Sonido prometedor

Se ha puesto en marcha el Palau de les Arts Reina Sofía -teatro valenciano de la ópera-. El concierto del sábado, sin embargo, con una programación sinfónica y centrado en la celebración del Día de la Comunidad (9 de octubre), tampoco fue idóneo para valorarlo en su principal función, que es la operística. Habrá que esperar a la representación de Fidelio (25 de octubre) para escuchar a la orquesta desde el foso y apreciar la maquinaria escénica del espectacular edificio construido por Calatrava.

La sesión del día 8 tenía, sin embargo, el atractivo de oír por primera vez a la nueva orquesta creada para el recinto (Orquesta de la Comunidad Valenciana), con músicos seleccionados por Lorin Maazel. Dirigida por Zubin Mehta, cuyos compromisos con el nuevo Palau también son importantes, interpretó la obertura de L'Isola del piacere, de Martín i Soler, y dos números del Capricho español, de Rimski-Kórsakov. Pocos minutos, pues, para evaluar a la joven agrupación. Pero, incluso con esta salvedad, la impresión que causó fue prometedora: una cuerda con mucha molla, quizá algo desequilibrada hacia un hermoso registro grave, y unas cuidadosas intervenciones de las maderas. En el Capricho español se escucharon brillantes -pero no estridentes- fanfarrias de los metales, muy bien contestadas por el concertino, las maderas y el arpa. Los pizzicati de las cuerdas tuvieron una deliciosa prestancia. El Fandango sonó, a la vez, sofisticado y racial: no pareció, pues, que tuviera mayor importancia esa espinosa cuestión de la abundancia de músicos foráneos.

Vino luego la Orquesta de Valencia, con Yaron Traub al frente. Encararon un estreno de Andrés Valero, Rapsòdia sobre temes valencians, que decepcionó bastante tras la estremecedora Epidemia silenciosa que le escuchamos hace poco. Con Stravinski hubo algunos desajustes, pero sedujo la delicadeza y el desarrollo de todo el último número.

Fraseo

Cosa distinta fue la unión de ambas agrupaciones en la Sinfonía fantástica de Berlioz, por mucho que éste deseara para ella un mínimo de 138 músicos. Esta vez fueron 158, produciendo, como es natural, un sonido muy espeso. El fraseo, cogido con alfileres, desvirtuó los grandes hallazgos que contiene. La idea fija (estamos ante el origen, entre otras cosas, del leitmotiv wagneriano) pasaba sin pena ni gloria, y Zubin Mehta sólo consiguió que la apabullante suma de músicos no se le derrumbara por alguna parte. Una excepción: la Escena campestre, dibujada con magia, tensión expresiva y bonitos solos del corno inglés, oboe y timbales. Se puede indicar, como consuelo, que el propio Berlioz tuvo que suspender el estreno, ensayado con 130 músicos en abril de 1830. Sí que lo consiguió en diciembre del mismo año, aunque en sus Memorias señala: "La ejecución no fue, desde luego, irreprochable, pero con sólo dos ensayos resulta imposible conseguir la perfección de obras tan complicadas".

Zubin Mehta, en 1993, la interpretó en Valencia con la Filarmónica de Israel, obteniendo resultados magistrales. Lo del sábado sólo sirvió para escenificar las buenas relaciones (sic) entre el Palau nuevo y el antiguo.