David Geffen, el hombre que quiere reinar
Desde pequeño, David Geffen (Nueva York, 1943) decidió que era mejor ser temido que querido. En su primer empleo, en el departamento de correos de la William Morris Agency, aprendió a abrir sobres y usar información privilegiada para ascender. Corrían los años sesenta y el rock era negocio en crecimiento, que los mayores no entendían. De agente en Nueva York pasó a disquero en California, a tiempo para exprimir los frutos del boom del rock suave y los cantautores con Asylum Records. Vendió el sello a Warner y escaló en la multinacional hasta que intentó saltar al cine.
Volvió a la música con Geffen Records, donde mostró sus facetas mejores y peores. Convenció a John Lennon para que fichara por su compañía y acompañó a Yoko en el trance del asesinato. Cualquier simpatía conquistada entonces se esfumó en 1983, cuando demandó a Neil Young por hacer discos "no comerciales".
No, Geffen no estaba del lado de los artistas: prefería ganarse la confianza de los altos ejecutivos, a quienes conquistaba presentándose como un aprendiz o sacando la carta de "pobre chico judío"; algunos descubrieron demasiado tarde lo que suponía tratar con David. Su especialidad era el deal, el arte de vender caro y ocupar puestos decisivos, a menudo concebidos a su medida. Sus increíbles jugadas explican que se opusiera a los libros sobre su persona. Más que ocultar su homosexualidad -perfectamente conocida, a pesar de su intimidad con Cher- era, quizás, un rastro de mala conciencia.
Filántropo liberal
Parecía haber alcanzado su apogeo en 1994, al fundar DreamWorks con Steven Spielberg y Jeffrey Katzenberg. Una enfermedad grave le transformó, dicen. En vez de su perfil maquiavélico, potenció la imagen de filántropo liberal. No aguantó en ese papel: un intento de prohibir el acceso público a la playa de Malibú donde tiene una residencia le enajenó muchas simpatías.
Sigue en la brecha, aunque ahora su empeño consista en comprar medios de comunicación. Se trata, como siempre, de reinar.
Babelia
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