Héroes y sagas

Tantos años viendo películas de ciencia-ficción para descubrir que el futuro no era como nos lo habían anunciado. Ni teletransporte, ni viajes lunares, ni marcianos amigos. El retrofuturismo no impera por las calles de las ciudades. Llevamos ya un trecho recorrido del siglo XXI y ha resultado ser una centuria guarra, rebosante de basura, guerras y muerte. ¿Dónde están las cocinas de Las que tienen que servir, con su alegoría a la domótica? ¿Y los ciberamiguitos de Yo, robot? Por eso, Matrix, un futurista drama filosófico, está, a diferencia de muchos filmes de este género, muy cercano al corazón del público. Por de pronto, porque salen teléfonos móviles, un cacharro que cualquier espectador posee. Porque habla del poder de los ordenadores. Porque juega con la posibilidad de que vivamos en un mundo inventado, sensación que a todos nos posee en mayor o menor medida. Matrix reloaded prosigue con esta saga.

Cuando el productor del asunto, Joel Silver, uno de los reyes Midas de Hollywood, hizo caja, decidió reunirse con los hermanos Wachowski, Andy y Larry, ideadores, guionistas y directores de Matrix: había que exprimir ese momento de gloria. Los Wachowski le recordaron que Matrix estaba pensada como una trilogía y que tenían a punto los dos guiones de las continuaciones. Dicho y hecho, Silver gastó 100 millones de dólares sólo en efectos especiales (por ejemplo, construyeron un tramo de autopista de dos kilómetros y tres carriles para la secuencia de la persecución de coches; durante tres meses rodaron en esa localización) y ahorró en costes al rodar a la vez Matrix reloaded y Matrix revolutions en Sidney, en los mismos estudios de la Fox (aunque las películas estén producidas por otra major, Warner) en los que Lucas remató su saga Star Wars.

Matrix reloaded transcurre en 72 horas y en ellas descubrimos Zion, la ciudad libre de los rebeldes, ahora amenazada por las máquinas; asistimos a la desesperación amorosa de Neo y a su encuentro con el Arquitecto, y nos quedamos a las puertas de la gran mascletà final, la que acaecerá en Matrix revolutions. Keanu Reeves por fin tenía su trilogía y un héroe por el que ser recordado en la historia del cine.

Si Neo es un mesías tecnológico que liberará de la esclavitud a sus contemporáneos, Alejandro de la Vega es otro mesías, analógico obviamente, que liberará de la esclavitud... a sus contemporáneos. Siete años después de La máscara del Zorro, La leyenda del Zorro resucitó en 2005 al marido de día, espadachín heroico por la noche, Alejandro de la Vega, un tipo listo y necesario en épocas turbulentas, las que rodean la anexión de California a Estados Unidos hace unos 150 años.

Sólo por ver a Antonio Banderas disfrutar con su personaje, sacando brillo y lustre a su sonrisa pícara, merece la pena esta segunda parte. Repite una brillante Catherine Zeta-Jones como Elena, ya casada, con hijo y casi con más ganas de bronca que su marido, Alejandro, y continúa detrás de las cámaras Martin Campbell, realizador del primer filme, que sin embargo acabó en la secuela de rebote. Robert Rodríguez y Steven Spielberg fueron las primeras opciones; ambos declinaron el ofrecimiento (Spielberg aparece al final acreditado como productor ejecutivo) y los productores recuperaron a Campbell. Estupenda opción: el neozelandés, realizador también de dos bonds (Goldeneye y Casino Royale), entendió que el filme debía contener tantos ingredientes de old school (espadachines, caballos, intriga, la dicotomía hombre de familia / héroe...) como de acción contemporánea. Desde luego, los amantes de las viejas aventuras, del polvo del desierto, de los viejos duelos a espada, de las cabalgadas contra el sol poniente, del entretenimiento por el puro entretenimiento, disfrutarán de un buen rato delante de la pantalla.