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Reportaje:

Ochenta esplendorosos años

Tony Bennett celebra su aniversario con 'Duets: an american classic', un disco en el que se ha rodeado de estrellas

Diego A. Manrique

Anthony Dominick Benedetto, alias Tony Bennett, ha celebrado sus 80 años de modo espectacular. El vocalista neoyorquino se ha rodeado de estrellas -de Bono a Stevie Wonder- para confeccionar Duets: an american classic, un disco pensado para las ventas masivas, publicado esta semana en España; su edición en Estados Unidos ha sido reforzada por un especial de televisión, dirigido por Rob Marshall. También se está revisando su trayectoria de más de medio siglo, en un documental realizado por Clint Eastwood y narrado por George Clooney.

Para Tony Bennett, George es casi parte de la familia: compartió escenarios con su tía, la vocalista Rosemary Clooney. Luego, Tony y Rosemary conocieron las vacas flacas: formaban parte del batallón de cantantes de standards que fueron arrollados por la eclosión del rock. La Clooney debió retirarse, aunque pudo recuperarse en su tramo final, grabando bellos discos para el sello independiente Concord Jazz. Bennett decidió que él no pasaría por esos apuros.

Fue el favorito de muchos colegas, desde Bing Crosby a Frank Sinatra

Bennett fue el favorito de sus colegas crooners: de Bing Crosby a Frank Sinatra, todos celebraron sus poderes; unos destacaban esas cuerdas vocales entrenadas en el bel canto, otros se pasmaban ante su finura para apoderarse de las canciones más desoladas. Sin embargo, Tony nunca tuvo los grandes éxitos en listas de sus famosos colegas, ni siquiera con su pieza emblemática, I left my heart in San Francisco. Le gustaba arriesgar: en 1957 lanzaba The beat of my heart, hecho esencialmente con percusionistas latinos y jazzísticos. Orgulloso de su arte, mostró escasa flexibilidad ante las exigencias de la industria: riñó con Columbia -personificada en su todopoderoso jefe, Clive Davis- al obligarle en 1969 a cantar éxitos del momento y temas de los Beatles. Prefería el silencio, insistió, antes que bajar su listón.

Durante buena parte de los setenta y los ochenta, Bennett dejó de grabar -aunque se permitió audacias como juntarse con el pianista Bill Evans- y se concentró en los directos, con orquesta o con trío de jazz.

Confesaba que tenía una pasión particular -la pintura- que le compensaba por las frustraciones discográficas. Le rescató finalmente su hijo mayor, Danny, que concibió un astuto plan para reanimar su carrera: atractivos discos conceptuales, apariciones con impacto mediático, accesibilidad a las nuevas generaciones.

El relanzamiento alcanzó su apoteosis intercultural en 1994: Bennett actuó triunfal en Unplugged, entonces el programa de moda en la cadena MTV. Se transformó en el crooner respetado por todos, sin recurrir a las concesiones al repertorio del rock de Pat Boone o Paul Anka. Hizo nuevos amigos: cantó con Elvis Costello y K. D. Lang. Era generoso con sus secretos de veterano: sabe de lo que habla cuando advierte del daño que hace la cocaína al instrumento de un cantante. Y se aprovechó de su carácter icónico: es de los pocos artistas clásicos que pueden arremeter contra la política del presidente George W. Bush sin miedo al boicot.

Bennett volvió a fichar con su antigua compañía en condiciones ejemplares: se le reconoció la propiedad de sus grabaciones antiguas y los nuevos discos son planteados como una joint venture con Sony Records. Un acuerdo que también le permite controlar su legado: existen determinados discos que el cantante se niega a reeditar, tanto por cuestiones técnicas -los aplausos enlatados que ensucian su colaboración con la orquesta de Count Basie en 1958- como estéticas.

Con esos antecedentes, no debe extrañar que su nueva entrega haya despertado preocupación entre sus fieles, que ven allí un exceso de sospechosos habituales en discos similares, por no hablar de divas tipo Celine Dion. Además, lo de Duets: an american classic recuerda automáticamente a los volúmenes de quirúrgicos Duets que Frank Sinatra publicó en sus años crepusculares; hasta comparten el mismo productor, Phil Ramone. Aunque se aprecian claras diferencias: Sinatra no se vio con sus partenaires mientras que Bennett ha insistido en trabajar cara a cara con sus invitados, con músicos presentes.

Sin criticar a su difunto amigo, Tony enfatiza que Duets: an american classic es el disco que más le ha hecho viajar. Aceptó ir a Malibú, a grabar en la mansión de Barbra Streisand. Voló a Londres, para trabajar con Paul McCartney y George Michael en Abbey Road. Dice que le impresionó Bono, que incluso se trajo sus propios bafles para escucharse a gusto. Le encantó la humildad del colombiano Juanes, disfrutó venciendo la timidez de las Dixie Chicks, se entendió automáticamente con Elton John y Billy Joel.

Asegura que no intentó acumular famosos: hubo emparejamientos que no prosperaron y el propio Bennett se aseguró de que se borrara todo lo grabado. Para él, es prerrogativa del artista el presentarse únicamente en condiciones óptimas. Nadie se atrevería a discutírselo.

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