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Reportaje:PRIMERA PARTE

El valle vuelve a sonreír

Han pasado seis años desde el estallido de la burbuja de las puntocom y en Silicon Valley están preparados para el éxito de nuevo. Retornan los inversores, las ideas revolucionarias y las ganas de cambiar el mundo virtual. Y esta vez, usted es el protagonista

Iker Seisdedos

Aquel otoño de 2001 en el que las acciones de Yahoo! tocaron fondo (valían poco más de ocho dólares), Tom Anderson, licenciado en literatura y posgraduado en cine, empezaba una empresa de marketing on-line junto a su socio, Chris DeWolfe. Dos supervivientes de la era de las puntocom parecían encontrar su sitio después de dar demasiados tumbos.

Más o menos en esa época, Martin Kenney, escritor y profesor de la Universidad de California en el campus de Davis (Sacramento) y modesto inversor en valores tecnológicos, perdía "demasiado dinero" al ritmo del desplome del mercado bursátil tecnológico Nasdaq. El índice, reflejo del auge y la caída de las empresas de Internet, las famosas puntocom, había perdido en el último año y medio más de 3.500 puntos.

"Los propietarios de las compañías están obteniendo beneficios saneados por primera vez en cuatro años"
"Es un imán para jóvenes que juegan a cambiar el mundo y de paso ganan mucho dinero", afirma el profesor Kenney
"No estamos en esto para hacer caja, sino para legar a los demás algo guay", dice Mark Zuckerberg, de Facebook

A unos 200 kilómetros de allí, John McLaughlin, fundador del Instituto para el Estudio de la Historia de la Tecnología, en Santa Clara, compraba a precio de ganga un BMW Z3 propiedad de un anónimo niño prodigio del boom de Internet. De aquellos para los que el éxito no parecía tener límites en los estertores del milenio y cuya empresa acabó en la lista de las más de 5.000 que desaparecieron o fueron absorbidas al estallar la burbuja de las puntocom.

Claro que de aquello hace casi cinco años. Toda una eternidad en tiempo Internet.

Tom Anderson preside hoy MySpace (www.myspace.com), la segunda web más visitada de la Red (con casi 29.000 millones de páginas vistas en marzo se sitúa sólo por detrás del portal Yahoo!). Una página con más de 70 millones de usuarios registrados que aumentan a razón de 300.000 al día (más o menos, un número de personas equivalente a la población de Alicante), según cálculos de Media Metrix, empresa de medición de audiencias on-line. Y un negocio redondo que prevé dar 200 millones de dólares (más de 156 millones de euros) de beneficios en 2006. "Cada día batimos una nueva marca que nos da razones para estar excitados", admite con atemperado entusiasmo Tom Anderson, de 30 años, desde la oficina en la que dirige a unos 160 trabajadores en Santa Mónica, a las afueras de Los Ángeles. Como Kenney, McLaughlin y el resto de los habitantes de Silicon Valley, Anderson tiene de nuevo razones para estar feliz.

"De hecho, sobran", opina John McLaughlin, autor de varios libros sobre el milagro obrado en el valle a partir de 1939, cuando William Hewlett y David Packard montaron la primera empresa tecnológica de la zona y la bautizaron con la suma de sus apellidos. "Los propietarios de las compañías vuelven a obtener beneficios saneados. Están en posición de predecir que el futuro no será un desastre a corto plazo por primera vez en cuatro años", argumenta.

Silicon Valley no figura en ningún mapa de Estados Unidos. En realidad, se trata de una región amorfa e inventada alrededor de un valle real, el de Santa Clara, al sur de San Francisco. En los arcenes del denso entramado de autopistas que surcan pesadas rancheras Volvo con pegatinas anti Bush, las señales homenajean a algunos de los emprendedores (mitad hippies, mitad visionarios) que han hecho de éste un lugar conocido en todo el mundo. Tras las ventanas de cualquier edificio podría estar fraguándose la próxima revolución informática que cambiará nuestras vidas para siempre, y cabe la posibilidad de que el tipo imberbe que sorbe café cultivado ecológicamente en la mesa de al lado sea un multimillonario protagonista del nuevo resurgir.

"Lo que hace tan especial al valle es que está repleto de gente muy inteligente interesada en descubrir cómo será el futuro", asegura Martin Kenney, editor del libro Understanding Silicon Valley (Entendiendo Silicon Valley), editado por Stanford Bussines Books. "Es un imán para jóvenes apasionados que vienen al único lugar en que les es permitido jugar a cambiar el mundo, y de paso ganar mucho dinero". Kenney también cita otras idiosincrasias del valle, como la fuerte presencia de la tecnología en la historia de la zona (aquí se inventó el chip, se alumbró el ratón del ordenador o nació Internet tal como lo conocemos), y el enorme poderío y el inacabable idilio amoroso entre sus tres universidades más importantes y la comunidad de las puntocom.

Larry Page y Sergey Brin, fundadores de Google, fueron alumnos de Stanford. En la Universidad de Berkeley se han graduado 19 premios Nobel. Y en 2001, Caltech recibió 600 millones de dólares, la más grande donación a una institución educativa de la historia, del bolsillo del pionero Gordon Earl Moore, cofundador a finales de los sesenta de la empresa Intel.

Aunque, como si esto fuera un discurso de agradecimiento, nada habría sido posible sin los inversores de capital riesgo (venture capitalist), el cuarto vértice de la maquinaria del valle. Muchos acudieron allí al calor del boom de Internet para instalarse en Sand Hill Road (en Menlo Park), una calle que llaman el Wall Street de la tecnología. A finales de los noventa eran capaces de inyectar casi cualquier cantidad de dinero en casi cualquier idea novedosa con algún viso de tener futuro. "Miles de avariciosos individuos que no eran verdaderos emprendedores empezaron compañías sin ninguna intención de cubrir necesidades en el mercado u obtener beneficios. Fue demencial", recuerda John McLaughlin. La especulación, cierta temeridad de la comisión del mercado de valores estadounidense y la fe ciega en el potencial inacabable de Internet, entre otras decenas de factores, hicieron el resto. En 2000, la burbuja estalló. Y los inversores desaparecieron.

Ahora que el dinero vuelve discretamente al valle (en 2005, las inversiones superaron los 22.000 millones de dólares, con todo, sólo una quinta parte de la cifra total de 2000, según la Asociación Nacional de capitalistas de Riesgo, NVCA en sus siglas en inglés), pocos quieren recordar lo que sus vecinos llaman con ironía el "invierno nuclear", los años que siguieron al reventón, un tiempo en el que se calcula que desaparecieron el 85% de las puntocom, pero en el que nacieron más bebés, hijos de padres ociosos a la fuerza.

La pregunta cuya respuesta todos desearían conocer hoy en el valle es si estamos ante una nueva burbuja. Chris Anderson, redactor jefe de Wired, publicación estadounidense de referencia en estos temas, cree que la palabra que más se ajusta a lo que está sucediendo en Silicon Valley es boom. "La de los noventa fue una burbuja financiera", opina Anderson. "Wall Street inyectó demasiado dinero en el mercado. Los inversores podrían comportarse irracionalmente otra vez, desde luego, pero hasta ahora no hay ni la más mínima señal de ello. Las cosas han cambiado. Internet es ahora masivo. La penetración de la banda ancha es enorme. La tecnología nunca ha sido tan barata ni mejor. Y la economía es más fuerte en todos los aspectos".

La Red es cada vez más ese lugar en el que pasamos las horas, un sitio en el que vivimos mucho menos virtualmente de lo que nos habían prometido los gurús. El hardware barato están a la orden del día entre la quinta parte de la población mundial que participa en revolución tecnológica. Mercados emergentes, como China o India, aportan millones de consumidores con los que hasta hace nada no se podía contar. Y como consecuencia de los avances tecnológicos se requiere una menor inversión para echar a andar una puntocom.

La mayoría de los expertos coinciden en sus análisis con el de Anderson. Y a continuación, pronuncian la fórmula mágica: Web 2.0. La clave de todo parece estar en una tendencia que se resume en la invitación que preside todas las entradas de la gigantesca enciclopedia gratuita on-line Wikipedia. "Edita esta página", reza en la parte superior de la pantalla. Esta web, inmejorable ejemplo del nuevo escenario, se ha construido gracias a la aportación desinteresada de millones de internautas que han añadido datos, corregido errores y completado definiciones. Sin obtener más gratificación que la de sentirse útiles. Porque en la penúltima revolución de Internet los protagonistas son los usuarios. Nunca más, meros clientes, receptores de lo que la Red pueda ofrecerles, sino contribuyentes que "generan contenidos" y forman parte de una comunidad. De un club en el que se sienten cómodos porque está integrado por socios de similares inquietudes.

Esta teoría de la Web 2.0, la ferviente lealtad que despierta en sus usuarios y su potencial publicitario, está detrás de los últimos éxitos de Internet. MySpace, por ejemplo, es una página de relaciones sociales en la que las nuevas bandas de música aportan canciones gratuitamente con la esperanza de convertirse en estrellas. Craiglist (www.craiglist.org), la séptima web en importancia de Internet, funciona como un gigantesco y ascético tablón de anuncios que se alimenta de las aportaciones de los usuarios. Y YouTube (www.youtube.com) cifra su enorme éxito en que permite subir vídeos personales de un máximo de 30 segundos capaces de despertar un inusitado interés (con sólo un año de vida, la página registra al día más de 40 millones de visionados de los 35.000 vídeos que se añaden).

Entre otras grandezas de este concepto está el hecho de que quizá más que nunca la recompensa es para las buenas ideas. También que las compañías no precisan de grandes plantillas. Ya cuentan con millones de desinteresados colaboradores: Craiglist, por ejemplo, emplea a 19 trabajadores. YouTube, a 25. En ambos casos, más que suficientes para gestionar y ordenar toda la información que sus usuarios arden en deseos de compartir. Como asegura Tim O'Reilly, teórico de la Web 2.0, el secreto de tanto éxito está en que la Red del futuro se "aprovecha de la inteligencia colectiva".

Stefan Andreasen, ferviente defensor de estas ideas, se instaló en Silicon Valley hace un año. Vino de Dinamarca con su mujer, sus tres hijos y su empresa tecnológica Kapow Technologies, que fundó hace nueve años y hoy emplea a 50 trabajadores en todo el mundo. Para el creador de "una plataforma de integración web", Silicon Valley es "el lugar en el que hay que estar". Muy básicamente explicado, lo que ofrece su ingenio es una "revolucionaria" herramienta que permite construir nuevas aplicaciones a partir de la combinación de servicios provenientes de diferentes fuentes. Empleando el símil musical, lo suyo son las remezclas informáticas. Es lo que los expertos llaman los mash ups y citan como otro de los elementos definitorios del concepto de la Web 2.0. "¿Te imaginas fusionar los servicios de Craiglist con los de Google Maps?", pregunta este danés de 48 años sin esperar respuesta. "No lo imagines. Ya es posible", sentencia.

Andreasen no ve más que ventajas a su nuevo hogar. Hoy cena con el director de una revista especializada en software. Mañana le presentan al penúltimo genio de Internet en una fiesta para recaudar fondos para los damnificados de Darfur. Cuando se le pregunta por qué prefiere el valle a Dinamarca, responde con un chiste privado muy popular entre los programadores daneses: "Allí decimos que nunca te despedirán si compras Microsoft u Oracle. Nos referimos a que, en Europa, los encargados de comprar software o servicios para las grandes empresas nunca arriesgarían con un producto novedoso como el mío. Siempre buscan los valores seguros. Aquí es distinto. Aquí el objetivo es obtener el mayor beneficio de lo que se compra. Los riesgos son secundarios".

Como parece común entre los habitantes de Silicon Valley, Andreasen está obsesionado con el futuro y parece preocuparle más bien poco el dinero: "Aquí la gente siempre está pensando hacia delante. Cinco años, como mínimo. Si consigues adelantarte cinco años, llegará el momento en el que todos se apunten a tu carro y entonces tú llevarás una ventaja sobre los demás". Ésa es la motivación, al menos la declarada, que funciona como el motor de esta nueva generación de emprendedores. La superación, más que el puro dinero.

"No estamos en esto por hacer caja. Estamos en esto para legar al mundo algo guay", declaró a Rolling Stone Mark Zuckerberg, el insultantemente joven (21 años) creador de Facebook (www.facebook.com), el último bombazo de la Red cuyo éxito está en ofrecer algo así como un anuario del colegio en el que los universitarios estadounidenses hallan un lugar de encuentro.

Puede que sea una pose. O la despreocupación de aquel que nunca mira el estado de su cuenta corriente porque no le hace ninguna falta. "Por encima del dinero", explica entusiasmado el profesor Martin Kenney, "lo que más desean estos muchachos es cambiar el mundo". Y podrían estar en camino de lograrlo si se atiende a la última lista anual de la revista Time de "las 100 personalidades que definen nuestro tiempo". Cuatro de ellos se cuentan entre los protagonistas del fenómeno de la Web 2.0.

En todo caso, lo único tangible que de momento diferencia este nuevo resurgir de la gran nube de humo de finales de los noventa es que los muchachos han cogido la pasta en lugar de esperar a que se haga tan grande que les estalle en las manos. Así, Tom Anderson y Chris DeWolfe vendieron MySpace al magnate de la comunicación Rupert Murdoch por 580 millones de dólares en agosto pasado. Lo que no sabía el propietario de la Fox es que en el paquete se incluía un problema; la propia naturaleza de la página está tan basada en el laissez-faire de los usuarios que puede poner en peligro la llegada de publicidad. Por su parte, Ebay compró el servicio de llamadas de teléfono que utiliza la tecnología de Internet Skype (www.skype.com, aunque sueca, una compañía netamente Silicon Valley) a cambio de 2.600 millones. Y el matrimonio formado por Stewart Butterfield y Caterina Fake se aseguró una tranquila vejez al recibir un cheque de 35 millones firmado por Yahoo! a cambio de la propiedad de la web de publicación de fotografías Flickr (www.flickr.com).

De modo que si, como vaticina John McLaughlin, vuelve a suceder lo que en 2000 ("es inevitable; si colocas un montón de oro al final de un arco iris, la gente correrá hacia él", dice metafórico) los muchachos perderán como máximo su trabajo. "Hijo, yo ya he visto tres burbujas en mi vida. La de los chips, la de los PC y la de las puntocom", recuerda el profesor Martin Kenney. "Hace dos burbujas que pensé que estaba viendo el final del valle. Obviamente, me equivoqué. Creo que si continúa la digitalización, si sigue aumentando la velocidad de procesamiento, seguirán sobrando las oportunidades en esta parte del mundo". "Es eso lo que hace del valle un sitio especial", interviene McLaughlin. "Está lleno de verdaderos emprendedores, y esos no tienen miedo al fracaso. En Silicon Valley los desgraciados son los que no lo intentan. No los que fracasan al intentarlo". Según este razonamiento, el valle está en estado de gracia. Los muchachos están probando suerte.

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Sobre la firma

Iker Seisdedos
Es corresponsal de EL PAÍS en Washington. Licenciado en Derecho Económico por la Universidad de Deusto y máster de Periodismo UAM / EL PAÍS, trabaja en el diario desde 2004, casi siempre vinculado al área cultural. Tras su paso por las secciones El Viajero, Tentaciones y El País Semanal, ha sido redactor jefe de Domingo, Ideas, Cultura y Babelia.

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