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Reportaje:

Nos estáis volviendo locos

Urogallos salvajes que se sienten atraídos por las personas, gaviotas que renuncian a cuidar a sus polluelos, aves que trastocan su vuelo migratorio, ballenas macho con útero y ovarios, hembras de moluscos con pene… El hombre, con su contaminación y alteración del medio, es el responsable.

Desde hace 10 años, responsables en la conservación de especies protegidas de la Junta de Castilla y León y del Principado de Asturias han detectado casos de urogallos dóciles y locos en la cordillera Cantábrica. Los ejemplares dóciles no huyen de los humanos, y los locos, ante tal circunstancia, demuestran a lo grande sus dotes nupciales, incitando a las personas a participar en la ceremonia de celo y acoplamiento. Si no fuera porque el siguiente escalón en este tipo de comportamientos puede ser la extinción, el ofrecimiento sexual de estos gallos salvajes motivaría la carcajada. "La aparición de hembras locas en núcleos de población aislados en los Alpes y con menos de una quincena de individuos ha concluido con su desaparición total en los años inmediatamente siguientes", advierte Luis Robles González, uno de los responsables de la investigación. La presión humana provoca la fragmentación y el aislamiento de las poblaciones de urogallo, y fuerza la aparición de ejemplares desorientados que pierden su carácter salvaje justo allí donde la civilización enseña sus orejas.

El ministro de Defensa, José Bono, tomó recientemente una decisión en contra de esa presión agobiante hacia los animales. En su caso afecta a los cetáceos que periódicamente aparecen moribundos en Canarias. El uso del sonar en maniobras militares les causa "daños psicológicos y estrés, haciendo a los animales más vulnerables a patologías como el ataque de virus, bacterias o parásitos", según un informe de la Comisión del Congreso de EE UU sobre Mamíferos Marinos. De ahí a la desorientación y el varamiento masivo va un paso. Bono recibió en noviembre la felicitación de organizaciones ecologistas como Océana por adoptar una moratoria en tales ejercicios navales.

La mayoría de los zifios y ballenas que son arrastrados a las playas canarias muere sin dejar en herencia a sus descendientes los males de su desdicha. No se puede decir lo mismo de otros cetáceos, las belugas, una de las numerosas especies de fauna que sufren en cuerpo y comportamiento las secuelas del cóctel de sustancias químicas sintéticas usadas en procesos industriales y en fumigaciones agrícolas y ganaderas. Algunos de estos compuestos, como los organoclorados, adquieren la facultad de penetrar en los tejidos de los animales, acumularse en ellos, pasar a las crías y alterar su sistema endocrino. Disruptores endocrinos es el nombre con el que los científicos han bautizado estas sustancias, que, según creen algunos, pueden estar interfiriendo ya en los humanos.

Cuando, el 31 de mayo de 1989, Pierre Béland, fundador del Instituto Nacional de Ecotoxicología de San Lorenzo de Canadá, registró la muerte de una beluga en la orilla del río que baña Quebec, lo anotó como un caso más en el preocupante descenso de la población de este cetáceo de tez blanca y aspecto enternecedor: de los 5.000 ejemplares de comienzos del siglo XX a los 500 en la última década. Béland decidió investigar y se encontró con las siglas de los organoclorados más malignos impresas en los tejidos de las belugas: el DDT (diclorodifeniltricloetano), un insecticida ya proscrito, y los PCB (bifenilos policlorados), también desterrados como aislantes de sistemas eléctricos, en adhesivos o en pigmentos de pinturas. Ambos forman parte de la docena sucia de contaminantes orgánicos persistentes (COP) que el Convenio de Estocolmo incluyó en 2001 para su reducción y eliminación; pero aunque normativas nacionales ya los habían prohibido, siguen ahí, en los tejidos animales, demostrando su capacidad para perdurar. Aparte de descubrir tumores, cánceres de vejiga y úlceras en el aparato digestivo, Béland quedó paralizado al observar útero y ovarios en el interior de un macho. Era la primera vez que encontraba signos de hermafroditismo en una ballena.

Éste es uno de los muchos casos que aparecen en el libro Nuestro futuro robado, de Theo Colborn, que revela cómo determinadas sustancias químicas sintéticas son responsables de los trastornos hormonales y emocionales observados en los animales y su posible incidencia en los humanos. Las belugas, pero sobre todo los osos polares o las panteras de Florida, son los receptores finales dentro de una cadena trófica en la que se multiplica su acumulación. A medida que van ascendiendo en la cadena, la concentración de PCB en los tejidos puede aumentar hasta 25 millones de veces, incluso después de viajar miles de kilómetros para alcanzar el estómago del plantígrado o el felino. En este último caso también se constataron casos de machos feminizados, en cuya sangre había más estrógeno que testosterona.

En España, una de las investigaciones notorias sobre disruptores endocrinos se realizó desde la Universidad de A Coruña, aunque esta vez las protagonistas eran hembras de moluscos masculinizadas. María Quintela y José Miguel Ruiz de la Rosa confirmaron que la costa gallega estaba minada de hembras de caracolillos multicolor (Nucella lapillus) que desarrollan órganos sexuales masculinos y pierden capacidad reproductiva. El responsable es el tributilo de estaño, sustancia contenida en las pinturas con que se protegen de la corrosión los barcos. Su toxicidad es manifiesta, así como sus efectos sobre el crecimiento, la anatomía y la reproducción de infinidad de invertebrados marinos. Más de 150 especies de moluscos en todo el mundo están afectadas por este fenómeno, llamado imposex, y, según el estudio coruñés, está presente en todas las poblaciones de caracolillos multicolor estudiadas en la costa de Galicia, 56 en total.

Que hembras y machos vean alterada su composición hormonal cortocircuita la relación entre ellos, y entre padres y crías; conduce a comportamientos aberrantes, y, como en el caso del urogallo cantábrico y los caracolillos, puede situar al borde de la extinción a sus poblaciones. Un estudio reciente de las universidades de Glasgow y Texas Tech y del Amherst College de Massachusetts, resume algunas de las conductas animales anormales más significativas. Gaviotas, palomas y halcones no sólo ven mermada la cantidad y calidad de sus nidadas, sino también la atención que prestan a los polluelos, que mueren de inanición. Los tritones reducen la producción de feromonas; peces y palomas machos disminuyen o tergiversan la ceremonia de cortejo; las codornices rechazan el apareamiento, y, entre algunos crustáceos, la inapetencia sexual es compartida por hembras y machos. Y los comportamientos anómalos se disparan en otros ámbitos de las relaciones animales, siempre tras haber comprobado que en sus organismos entraron estafadores químicos del tipo de los DDT y PCB, además de metales pesados y otros contaminantes.

En el apartado de la depredación, especies que se sitúan en la parte baja y media de la cadena trófica -como insectos acuáticos, camarones, ranas, peces y ánades- relajan sus defensas ante los depredadores y son incapaces de reconocer las señales y signos que identifican a éstos, y que, en condiciones normales, les permiten detectar su presencia y huir a tiempo. Estudios sobre renacuajos de rana arbórea gris demostraron que el estrés y la ansiedad provocados por la presencia de su depredador natural, una salamandra, se agudizan en el caso de ejemplares contaminados con un plaguicida llamado Carbaryl. Para más inri, algunas especies de anfibios y peces pierden también el instinto predatorio y disminuyen el acierto de sus capturas, por lo que no comen y encima se dejan comer.

Para cerrar este catálogo de anomalías, una de las más evidentes al ojo humano se ha constatado en garzas blancas y gaviotas argénteas, cuyos movimientos arrítmicos se asemejan al de una persona beoda. Pero no es el alcohol el culpable de tan penoso deambular, sino el plomo y el mercurio acumulados en su organismo, que les perturba el sistema nervioso. "Entre los síntomas frecuentes destacan, a nivel externo, manchas verdosas en zona ventral, menor tasa de ingestión de alimentos, tendencia a buscar aislamiento y cobertura, reducción de actividad y poca disposición a volar, así como paso tambaleante hasta perder la capacidad de andar y de mantenerse erguidos". Éste es el terrible diagnóstico que la Sociedad Española de Ornitología describe como característico de las aves afectadas por plumbismo, sobrevenido tras ingerir el plomo de los cartuchos usados en la caza de acuáticas en humedales. Hace cinco años, el Ministerio de Medio Ambiente español estimaba entre 3.000 y 5.000 las toneladas de plomo empleadas anualmente por los cazadores. La reciente aprobación en España de la Estrategia Nacional contra el Uso de Cebos Envenenados demuestra que a metales pesados, plaguicidas y otros contaminantes industriales que causan disfunciones graves entre la fauna se añade la colocación de venenos con el fin de eliminar animales molestos para cazadores, ganaderos y agricultores sin escrúpulos.

Las aves, por su alta movilidad y diversidad en la alimentación (picotean aquí y allá), son las especies más castigadas por la sopa tóxica que cocina a todas horas el ser humano. Hasta el cambio climático se alía para desorientarlas y cambiar sus comportamientos. Investigadores de Maguncia (Alemania) concluyen que cada vez hay menos aves migratorias debido a la elevación de las temperaturas por el cambio climático. En España, abubillas y golondrinas suelen hacer un alto en el camino en el sureste de la Península, desde donde ya no despegan para continuar vuelo a África, lugar habitual de invernada. Juan José Sanz, del Museo Nacional de Ciencias Naturales, va más allá y habla de interacción entre especies: "Puede ocurrir que las aves, al llegar antes a su lugar de reproducción, no encuentren los insectos necesarios para su dieta y, por tanto, interrumpan su actividad reproductora. Por otro lado, se empiezan a dar casos en España de expansión de aves africanas que, como el camachuelo trompetero, van ampliando su área de distribución desde Almería hacia Murcia y Alicante". Hay expansiones más caricaturescas: un ave marina, la pardela, que nidificaba en un hotel de A Coruña; un halcón peregrino que caza en el centro de Madrid, y un busardo colirrojo, otra rapaz, que hace su nido en la Gran Manzana de Nueva York. También son ejemplos de comportamientos anómalos, una colección de incongruencias etológicas fruto de la mayor expansión: la humana.

Información: 'Nuestro futuro robado', de Theo Colborn, J. P. Myers y Dianne Dumanoski. Ecoespaña Editorial. 'Bienestar animal, sufrimiento y consciencia', de Concha Mateos Montero. Universidad de Extremadura. Internet: www.istas.net/ma/decops, y www.wwf.es/toxicos_detox.php.

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