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Reportaje:Los certámenes de música inundan el verano en España

Explosión de festivales

Los encuentros musicales aumentan en España. Muchos son plataformas de promoción municipal, y otros, un negocio millonario

Patricia Ortega Dolz

Desde aquellos míticos encuentros en Woodstock (EE UU) y Glastonbury (Reino Unido) en los setenta, ha llovido mucho sobre los festivales de música. A veces tanto que algunos de ellos se han hundido para siempre, como ocurrió aquí en España con el Espárrago Rock después del diluvio de Jerez. Aunque, en ocasiones, también ha habido otros que han emergido desde el subsuelo, como ocurrió el año pasado con el MetroRock de Madrid, que abandonó los andenes del metro y vuelve a celebrarse este fin de semana al aire libre.

Desde que el granjero americano Sam Yasgur y el británico Michael Eavis desplazaron a las vacas de sus tierras durante unos días y convirtieron sus pastos en escenarios para las legendarias bandas setenteras, atrayendo a centenares de miles de hippies hastiados de las guerras y pregonando la paz y el amor libre aderezados con drogas y rock and roll... Desde entonces, las cosas han cambiado un poco en estos festejos.

En España hay decenas de ellos, y cada verano surge alguno más. Crecen como setas. Y es que, detrás de la promoción de la cultura musical entre los jóvenes, se oculta también, o sobre todo, un negocio millonario y una forma de publicitar municipios y ciudades enteras, incluso de obtener votos entre los más jóvenes y fidelizarlos a productos que van desde refrescos y bebidas alcohólicas hasta compañías telefónicas. Los festivales se han sofisticado y mercantilizado cada vez más, o al revés. Y la música, por buena que sea, algunas veces es principalmente una excusa.

"Queríamos dar un salto en cuanto al turismo basado en la música y empezamos a lanzar, junto a la promotora Musicfrog, el Natural Music Festival", explica Gerardo Palmero, concejal de Cultura del Ayuntamiento de El Ejido (Almería), que a mediados de julio celebra la primera edición del festival. "Todo el mundo conoce Benicàssim, por qué no va a poder ser conocido El Ejido por algo distinto a la agricultura. Esto nace con vocación de continuidad en un emplazamiento playero de lujo".

Los festivales viven un momento de esplendor. Ofrecen multitud de conciertos en un momento en que el directo se cotiza más que nunca y la gente, sobre todo los más jóvenes, se puede gastar el dinero que se ahorra en discos, al descargarse los temas de sus grupos favoritos de la Red.

"La música sigue siendo un negocio. Caen las ventas pero no las ganas de asistir a conciertos. Mi verano ha pasado a estar bastante ocupado desde que hace tres años montamos la agencia", comenta José Antonio Salinas, de la agencia de comunicación Borderlinemusic, que se dedica a montar las páginas webs y a llevar la prensa de muchos de estos eventos.

Ahora, en lugar de granjeros hay grandes promotoras musicales. En lugar de granjas hay explanadas o parques y cámpings o zonas de acampada con aparcamiento. En vez de pastos con cacas de vaca hay arena, o tierra en el peor de los casos y césped en el mejor. En vez de actuaciones sorpresa, hay carteles que compiten entre sí por llevarse al mejor grupo del momento o traerse al más legendario, desorbitando los cachés de las bandas y reventando los mercados musicales. Los organizadores ya no tienen que combatir el recelo de las administraciones para asumir la llegada de miles de jóvenes dispuestos a pasárselo bien a toda costa, sino que ayuntamientos, diputaciones y comunidades subvencionan generosamente estos eventos y les dan ubicación. Ahora, la gran mayoría de estos festivales no son gratuitos ni casi, sino que oscilan entre los 20 y los 160 euros. Eso sí, la fiesta (concepto primordial en español) está asegurada.

El Festival Internacional de Benicàssim -FIB- (Castellón), el Festival de Música Electrónica de Monegros, en Fraga (Huesca) y el Pirineos Sur de Músicas del Mundo son tres de los más veteranos de la Península. Vienen celebrándose con decenas de miles de seguidores desde hace más de una década. Pero tras ellos, han venido muchos más: MetroRock (Madrid), Santander Summer Festival, Faraday (Vilanova i la Geltrú, Barcelona), Creamfields (Villaricos, Almería), Senglar Rock (Lleida), Etnosur (Jaén), y de reciente aparición: SummerCase (Madrid y Barcelona), Natural Music Festival (El Ejido-Almería), Bilbao Live Festival (Bilbao)...

La lista es interminable, pero las propuestas no son siempre tan variadas. Este año, por ejemplo, Franz Ferdinand, que actuaron en España a finales del año pasado, son cabeza de cartel en MetroRock y Benicàssim. Sexy Sadie y The Charlatans actúan en el Santander Summer Festival y en el MetroRock. También en el Natural Music Festival (Almería) y en el Bilbao Live Festival ac-túan Guns N'Roses y Pretenders...

"Llamas a las agencias de Londres, ves qué disponibilidad tienen los grupos y te haces tu festival a la carta, como quien dice. Si te interesa mucho un grupo, pues pujas", cuenta Pepe Rial, de la promotora Musicfrog. "Nosotros acabamos de empezar en esto y ese funcionamiento no lo hemos inventado nosotros".

"El verdadero negocio lo hacen los grupos con nosotros", dice Roberto Azorín, codirector de MetroRock. "Todos los festivales están pujando por traerse a los mismos y, claro, van al que mejor paga. Por eso, a veces, hay anulaciones de grupos a última hora".

La guerra de festivales está servida: a ver quien se lleva a la banda más deseada, cueste lo que cueste ("de 100.000 euros para arriba", dicen). Al final, lógicamente, son las promotoras grandes, o las que consiguen tener mayor presupuesto con la ayuda de las administraciones públicas que las contratan, las que se llevan el gato al agua a golpe de talonario. Y los festivales más potentes aguantan. Y los más pequeños sufren las consecuencias de no poder competir con tantos ceros. Vamos, nada nuevo: el pez grande se come al chico, aunque en este caso con la ayuda del dinero público invertido por las administraciones que aprovechan la coyuntura para publicitar sus municipios o ciudades y ganar proyección nacional e internacional.

"Casi todo el mundo conoce Benicàssim en España y en Europa por el festival. Este año esperamos a 15.000 ingleses, el 50% del aforo, que vienen a ver a sus grupos aquí", comenta Carlos Díaz, hasta hace poco concejal del FIB, ya que existía un edil exclusivo para eso. Y no es para menos, teniendo en cuenta que la inversión de las administraciones (Diputación, Ayuntamiento y Generalitat) es de un millón de euros y los beneficios económicos para el municipio son astronómicos. A modo de ejemplo: los cajeros proporcionan tres millones de euros sólo en esos días.

Organizar un FIB puede suponer una inversión de ocho millones de euros y un MetroRock puede costar unos dos millones de euros, según sus organizadores. El 40% de ese dinero sale de las administraciones y los sponsors -los primeros patrocinadores de los festivales son marcas como San Miguel, Heineken, Bacardi, Coca-Cola, Vodafone...-. Y el resto se supone que de la venta de entradas (el 10% se lo lleva la SGAE, que, por otra parte, ha retirado las subvenciones a los festivales de música) y de las barras, que son el verdadero negocio, según los organizadores.

"Es un negocio, pero de alto riesgo", dice Álvaro Ruiz, de la organización del Festimad, que ahora vive un momento crítico tras los problemas técnicos del año pasado. El tiempo dirá quién sobrevive en esta batalla, pero si depende de las ganas de fiesta de la gente...

Un aspecto del Festival de Benicàssim, en agosto de 2005.
Un aspecto del Festival de Benicàssim, en agosto de 2005.ÁNGEL SÁNCHEZ
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Sobre la firma

Patricia Ortega Dolz
Es reportera de EL PAÍS desde 2001, especializada en Interior (Seguridad, Sucesos y Terrorismo). Ha desarrollado su carrera en este diario en distintas secciones: Local, Nacional, Domingo, o Revista, cultivando principalmente el género del Reportaje, ahora también audiovisual. Ha vivido en Nueva York y Shanghai y es autora de "Madrid en 20 vinos".

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