Del proceso de Barcelona a la Unión Euromediterránea
El autor considera que el balance del desafío diplomático iniciado hará pronto 12 años es positivo en términos de diálogo político y de movilización de recursos
Se cumplirán pronto doce años desde que nos reunimos en Barcelona para iniciar conjuntamente el proceso euromediterráneo. Todos éramos conscientes entonces del enorme desafío que suponía esta nueva iniciativa diplomática, calificada de "proceso" porque nadie ignoraba la complejidad de los múltiples desafíos que se debían confrontar. La Declaración de Barcelona supuso un hito revolucionario. Por vez primera se reunían en torno a un mismo proyecto todos los países miembros de la Unión Europea junto a sus vecinos árabes e Israel. Con el ámbito geográfico más amplio posible, nos dotamos de una temática multidimensional. El método era el consenso y la puesta en marcha de unos mecanismos ligeros de consulta y coordinación. Se iniciaba el camino, pero sabíamos que éste sería largo.
Gracias a aquella iniciativa precursora y los esfuerzos de los años subsiguientes, nunca interrumpidos, el proceso euromediterráneo fue haciendo camino. Mirando hacia atrás, podemos concluir que el balance de estos años de andadura tiene sus luces y sus sombras. Ha sido positivo en términos de diálogo político sin exclusiones y de movilización de una cantidad de recursos sin precedentes al servicio de las reformas estructurales y el desarrollo. Asimismo, ha iniciado el gran proyecto de acercamiento cultural y humano entre las dos orillas. Pero no ha habido una difusión generalizada de los logros.
Los juicios críticos al proceso no han cuestionado sus principios y objetivos, sino la insuficiencia de sus logros en relación con nuestras altas ambiciones iniciales. Ciertamente no hemos avanzado al ritmo deseado, debido a la insuficiente voluntad de impulso del proceso por parte de algunos de sus actores y, sobre todo, a la incidencia de los irresueltos conflictos políticos de la región, que parecían en 1995 haber entrado en una dinámica de paz. Tampoco se ha conseguido reducir significativamente el diferencial de bienestar entre las dos orillas.
Por ello, fue muy oportuna la propuesta sobre la Unión Mediterránea del presidente Sarkozy, que coincide en gran medida con las ideas que yo mismo expuse recientemente en la Universidad de Malta. Ha llegado el momento de poner punto final a este proceso y de construir un verdadero espacio geopolítico mediante el establecimiento de la Unión Euromediterránea. A través de ella, la Unión Europea podrá de verdad vertebrar su nueva vecindad con los países mediterráneos.
Mostrando una voluntad política firme, la Unión debería dotarse de nuevas instituciones, adaptadas a los grandes retos que afrontamos. Así, las decisiones estratégicas deberán adoptarse en un Consejo Euromediterráneo constituido por los jefes de Estado y de Gobierno. Las reuniones de los ministros de Asuntos Exteriores, y también de los ministros sectoriales, tendrían lugar ya no sólo anualmente sino también cuando la ocasión lo requiriera. Es necesario potenciar el papel de la Asamblea Parlamentaria Euromediterránea, que representa a los pueblos soberanos del Mediterráneo.
El seguimiento y continuidad de la Unión podría confiarse a nuevos órganos de gestión: un Comité de Representantes Permanentes de los Gobiernos y una Comisión Permanente con funciones de Secretariado, en la que deberían participar paritariamente los europeos y sus vecinos mediterráneos. Sería la mejor manera de expresar este verdadero Partenariado. No deberíamos olvidar, finalmente, los necesarios puentes con la sociedad civil, especialmente los jóvenes, sin los cuales no tendría sentido la Unión que ambicionamos. Con un presidente de perfil político, la Fundación Anna Lindh para el diálogo intercultural adquiriría mayor proyección y eficacia.
Esta nueva arquitectura institucional será necesaria para afrontar nuestros retos políticos y de seguridad. Debemos resolver por fin el conflicto árabe-israelí y ampliar los espacios de libertad y progreso democrático. Hemos de reducir las desigualdades, abordando con seriedad el objetivo del desarrollo económico. Nada mejor para ello que lograr una mayor apertura de fronteras, mercados y oportunidades de inversión. La creación de empleos podría estimularse canalizando flujos financieros a las pyme de los países mediterráneos. Disponemos ya del proyecto de la Institución Financiera para el Mediterráneo, anticipadora de un Banco del Mediterráneo.
La Unión no tendría sentido si no incluyese una interrelación más profunda en materia de producción, consumo y transporte energético. Por otra parte, el mar Mediterráneo es un ecosistema tan bello como frágil. Hemos de abordar su problemática y frenar su degradación medioambiental.
Al tiempo que atendemos a la circulación fluida y segura de nuestros ciudadanos, es ineludible luchar contra las redes de tráficos criminales y gestionar de manera efectiva y responsable los movimientos migratorios mediante la salvaguardia de la dignidad humana de los emigrantes y la atención a los intereses de los países de origen, tránsito y acogida. En el plano cultural, nuestros trabajos deben centrarse en la promoción de una mayor comprensión y conocimiento mutuos, aplicando regionalmente la Alianza de Civilizaciones.
En los próximos meses tendremos la oportunidad de avanzar gradualmente en este proyecto, velando por la satisfacción equilibrada de las aspiraciones tanto de los europeos como de nuestros vecinos. Los marcos de diálogo y cooperación existentes entre países ribereños tienen el potencial de ser para la Unión Euromediterránea el núcleo dinamizador que supuso en su día el Benelux para las comunidades europeas.
Los 10 países europeos más próximos al Mediterráneo nos reunimos el pasado 6 de julio en Portoroz (Eslovenia) para una primera reflexión conjunta. Ahora procede que examinemos las nuevas ideas con el resto de asociados del norte y del sur. El Foro Mediterráneo puede jugar un papel importante, siendo aconsejable que se amplíe hacia otros países ribereños. Confío en que la próxima reunión ministerial euromediterránea bajo presidencia portuguesa pueda elaborar propuestas útiles y que los preparativos culminen en la Cumbre de 2008, bajo presidencia francesa, que lanzaría formalmente la Unión Euromediterránea.
Se crearía de esta forma un nuevo espacio geopolítico capaz de responder con mayor eficacia a los desafíos del siglo XXI, forjando un destino común en este cruce de civilizaciones que es el Mare Nóstrum. La Unión Euromediterránea sería el mejor argumento frente al ancestral fatalismo y escepticismo mediterráneo, que ningún responsable político serio puede ni debe aceptar.
Miguel Ángel Moratinos es ministro de Asuntos Exteriores.
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