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El 'caso Outreau' por pederastia destapa en Francia fallos en la maquinaria judicial

"Éramos gente humilde, a nadie le importábamos nada", afirma una de las víctimas

"Si se pagan los dictámenes de experto a precio de mujer de la limpieza, se obtienen dictámenes de mujer de la limpieza". La frase es de Jean-Luc Viaux, uno de los psicólogos que trabajaban para la justicia francesa. Viaux ha sido la primera víctima del gran ajuste de cuentas que comienza ahora en la maquinaria judicial francesa. Ha sido despedido por el ministro de Justicia, Pascal Clément, después de que varios acusados de pederastia en el caso Outreau hayan sido declarados inocentes cinco años después de iniciarse el proceso. El ministro de Justicia, Pascal Clément, la fiscalía y el Estado han pedido perdón. Los absueltos han perdido su trabajo, sus familias y han pasado tres años en prisión.

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Los 14 acusados del llamado caso Outreau eran supuestamente pederastas. Ahora les piden perdón. Uno de ellos no sabrá de excusas ministeriales ni de la fiscalía, ni cobrará las sustanciosas indemnizaciones con que la justicia intenta acallar sus errores. Se suicidó antes en la cárcel. No soportaba las miradas de condenación, los interrogatorios de la policía, de los jueces, sobre todo del juez instructor, Burgaud, de 28 años y convencido de tener siempre razón.

"Cuando pedimos por primera vez la libertad provisional, uno de los jueces bostezaba, los otros dos cuchicheaban entre ellos. Ante ellos yo era menos que nada", explica ahora -tras años de cárcel- Pierre Martel, taxista. Karine Duchochois, entonces cajera en un supermercado, supo también lo que es ser pobre ante la justicia: "Éramos gente humilde, la clase social más baja. A nadie le importábamos nada. Nuestra calle la rebautizaron como la avenida de los pederastas".

Outreau, 15.000 habitantes, en el Norte, junto a la frontera belga. Minería y metalurgia, es decir, paro. En ese contexto social y en medio de la histeria desatada por el affaire Marc Dutroux -un belga pederasta y asesino-, un niño de nueve años, Marc Delay, que inquieta a los servicios sociales, denuncia a sus padres como violadores. Es diciembre de 2000. Nadie escuchaba al pequeño Marc que, de pronto, se siente protagonista. "Otras personas me han hecho lo mismo. Espera, voy a escribirte los nombres". Y Marc escribe 10 nombres. Sus hermanos añadirán otros. En otoño del 2001 la lista incluye 70 personas. El juez Burgaud tiene entre sus manos un gran escándalo, una red de prostitución infantil, casos de asesinato, vídeos pornográficos...

Día 1 de diciembre de 2005. Los padres de Marc y sus vecinos de rellano siguen en la cárcel. Fueron condenados en julio de 2004. El resto de los acusados, 14, después de pasar meses o años en la cárcel -o de suicidarse- quedan en libertad. Totalmente inocente. No hay red, ni filmes, ni asesinatos, sólo -y ya es mucho- dos parejas que vivían en medio de la mayor miseria. Moral, sexual y económica. Que violaban a sus hijos.

La panadera Roselyne Godard ha perdido su negocio y se ha divorciado de su marido, Christian, que la creyó capaz de abusar de menores antes de verse él mismo acusado de lo mismo. Karine Duchochois también se ha separado de su compañero, David Brunet, incapaces ambos de sobreponerse a las sospechas mutuas. El sacerdote obrero Dominique Wiel, en su momento peligroso pederasta, se lo toma con calma: "Cuando sopla el viento de la locura, hay que esperar que amaine". Odile Marécaux tramita ahora el divorcio de su marido Alain. Éste no ha logrado superar el que sus hijastros les acusasen de violarles. Los niños tampoco han podido adaptarse de nuevo al mundo. La mentira que llevó a la cárcel a sus padres les pesa, como les pesan los meses pasados en instituciones para críos maltratados o en el seno de una familia provisional. "Uno de ellos acaba de fugarse de casa, la chica ha intentado suicidarse. La justicia nos ha devuelto a nuestros hijos destruidos", dice Odile Marécaux.

Error y horror

La familia Legrand también sale separada de la prueba. El error se basaba en difundir el horror. Burgaud les decía a todos los acusados que "tres adultos y cuatro menores no pueden ponerse de acuerdo para implicarle a usted en los mismos términos".

Nadie le preguntó si no encontraba sospechosas tantas coincidencias entre tres adultos y cuatro menores. Claro que a Burgaud y su sumario, en tres años de instrucción, les han avalado las firmas de 67 magistrados. "Pero no es el fruto de un trabajo en equipo", explica el ex ministro de Justicia Robert Badinter, "sino una mera sucesión de firmas que no detectan ningún error de procedimiento". Es decir, la justicia sólo ve que la justicia funciona conforme a sus reglas. La verdad importa poco, lo que cuenta es respetar el procedimiento.

Un antiguo ministro de Justicia, Olivier Guichard, dijo al dejar el cargo: "Hay que evitar tener tratos con la justicia". Seguro que los inocentes de Outreau coinciden.

Pascal Clément, ministro francés de Justicia.
Pascal Clément, ministro francés de Justicia.ASSOCIATED PRESS

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