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COLUMNISTAS
Columna
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La fe y el aparcamiento

¿Está la Iglesia Católica preparada para los retos parquetemáticos (perdón por el palabro) que se le avecinan? ¿Tiene algo extra que ofrecer el Vaticano, frente a los supermercados de la fe evangélica con que las principales ciudades de Estados Unidos reciben a los pobladores de sus suburbios? Cierto, me decía yo, un One Vaticano Show siempre será grandioso. Me lo decía, precisamente, hace meses, cuando coincidí en Roma con la festividad de San José y me quedé hipnotizada ante la tele, admirando la retransmisión en directo del oficio dirigido por Benedicto XVI y orquestado a la mayor gloria de su modestia y a la del humilde santo cuyo nombre le impusieron al Pontífice al nacer, allá en su Alemania.

Era un espectáculo de tres pares de copones. Hay que reconocer que, desde el llorado y prolongado Juan Pablo II, la Iglesia ha recuperado un papel mediático, sobre todo audiovisual, que ni Bobby Deglané y Valerio Lazarov juntos hubieran alcanzado jamás. Pero las parroquias, en Italia, en España, allá y acullá (y me temo que también en Polonia), permanecen, para mi espanto e incluso escándalo, casi vacías. Ni siquiera el intento de incorporar la música pop a la misa (como ya se hizo en los sesenta, con mayor éxito, porque entonces oficiaban curas melenudos y obreros) ha conseguido el objetivo de atraer a los fieles.

Es el Vaticano lo que provoca al personal. El retorno de lo religioso a lo que se refirió el filósofo Jacques Derrida (permítanme la nota culta) ha tenido, por lo que respecta al Vaticano, un gran adalid en el anterior Papa y su cultivo del medio televisivo, el carisma personal y el tradicional glamour de la liturgia. Formar parte del show, viajar a bajo precio, comprar bulas de souvenir en las tiendas de los aledaños de San Pedro, alcanzar la sublime histeria de la comunión espiritual con un millón más de desconocidos y, además, filmarlo en vídeo o fotografiarlo con el móvil. Debo decir que, gracias a las celebraciones periódicas puntualmente retransmitidas, se ofrecen también exhibiciones de luz y sonido con jovenzuelos en mallas y jovenzuelas con velos (y mallas debajo), que gozo da verlos. No se puede pedir más.

Pero sí se puede. Y se debe. Los llamados "supermercados Cristo" (ajenos a la fe católica y prácticamente post-todo en materia de religión) ofrecen a los estadounidenses desarraigados (quién más, quién menos) y fervorosos un lugar donde mezclar la ceremonia religiosa con la hamburguesa, el karaoke evangélico con el aparcamiento de la roulotte, la guardería de los niños con san Mickey Mouse. Y ello unido a servicios sociales. Situados en los suburbios de las grandes ciudades, constituyen un centro de reunión y para entablar relaciones de primera magnitud. Las familias itinerantes (se calcula que una familia media cambia de lugar cada diez años, según lo requiere la ley de oferta de empleos), acostumbradas ya de hace tiempo a pasar los fines de semana en los tranquilizantes y miméticos centros comerciales, acuden en masa a estos recintos que se miden en hectáreas y en donde se les ofrece, también a tamaño Big Size, redención y misericordia.

La familia, esa indestructible aunque tal vez destructiva institución, es el objeto de estas megaiglesias en donde el predicador puede lanzar soflamas (pero ya no en una carpa con una cruz de neón, como en El fuego y la palabra, sino en un confortable auditorio), mientras en otro lugar del recinto se atiende a quienes luchan contra la droga, defienden su castidad o abominan de su inclinación al adulterio. Y todo eso, con aparcamiento gratis y hasta cine. Incluso puedes conocer a un buen hombre mientras ves La pasión de Cristo, de Mel Gibson (el muy cuco realizó el preestreno del filme en dichas megaiglesias). Hasta puede ocurrir que conversos famosos se acerquen por allí a comerse unos donuts y firmar autógrafos.

En fin, lo último en materia de religiosidad sociológica. Me parece que Benedicto XVI va a tener que dejar de pensar en los condones y ponerse a decidir cómo utiliza los muchísimos solares propiedad de la Iglesia. Amén.

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