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LLÁMALO POP
Columna
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Muerte del 'hip-hop'

Diego A. Manrique

Nasir Jones, alías Nas, es un rapero atípico. En vez de un pasado criminal, sus antecedentes están en la bohemia neoyorquina; hijo del jazzman Olu Dara, posee más cultura musical que sus coetáneos y mayor capacidad de reflexión. Detalles que, ay, no garantizan ventas. El pasado año, anunció que dejaba Sony para fichar por Def Jam, compañía que dirige su antiguo enemigo, Jay-Z. Y que su debut se llamaría Hip-hop is dead.

Lo de El hip-hop ha muerto sonaba a provocación de Nas, que tiene una muy alta opinión de sí mismo. Quizás hubiera funcionado de no haber salido tras un año desastroso para el rap estadounidense: en 2006, sólo dos discos de hip-hop han pasado allí la barrera del platino (más de un millón de copias vendidas). Algo que rompe su imagen de música dominante. "Pero", oigo decir, "siempre hay discos de rap entrando de golpe a lo alto de las listas".

Eso puede ser parte del problema. Las corporaciones del rap saben generar ventas rápidas, creando urgencia por poseer tal o cual lanzamiento. Pero, igual que ocurre con mucho cine de Hollywood, a la semana siguiente cae en las clasificaciones: ha funcionado (negativamente) el boca a oreja y el entusiasmo se ha enfriado. Ocurre que muchos raperos no han resuelto la mecánica de construir un álbum: tienden a rellenarlo con chistecitos, duetos triviales, reiteraciones, incoherencias.

En Hip-hop is dead (Universal), Nas acentúa el tono fúnebre con fotos ad hoc. Pero su diagnóstico no supera los lamentos por la hipercomercialización del género, algo de lo que él -y no digamos Jay-Z- es motor y beneficiario. A pesar de esa polémica estéril, el disco seduce dentro de sus parámetros eclécticos: encaja sampleados de James Brown, Nat King Cole, Carmine Coppola y -una vez más- In-a-gadda-da-vida. Es un disco largo de hip-hop que, con todas sus incongruencias, se aguanta gustosamente.

Atravesar paredes

Sigamos con títulos llamativos. 20 ways to float through walls (Nuevos Medios) contiene 20 temas del catálogo de Crammed. El sello belga quiere evadirse del gueto de la world music y la selección enfatiza los híbridos que son marca de la casa. Crammed desconfía de la noción monolítica de identidad y apuesta por la acumulación de afiliaciones. Así que el alemán Señor Coconut, residente en Chile, remezcla a los macedonios de Koçani Orkestar, mientras la brasileña Cibelle canta con el gringo Devendra Banhart un tema en inglés de Caetano Veloso.

Pero la música más insólita que he escuchado últimamente viene firmada por Modern Egyptian Dance Band y se titula Wedding night: un tapiz de percusión árabe sobre el que alguien extrae sonidos ululantes de un sintetizador tipo años setenta. Nada se sabe sobre sus creadores pero, escuchada ahora, su salvaje Noche de bodas sugiere una burla de los ardores de algunos regímenes (la Libia de la revolución verde, el Afganistán de los talibanes) por prohibir la modernidad musical.

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