieron su camino a través de las montañas en busca del sol. La gente me dice: "Italia es un país fantástico para ir de vacaciones, pero el próximo año lo serán Marruecos o Turquía".

No, no lo serán, me digo a mí misma. Italia es una tierra de infinitos placeres. ¿Existe algún otro país que tenga tal mezcla de sensaciones y serenos paisajes y tesoros artísticos, historia y exquisita cocina y música sublime y gente hospitalaria, y, y, y? Todo ello en una península alargada cuya espina dorsal es una gran cadena montañosa, con multitud de dialectos y grandes cocineros y Renacimiento y ciudades construidas sobre colinas y cine y ruinas y castillos y mosaicos y campanarios y pueblos y playas, y, y, y.

Me encantaría pasar un mes entero leyendo y escribiendo en la isla de Capri
En mi casa de Cortona, la palabra que oigo con más frecuencia es 'mare'
En Nápoles, la gente es escandalosa y hospitalaria, y la vida en la calle, siempre un teatro

¡Cuántas veces nos hemos quedado asombrados cuando hemos visto un enjambre de turistas echándose unos encima de otros esperando quedar deslumbrados! Masas de gente con aspecto sucio o limpio que esperan, ¡sí!, diversión total, relajarse o transformarse. Uno de los poemas de mi marido termina así: "Cámbiame, cámbiame en lo que soy".

Tal vez sea la historia, desde la Edad Media hasta el Renacimiento, lo que produjo la idea de que éste es el lugar. El resplandor de la gloria del humanismo todavía nos atrae. Tal vez sea, también, el gran sol del Mediterráneo lo que nos seduce.

Teniendo en cuenta el gran crecimiento del turismo, ¿cuál es el mejor lugar para visitar? Cualquiera, en el momento adecuado.

La mejor época para visitar Florencia es en enero y febrero. En invierno se pueden visitar las iglesias y las galerías, disfrutar del arte a solas o casi, y en los días fríos y lluviosos parece que la arquitectura recobra de nuevo su protagonismo. Los guardias de seguridad echan una cabezadita al calor del radiador de las salas. Sus habitantes recuperan la ciudad cuando pasean al atardecer por las calles pedregosas con sus trajes de chaqueta de tweed y sus abrigos de piel y se saludan unos a otros. En las trattorie, los cocineros preparan salchichas a la plancha y pichones asados. También sirven conejo frito con fennel, cazuelas de ribollita y pasta con carne de jabalí. Al amanecer y tras tomar un cruasán recién hecho en una de las panaderías que acaban de abrir, resulta conmovedor contemplar la Florencia de Dante desde uno de los puentes del Arno y ver cómo las primeras luces del día se proyectan en el agua. Es la época del chocolate espeso y caliente que preparan en las elegantes pastelerías o en las cafeterías; la época del té de la tarde con sándwiches de trufa. Florencia en invierno... me hace pensar en una Florencia que es impensable en verano.

Roma, Venecia, siempre eternas. Son dos ciudades (mucho más agradables fuera de temporada) que hay que visitar alguna vez en la vida. Pero vayamos a otros lugares más desconocidos. Desde hace dieciocho años, cuando compré y restauré Bramasole, una casa abandonada en la Toscana, mi marido y yo hemos hecho cientos de viajes por toda Italia, algunos de un día y otros de un mes. Aparte de las tres grandes, Florencia, Venecia y Roma, tengo que reconocer que entre las ciudades más importantes, Nápoles es mi favorita.

¿En qué otro lugar apetece bailar un tango en medio de la calle? ¿En qué otro lugar te cogen de la mano y te meten en la cocina para probar lo que están cocinando? ¿Dónde una familia de cuatro personas y el perro montados en una Vespa puede conducir zumbando por las calles bulliciosas? En Nápoles, donde la gente es escandalosa y hospitalaria; el caos, una especie de arte; conducir, un deporte sangriento; comer, una celebración, y la vida en la calle es siempre un teatro. En los últimos años, Nápoles está haciendo un gran esfuerzo para conseguir que las cosas cambien, y si continúan así creo que en un par de décadas será el mejor lugar de Europa para vivir. Pero, sobre todo, Nápoles es extraordinariamente hermosa: protegida por el Vesubio -impresionante y amenazador-, la forma de su bahía, el cielo de color azul intenso, es el paisaje que atrajo a los antiguos que construyeron fabulosas mansiones para estar lo más cerca posible del paraíso.

En Nápoles, una de mis actividades favoritas es recorrer la ciudad a pie, y de vez en cuando me gusta montar en el funicular que sube a la parte alta de la ciudad. Una visita al Museo Nacional de Arqueología es comparable con un viaje a Pompeya. Mucho de lo que se pudo salvar de las cenizas está allí expuesto. Se ponen los pelos de punta al ver las cazuelas de cocinar, las copas de vino y los moldes para verduras. De alguna manera, esos asombrosos objetos invitan a imaginar la vida como la vivieron. Un paseo por Spaccanapoli (Split Nápoles) despierta todos los sentidos: calles con palacios medio derrumbados de una belleza decadente que quita el aliento. Entran ganas de llorar de alegría al ver la plaza Bellini. Sobre todo me gustan esos pequeños santuarios donde la gente a menudo deja velas y notas a la Virgen. A mi marido, Ed, le encanta algo más mundano, el sfogliatelle, un pastel con capas de hojaldre relleno de queso ricotta dulce. Es uno de los mejores pasteles del mundo, sobre todo si se toma con una taza de café expreso napolitano, el mejor del mundo, aunque puede que con la excepción del de Palermo.

Otra de las joyas que están cerca de Nápoles es Capri. No conozco otra isla en el mundo que tenga la belleza de Capri. Es un lugar muy frecuentado por personajes famosos que, radiantes, se dejan ver por la plaza. Resulta maravilloso explorarla a pie, disfrutar de las vistas de su mar color lapislázuli, de las buganvillas que trepan por las paredes de las casas y de los jardines salvajes repletos de chumberas, romeros, granados, mirtos y lentiscos. Capri es la quintaesencia de las islas del Mediterráneo. Me encantaría pasar un mes de octubre entero leyendo y escribiendo en una tranquila habitación frente al mar en alguna de esas casas que tienen su nombre en un azulejo en la puerta: Casa de l'Aranceto (casa del naranjo), Casa Solatia (casa soleada) o Casa Amore e Musica (casa del amor y la música).

Mis mejores viajes siempre han sido a lugares únicos. Las ciudades pequeñas permiten disfrutar mejor del ocio de un país. Además es más fácil relacionarse con la gente, y en Italia eso es una ventaja, ya que por lo general a la gente le gusta conversar. Para sorpresa de los norteamericanos, a los italianos les gusta estar con otras personas. Creo que los italianos son generosos y hospitalarios con los extranjeros. Cuando mi vecina de Cortona se encuentra en la ciudad con turistas, les invita algunas veces a cenar. Una vez monté en un autobús en el que no había nadie y a continuación subió una señora que prefirió sentarse a mi lado antes que en cualquiera de los asientos vacíos.

En Bagno Vignoni, en la Toscana, un manantial fluye ladera abajo por un canal de piedra travertina. Por la mañana temprano es el mejor momento para acercarse y poner los pies a remojo. En la ciudad, una piscina de agua termal ocupa el lugar de la típica plaza y uno se puede imaginar a Lorenzo el Magnífico tomando las aguas. Al atardecer llegan muchos italianos dispuestos a beneficiarse de las propiedades minerales del agua caliente y reponerse de un día de trabajo agotador. Se remangan la falda o los pantalones, introducen los pies y sienten una sensación de alivio.

En Isola Maggiore, una isla del lago Trasimeno en Umbria, un paseo a medianoche te traslada a una época pasada en la que en la ciudad vivían los pescadores y al castillo monasterio donde se alojó san Francisco durante una visita. Aún se pueden ver en la calle principal las redes secarse. Detrás de una ventana vemos a una mujer que hace encaje bajo la luz de una lámpara. Es un lugar en el que no se permiten los coches, por lo que la presencia de un mayor número de personas está asegurada. También se puede dar un paseo en silencio por la noche para observar el resplandor de las estrellas en el agua.

De camino al sur, hacia Basilicata, está Matera. Es una ciudad extraña en la que no hace mucho tiempo la gente vivía en un laberinto de cuevas que ahora están completamente vacías. Parece que el resto de la ciudad prospera, pero su centro histórico está en ese antiguo laberinto, un lugar para recorrer e imaginar la vida como no la conocemos hoy día. En la región de Apulia, Alberobello es conocido por sus casas blancas llamadas trulli, cuyos tejados tienen forma cónica y que a veces parecen antiguas y a veces como de otro planeta, como si en cualquier momento fueran a aparecer seres de otras galaxias.

Apulia, a menudo promocionada como "la nueva Toscana", es un lugar ideal para pasar una feliz estancia de un mes explorando sus castillos y los pabellones de caza de Federico II, el encantador puerto de Gallipoli y Lecce, conocida como "la ciudad barroca". A pesar de que el turismo está aumentando, aún quedan en toda la región lugares por descubrir. Me gustan especialmente las ciudades que tienen catedral, como Trani, Bitonto y Oranto. Merece la pena el viaje aunque sólo sea por el pan -unas rebanadas enormes que podrían alimentar a una familia de cuarenta personas- y por sus copiosos platos de pasta cocinados por la gente que trabaja en el campo.

En verano, en mi casa de Cortona, la palabra que con más frecuencia oigo es mare. Todos se van a la playa. ¿Por qué las trattorie cierran durante la temporada alta del turismo? Porque el aire del mar atrae a todo el mundo. ¿Qué más da si los turistas se quedan ansiosos mirando el menú que está colocado en la puerta? Ésta es la auténtica diferencia cultural entre Estados Unidos y Europa. Aquí la mayoría de la gente tiene todavía el buen juicio de disfrutar de la vida y aprovechar las oportunidades que se presentan. Los más jóvenes van a Rimini. Los afortunados, a Cerdeña. Muchos se escapan a pasar unos días a Viareggio y a Forte dei Marmi, o a las playas que están cerca de Grosseto. Como Cortona está a dos horas del Adriático y del Tirreno, nosotros vamos a los dos sitios.

En el Adriático, voy, por diversas y sibaritas razones, a Senigallia, la primera colonia romana. El hotel Terraza Marconi tiene un exclusivo spa con baño turco. En la puerta del hotel, las bicicletas con cestas de mimbre esperan aparcadas a los clientes que quieran recorrer el paseo marítimo. Aunque nuestro hotel es de lujo, Senigallia es una ciudad orientada a las familias, con un mercado muy animado, una playa muy amplia que ofrece los placeres habituales del baño italiano -hamacas y sombrillas dispuestas en fila-, y en el paseo marítimo hay multitud de marisquerías, decenas de minúsculas tiendas en las que se pueden encontrar tanto pelotas de playa como vestidos de gasa o pizza. Por la noche, es divertido observar a la gente pasear bajo la luna mientras toman helado de melón. Nos gusta especialmente ir allí por dos santuarios de la cocina. El primero, Uliassi, a un paso del hotel, y el segundo, un poco más lejos de la ciudad, La Madonnina del Pescatore. No podría decir cuál me gusta más. Son dos de los mejores restaurantes de Italia que, aunque distintos, resultan parecidos porque sus jefes de cocina utilizan los mejores ingredientes locales y siempre buscan lo más innovador. La mejor receta para relajarse es pasar aquí unos días y probar las dos cocinas, ir a comer a alguna de las marisquerías del paseo, darse un masaje, pasear por la playa al atardecer o leer un libro en una terraza.

Justo más abajo, por la costa, en una preciosa zona del Adriático, se encuentra el parque natural de Conero y multitud de pueblecitos como Sirolo, Portonovo y Numana, en los que pasar un verano muy agradable. Este año volveremos a Portonovo con nuestro nieto y nos alojaremos en el hotel Fortino Napoleonico, un auténtico fuerte amurallado de 1810 con vistas impresionantes al mar. Éstas son las experiencias que queremos dejarle, en vez de Disneyworld.

Detrás de la costa se encuentra la región de Marche. Si hoy día tuviera que mudarme a Italia, sin duda escogería vivir en este lugar. Marche está tachonada de pueblos poco explorados y el campo es maravilloso. Creo que no debe de haber una plaza más divina que la de Ascoli Piceno. Me gusta pasar una mañana de verano sentada en una terraza tomando un té helado y observar a la gente que va de un lado a otro de compras o de turismo mientras marco en mi mapa la próxima visita que voy a hacer a uno de esos pueblos apartados. Me encanta Macerata, donde cada verano se celebra un festival de ópera. La majestuosa Urbino no necesita tener la mejor situación de Marche, le basta con estar perdida entre carreteras secundarias de la región para ser considerada como una ciudad de ensueño.

También hemos pasado días maravillosos en otros destinos muy interesantes de la costa del Tirreno, como Capalbio, San Vicenza, en la ciudad protegida de Rive degli Etruschi, en Cinque Terre o en Punt'Ala. Me encantan los lugares bonitos; sin embargo, para mí no hay nada comparable con Portofino. Sientes una sensación mágica al contemplar las casas que rodean el puerto pintadas en tonos ocres, arena, terracota o dorado, y el reflejo de la luz en el agua a cualquier hora del día. La mejor manera de disfrutar de Portofino y de sus alrededores es utilizar los autobuses, ya que conducir puede resultar pesado porque el tráfico de la carretera que serpentea la península de Portofino es muy lento. Aunque lo mejor de todo es alquilar un barquito que le lleve a Margherita, con un ambiente muy animado, o a Camogli, un pequeño y encantador puerto de la península. El capitán parará en alguna de las cuevas para disfrutar de un baño y aprovechará para explicar la historia del lugar. Nosotros lo hicimos, aunque el ruido del oleaje no nos permitió escucharle bien. Al igual que Capri, Portofino es para los que les gusta caminar, ya que hay multitud de rutas por las laderas. Si camina por el sendero de San Fruttuoso disfrutará de unas vistas espectaculares y podrá nadar en una cueva donde el mar es de un azul intenso. Me encanta subir hasta Castello Brown, justo encima de Portofino, donde hay un jardín muy bonito y una casa-palacio donde se rodó la película Un abril encantado.

A pesar de no haber conseguido ninguna de las altas calificaciones de las mejores guías, los restaurantes de Portofino sirven un marisco riquísimo. Sus cartas también incluyen pasta con salsa al pesto y patatas asadas acompañando la pasta. Delicioso. Alguna de las mejores focaccia de Liguria procede de las panaderías locales. Si el paraíso existe, me gustaría que en cada comida me sirvieran las gambas a la plancha al estilo de Portofino.

En el interior hay también fantásticos lugares. En Umbria, Asssisi tiene un encanto especial que ninguno de los numerosos circuitos turísticos de autobuses ha conseguido eliminar. La gente viene a venerar a san Francisco y a santa Clara, inmortalizados en sus propias iglesias. Las ciudades de peregrinación siempre han atraído a muchos curiosos y, de hecho, parte de esta experiencia es ver a monjas de todo el mundo con sus diferentes hábitos escuchar a jóvenes con barba cantar y tocar la guitarra en la plaza.

Hay multitud de turistas, pero yo he aprendido a ignorarlos; creo que lo mejor es disfrutar de todas estas maravillas y permitir que ellos lo hagan también.

De pronto sientes una alegría especial cuando paseas a la hora de la siesta por esta antigua ciudad y descubres a cuatro gatos atigrados que juegan con un ovillo bajo una lavanda o a un perro que duerme ante la puerta de una tienda muy concurrida. Observar cómo los turistas se protegen del sol abrasador que cae sobre sus cabezas; entran unas ganas locas de fotografiar los tiradores de todas las puertas y de dibujar los geranios de color rojo que cuelgan de los balcones. De una ventana sale un aroma a ragú que te apetece llamar a la puerta y presentarte. Y te quedas pensativo mirando, grabando en tu mente la imagen de una puerta azul. Quizá en el interior esté san Francisco con su viejo hábito marrón durmiendo y soñando que tiende su mano a un lobo. Un instante de una tarde, un recuerdo para toda la vida.

Derechos de la traducción de Virginia Solans

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