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Reportaje:

Las pasiones de Óscar Domínguez

Tenerife recupera el surrealismo volcánico del pintor en un congreso que conmemora el centenario de su nacimiento

Esta semana, cuatro obras de Óscar Domínguez (1906-1957) se subastaron en la sede londinense de Christie's por dos millones de euros. El gran surrealista canario entraba por fin en el olimpo de los consagrados por el mercado. Precisamente esta misma semana arrancaba en la Universidad de La Laguna un congreso en el que los más importantes teóricos del surrealismo desbrozaban los orígenes y vigencia del más importante movimiento artístico del siglo XX. Durante el sábado y el domingo, las intervenciones indagaron en las diferentes facetas artísticas de Domínguez: sus pinturas realizadas en París, sus escritos y sus relaciones con sus compañeros de camino.

Nacido el 3 de enero de 1906 en La Laguna, se apasionó por la pintura a la vez que daba sus primeros pasos. Su padre se ocupó pronto de compartir aficiones con su hijo. La madre murió cuando Domínguez sólo tenía dos años. En casa aprendió a pintar, se entusiasmó por el coleccionismo y amontonaba todo lo que le sorprendía: mariposas, cerámicas, reliquias. Su propio padre tenía una riquísima colección de piezas guanches.

"Vivió demasiado a la sombra de los franceses", asegura el profesor Brian Morris

Eran actividades que permitían que un niño enfermo permaneciera dentro de los muros de la casa sin protestar demasiado. A las pocas semanas de nacer, empezó a sufrir espasmos nerviosos y parálisis por una enfermedad llamada corea infantil de Sydenham, la misma que también sufrió Andy Warhol en su infancia.

Al poco de cumplir los cinco años, la enfermedad remitió, pero el pequeño Óscar ya se había convertido en el centro de cuidados permanente de toda la familia. Su abuela y sus dos hermanas construyeron en torno a él una burbuja de cuidados y mimos más que intensivos. Para que el entorno del niño fuera perfecto, el padre levantó una casa almenada en una de sus muchas propiedades al norte de la isla, en el barranco de Guayonge. El acantilado y la arena negra que bordea la casa están presentes en muchas de sus obras.

Hasta los 21 años, estudia poco, pinta algo, sale y bebe mucho, y no tiene gran interés por nada. El padre decide mandarle a París para que colaborara en los negocios familiares de exportaciones de frutas. Es, sin duda, el mejor escenario para el joven y guapo Óscar. Él mismo contó después en algunos de sus textos que en aquellos años parisienses, después de sus interminables juergas nocturnas coronadas con absenta, terminaba dormido en el mercado de Les Halles vestido de esmoquin. Mantiene esa vida de señorito canario hasta septiembre de 1931, cuando el padre muere repentinamente y los muchos bienes familiares son embargados por prestamistas y acreedores. Por primera vez tiene que ganarse la vida de verdad y encuentra trabajo como diseñador publicitario en París.

En esos momentos de su vida, Óscar Domínguez hace tiempo que frecuenta lo mejor y lo peor de París. Conoce entonces a una pianista polaca llamada Roma que se convertiría en uno de los grandes amores de su vida y que moriría años después asesinada por los nazis.

Roma es una mujer culta y políglota que le estimula su creatividad. En su etapa presurrealista, antes de conocer a André Breton, pinta obras como Souvenir de París (1932), donde un escorpión aparece caminando bajo la Torre Eiffel y donde Domínguez quiere ya hablar de la autodestrucción en la que se encuentra. Un año después, al acentuarse la acromegalia que le agiganta y deforma las extremidades pinta Autorretrato, en el que se ve una cabeza en la que crece una mano gigantesca. No le gusta ni su vida personal ni la que le rodea. Las guerras y el odio por ellas entran a formar parte de sus obsesiones y ahí encuentra el surrealismo, el movimiento artístico que quiere cambiar el mundo y que lidera el poeta André Breton. Domínguez se pone en contacto con él y pasa a formar parte inseparable de Dalí y Max Ernst, dos artistas que serían definitivos para la obra del canario y con los que estaba de acuerdo en que lo importante era la vida, no el arte. A partir de ahí, viene la parte más conocida de la obra de Óscar Domínguez: su primera exposición individual en Tenerife, las numerosas colectivas en las que es pieza indiscutible y ya en 1942, su primera muestra personal en París.

Brian Morris (Gales, 1933), profesor de la Universidad de California, uno de los ponentes más esperados del congreso en Tenerife, opina que Óscar Domínguez era ya un surrealista antes de unirse al grupo pero que el artista canario vivió con una marginalidad que le perjudicó siempre y que también es la culpable de que el reconocimiento y la gloria le haya llegado después que a sus compañeros. "Vivió demasiado a la sombra de los franceses y nunca se le reconoció la autonomía que tenía", explica Morris. "Estando en el centro de todo, como era París, Domínguez sufrió una doble marginación: por periférico y por isleño".

Cree Morris que las circunstancias personales que el pintor sufría por la enfermedad contribuyeron a que no apareciera en primer plano. Sus manos y pies crecían por momentos y un hombre que había llamado la atención por su belleza, empezaba a ser mirado como un monstruo. Se escondía detrás del alcohol y dejaba el protagonismo para otros.

El reto de este congreso es ver a Domínguez en relación con los restantes miembros del movimiento, mantiene Brian Morris. "Tenemos que demostrar que el surrealismo no es sólo obra de Breton, Paul Eluard, Louis Aragon o Salvador Dalí. Son muchas las aportaciones en ese mosaico. Domínguez ocupa una baldosa estelar en la fantasía del surrealismo".

El valor de esa baldosa supo verla pronto el gran gurú del movimiento, André Breton. Desde 1934, la relación entre ambos es intensa, según describió en el congreso Raúl Henao. En ese año, Domínguez se suma de manera orgánica al movimiento al que ya se han adherido en España Picasso, Miró, Dalí, Eugenio Granell y algunos otros.

Estando en París consigue ayudar a su amigo Eduardo Westendhal, creador de la revista Gaceta del Arte, y logra que Breton viaje a Tenerife. El líder de los surrealistas vive ese viaje como el más exótico y fascinante de los que hasta entonces había realizado.

Muerte, violencia y destrucción acompañaron los últimos días a Óscar Domínguez. Con la enfermedad galopando sin freno, vivía prácticamente en los peores tugurios en los que bebía hasta caer al suelo. González Ruano llegó a escribir que el calor de sus codos no dejaba que se enfriara el cinc de los mostradores de bares como La Coupole o La Rotonde. Se sucedieron las crisis, los ingresos en centros psiquiátricos y los comas etílicos. El 2 de enero de 1958, el chófer de su antigua amante le encontró en el suelo. Estaba desnudo en la puerta del baño del taller. Tenía cortes en las muñecas y en los tobillos y la sangre caía por las escaleras. Al día siguiente fue enterrado en Montparnasse.

<i>Deux couples. Femmes aux boites de sardines</i> (1937), de Óscar Domínguez, uno de los cuadros subastados esta semana en Londres.
Deux couples. Femmes aux boites de sardines (1937), de Óscar Domínguez, uno de los cuadros subastados esta semana en Londres.
Óscar Domínguez y la pianista polaca Roma, en Tenerife en 1933.
Óscar Domínguez y la pianista polaca Roma, en Tenerife en 1933.
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