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Reportaje:

El nuevo icono de Barcelona

La nueva Torre Agbar es el edificio de Barcelona más visible desde el cielo. Está en boca de todos y ha cambiado la faz de la ciudad. Se ha convertido en su icono moderno. Su creador, Jean Nouvel, explica cómo la concibió. Consulte la Fotogalería

Anatxu Zabalbeascoa

Los arquitectos que firman los mayores edificios están de acuerdo en que levantar un rascacielos es una carrera de obstáculos. No son tanto los propios proyectistas como los políticos (que deciden dónde estará y muchas veces quién lo hará) y los asesores financieros (que controlan los presupuestos) quienes determinan las formas de la nueva arquitectura. Hoy, para hacer un gran edificio se piensa antes en el abogado que en el arquitecto. Con todo, a pesar de los condicionantes de unos y de los recortes de otros, en Barcelona despunta un nuevo símbolo urbano. La Torre Agbar, ya terminada, aunque no se usará hasta junio, corona una nueva redefinición de la ciudad, al tiempo que viste de cosmopolitismo una empresa, Aguas de Barcelona, convertida en marca global. Y lanza una pregunta: ¿qué convierte a un nuevo edificio en emblema y referencia urbana? "Queríamos aportar algo a la arquitectura de la ciudad", declaró el día de su presentación a la prensa Ricard Fonesa, presidente del Grupo Agbar.

No en vano, su firma lleva el nombre de Barcelona cosido al suyo. Esta empresa, con más de 130 años de antigüedad, inició hace una década su expansión internacional inaugurando proyectos de gestión de aguas por todo el mundo. Hoy trabajan en 24 países: de Japón a Brasil, de Guatemala a Francia, pasando por Cuba, China y Egipto. Y los ingresos provenientes del extranjero suman ya más de un tercio del total del grupo. En esa voluntad universalista puede leerse el deseo de convertir su sede, hasta ahora desgajada en varios edificios sobrios y discretos, en un nuevo símbolo urbano, un punto de referencia entre la Sagrada Familia y las torres de la Villa Olímpica.

Pero ¿por qué?, ¿qué hace a una empresa consolidada apostar por un edificio que desde su presentación en maqueta no cesó de generar apodos: desde el géiser hasta el supositorio, pasando por el torpedo, el pene y el consolador? "Nuestro objetivo era dar a la ciudad un regalo que sirva como símbolo de la Barcelona del siglo XXI. Es evidente que un inmueble así genera comentarios de todo tipo. Por su singularidad arquitectónica no sólo se ha convertido en un monumento de la ciudad, sino que ha contribuido a conformar el nuevo skyline de Barcelona", apunta Ángel Simón Grimaldos, director general del Grupo Agbar. Y no le falta razón. Erigida en la encrucijada que forman las vías más importantes de la ciudad -Diagonal, Gran Vía y Meridiana-, la nueva torre tiene una sorprendente presencia. De cerca y de lejos resulta misteriosa. Carece de fachada principal. Porque todo, hasta lo que se juzga invisible, está minuciosamente calculado. La sensación de irrealidad que emite la provoca el juego de reflejos luminosos que genera la diversa inclinación de cada una de las 60.000 láminas de cristal translúcido y transparente que envuelven la torre. El vibrante destello lo produce el mosaico cromático que forman las placas metálicas, de 40 tonos distintos (rojizos en la base, azules hacia el cielo), que cubren la fachada bajo el cristal. Así, la indefinición es la principal característica de la torre. Y eso, paradójicamente, la hace destacar. Un viandante no sabría decir de qué color es. No tiene una geometría precisa. Sus contornos se desdibujan y su presencia cambia radicalmente según la incidencia del sol. "Es un edificio palpitante. Cambia según el día, en función de la luz. Todo eso lo convierte en algo vivo", señala su arquitecto, Jean Nouvel, responsable también de la ampliación del Reina Sofía, en Madrid. Un edificio indefinido y vivo: "Hemos puesto en marcha las condiciones de un acontecimiento que nos sorprenderá cada día", augura el francés.

La sorpresa es una de las claves del éxito del edificio; la imprevisible firma de Nouvel, otra más, y la elección del enclave, la última. ¿Cómo se conjugaron? Una de las versiones que contribuyen a la mitificación de la torre circula como chascarrillo urbano. Es vox pópuli entre los arquitectos que el Ayuntamiento de Barcelona, que presume de ser uno de los municipios más involucrados en la defensa de la arquitectura de vanguardia, quería un jean nouvel. No tanto el primer nouvel de España, que también resultó serlo, como un nouvel en toda regla; esto es: un edificio excepcional. Josep Anton Acebillo, arquitecto municipal cuando se gestó el proyecto, a finales de los noventa, le resta importancia al coleccionismo de figuras internacionales: "La arquitectura siempre ha estado del lado del poder. Se necesitan mutuamente". "Hace seis años ni siquiera se había acuñado el término de arquitecto estrella. Buscábamos un gran profesional cuyo despacho no estuviera a más de dos horas en avión de Barcelona. Nouvel encajó con ese perfil", declara Santiago Mercadé, consejero delegado de Layetana Inmobiliaria.

Tener un 'nouvel' no es fácil. Este arquitecto -de sello rotundo, pero precisamente imprevisible- carece del estilo definido que identifica la blancura con los edificios de Richard Meier (autor del Museo de Arte Contemporáneo de Barcelona) o que asocia los bucles brillantes a Frank Gehry (que levantó en la Villa Olímpica barcelonesa, y con la forma de un pez, el que sería su primer trabajo en España). La arquitectura de Nouvel no es claramente reconocible. Por lo menos para el gran público, ya que para numerosos colegas suyos es precisamente esa incontinencia creativa, que le lleva a reinventar su estilo en cada proyecto, lo que le hace un gran arquitecto. A pesar de que cuenta con el respeto unánime de sus compañeros de profesión, no todos los edificios que firma son obras maestras, monumentos urbanos o símbolos de una ciudad. ¿Cómo se abonó esta vez el terreno para levantar un emblema? ¿Cómo gestó el grupo inmobiliario Layetana la construcción de un icono? ¿Qué decidió a una empresa de perfil discreto como Aguas de Barcelona apostar por un arquitecto excesivo y rotundo?

Acebillo, desde su puesto como arquitecto del municipio, realizó una política de expansión y crecimiento de la ciudad basada en la recuperación de las zonas deterioradas y la reconversión del antiguo tejido industrial. Acebillo, hoy director de la Academia de Arquitectura de Mendrisio, en Suiza, confió y repartió su idea de la nueva Barcelona entre tres grandes grupos de arquitectos: los pocos españoles internacionales, los emergentes locales, y algunas, contadas, estrellas extranjeras. Así, bajo su mandato, la entonces poco prolija y hoy poseedora del único Pritzker femenino, Zaha Hadid, se hizo con la remodelación de la plaza de les Arts, y Nouvel consiguió el símbolo de un nuevo distrito barcelonés. Desde el Ayuntamiento le hicieron sitio: hallaron un emplazamiento imprevisto, un lugar hasta entonces urbanísticamente indefinido. El arquitecto Fermín Vázquez, socio de Nouvel en España para este proyecto, lo cuenta así: "Nuestro estudio, B720, analizó el plan de la zona. Propusimos la segregación de la torre del resto de la ciudad. Hoy parece obvio, pero en aquel momento sembrar la Diagonal de rascacielos no era una apuesta fácil. La normativa no lo prohibía y la propuesta cuajó. Layetana quería hacer un edificio singular, que despuntara, pero también quería trabajar a la medida de su cliente, Agbar. Nos pidieron una terna de arquitectos y nos ofrecieron ser uno de los tres".

Así, Vázquez, un madrileño de 43 años, por entonces recién llegado a Barcelona, aunque con amplia experiencia en firmas comerciales británicas, fue el encargado de elegir los que iban a ser sus rivales en su gran oportunidad. Este arquitecto presentó su proyecto asociado a la ingeniería Idom, conocida por haber levantado el Guggenheim bilbaíno. "Malévolamente, propuse a Renzo Piano, un arquitecto idóneo: tranquilo y de prestigio, pero que sabía que no iba a poder aceptar por exceso de trabajo. El tercero iba a ser Nouvel para asustarlos de muerte".

Pero Nouvel no asustó, fascinó. "Les cautivó con una gran estrategia que, por lo visto, me cuentan que ha copiado a Foster", recuerda Vázquez. Llegó con tres propuestas. Habló de las ventajas de la primera torre, del pragmatismo de la segunda, y finalmente sacó, como quien extrae un conejo de una chistera, la que se convertiría en la elegida. "Pero ésta es la que más me gusta", apostilló Nouvel. No necesitó decir más. El Grupo Agbar visitó en París la Fundación Cartier, la obra maestra del francés hasta entonces, y decidió que ellos querían para Barcelona una joya de ese mismo linaje. Nouvel ya estaba en el proyecto, que, de algún modo, Vázquez también ganó. "Causamos buena impresión. Y al final resultó una solución natural que Nouvel se hiciera cargo del proyecto y nosotros nos convirtiéramos en los arquitectos locales", recuerda. "El edificio estaba predestinado a ser relevante en una ciudad que, por entonces, tenía un número de torres que podía contarse con los dedos de una mano", comenta Santiago Mercadé.

Decididos el proyecto, la ubicación y el arquitecto surgieron los primeros problemas. La torre se enfrentó a una crítica inesperada. La prensa local promovió un debate sobre la oportunidad de llenar la ciudad de rascacielos. Se acusaba a esta tipología de desembocar en una ciudad excesivamente densa. "Los rascacielos son el símbolo del siglo XX y lo serán también del siglo XXI", apuntó Nouvel. El arquitecto Oriol Bohigas, concejal de Urbanismo en Barcelona a principios de los ochenta, tachó la obra de ser "más logotipo que símbolo, realizado con un fin publicitario", y añadió: "El problema de este tipo de edificios no es tanto que sean esculturales como que no tengan intención de servir de ejemplo ni de participar en la reorganización de la ciudad".

En ese punto, Nouvel discrepa. Considera que la Torre Agbar sirve, precisamente, para reorganizar la ciudad: "Hoy, urbanísticamente, se construyen rascacielos porque hacen falta para dotar de identidad a nuevas zonas urbanas. Por eso se levantan en lugares en los que son necesarios y no en medio del campo", señala. Acepta además que este tipo de edificio se ha convertido en el símbolo del poder. Por eso se muestra de acuerdo con Oriol Bohigas a la hora de juzgar la calidad escultórica de su edificio, aunque su valoración sea distinta. El arquitecto francés asegura que lo que más le gusta de la tipología de los rascacielos es su manera original de continuar la línea de construcción de las ciudades históricas: "Las ciudades antiguas siempre han tendido hacia la verticalidad en los espacios simbólicos. Las catedrales, por ejemplo. Europa hoy se está redibujando. El futuro pasa por sumar a lo que ya tenemos, que es mucho. El mundo está construyendo ciudades según el modelo norteamericano, con centros muy densos y periferias desgajadas. Por eso la principal cuestión que debemos solucionar en nuestras ciudades es dónde colocar las verticales y qué van a significar".

Las verticales, los rascacielos. Antes de haberse concluido su estructura, antes de vibrar con la luz, antes de parecer un géiser, el rascacielos Agbar ya se había convertido en un hito urbano. Los ciudadanos empezaron a familiarizarse con la silueta redondeada que crecía al noreste de la ciudad. "En diciembre de 1999, cuando Nouvel trazó la forma de proyectil que tiene el edificio, comprendimos su potencial de devenir en un icono", apunta Mercadé. Además, el Ayuntamiento zanjó la discusión sobre la construcción de edificios en altura con rotundidad: no era cuestión de oportunidad, sino de necesidad. "Con la construcción de edificios altos no se pretende incrementar el suelo edificable, sino liberar suelo para crear más zonas verdes, liberar terreno para uso público", declaró Xavier Costa, concejal de Urbanismo. También Acebillo suscribió la consigna: "Quien critique los rascacielos, critica los parques", sentenció. Las ciudades deben ser densas por naturaleza. Sin densidad no hay metro, por ejemplo".

A pesar de atribuir a los rascacielos la responsabilidad de definir las nuevas ciudades, Nouvel considera que se debe aclarar lo que es un rascacielos hoy. Explica que durante años la mera pericia de subir, la simple idea de soportar la carga estructural, era contemplada a la hora de juzgar la calidad de un edificio. Pero cree que los nuevos tiempos deben ser más exigentes: "Siempre he pensado que había un darwinismo estructural. Una selección natural que, atendiendo a las estructuras de los edificios, fomentaba la evolución de la arquitectura. En cada época hay una forma de hacer las cosas. Para mí, la ciudad como una máquina o la casa como una máquina forman parte de la manera de construir de comienzos del siglo XX. Era una estética reveladora. Mostraba cómo funcionan las cosas, cómo se construyen. Durante un tiempo, eso maravillaba, y el tipo de arquitectura que exhibía la técnica vivió su esplendor. Era sorprendente. Pero hoy, a mí ya no me sorprende saber cómo funciona un motor. La visión de la técnica ya no es el mismo mito que fue para mis padres o para mis abuelos".

Nouvel sostiene que la Torre Agbar está pensada para Barcelona y para el lugar de Barcelona en el que se encuentra. Y aunque celebra la popularidad de su edificio y acepta los apodos con humor, insiste en que no es amigo de construir caprichos. "No entiendo la relación entre la originalidad, el capricho y la emoción. Hay que encontrarle el sentido a lo que cada uno hace. Yo no sé trabajar sin un sentido. El sentido nunca elimina la emoción, más bien la refuerza". ¿Y cuál es el sentido de la Torre Agbar? "Tiene la misma función que un campanario en la antigüedad: marca un lugar y juega dentro de una composición urbana, ayuda a definir la ciudad. Barcelona no tiene el registro de la ciudad de negocios o de la ciudad densa. Por eso no tendría sentido levantar dos edificios verticales en la plaza de las Glorias [donde se encuentra la Torre Agbar] ni tendría sentido añadir un rascacielos de estilo internacional que habla de un mundo global, pero en pasado, y ni retrata su tiempo ni el lugar en el que se construye". ¿Y por qué tiene esa forma? ¿Esos colores? ¿Por qué es indefinida? "Cuando tienes solucionados los aspectos técnicos y no necesitas mostrarlos como si fueras un nuevo rico, puedes volcarte en el simbolismo de la iluminación, de los materiales o del paisaje, y hacer eso es una manera de relacionar nuestro tiempo con un contexto específico. Eso es lo que he intentado hacer en Barcelona. Por eso habla de Montserrat, y de sus cimas y riscos erosionados. Por eso habla de los reflejos del agua y el azul del Mediterráneo".

Nouvel sostiene que la torre tiene una forma que pertenece a la memoria de la ciudad, al tiempo que subraya que hoy día, en arquitectura, quedarse sólo en la forma resulta simplista. "Hoy existen otros factores, como la densidad, la profundidad, y los materiales, los reflejos y los cambios de color que definen tanto, o tan poco, un edificio como su forma dibujada". En su paradoja, la Torre Agbar es un rascacielos muy contemporáneo: el edificio es cambiante, pero su manera de relacionarse con el resto de la ciudad es rotunda.

Levedad y rotundidad definen este nuevo monumento. Pero la construcción de la torre no ha sido fácil. Todo en ella resultaba desmesurado: 144 metros de altura, 35 pisos, 30.000 metros cuadrados de oficinas. 4.400 ventanas asimétricas, 132 millones de euros de presupuesto, 40 colores en fachada, 600 personas trabajando en el proyecto, 3.210 metros de instalaciones. Más allá de los problemas arquitectónicos y de ingeniería habituales en cualquier obra, es lógico que la torre despertara desde su anuncio tanto la curiosidad como el recelo de los ciudadanos. Además, la manera de construirla ha sido artesanal: cada una de las chapas metálicas coloreadas ha sido proyectada y ubicada como si de un mosaico se tratara. Esa diversidad llega al interior, que refleja fielmente la variedad cromática exterior y donde además las 4.400 ventanas perforan la piel del edificio para enmarcar el paisaje urbano y provocar juegos luminosos. Así, las ventanas que dan a la Sagrada Familia no son cuadradas, sino alargadas para no recortar, "y para saludar", apunta Nouvel, la vecina obra maestra de Gaudí. Pero si la gestión de este edificio emblemático fue complicada y su construcción compleja, tampoco ha sido fácil trabajar con Nouvel. "Trabaja con una gran autoexigencia. Y su manera de pensar no es lineal. Está muy ocupado con cincuenta cosas", comenta Fermín Vázquez. Con todo, el arquitecto madrileño insiste en que trabajar con el francés es una lección continua: "Admiro su capacidad propositiva. Es espectacular la cantidad de ideas que llega a tener. A veces son estrambóticas, pero como sé lo difícil que es tener una idea buena en arquitectura, me parece asombroso la cantidad que él va derrochando. Estar con él nos ha ayudado a liberarnos de ciertas prudencias. Pero también he aprendido otra cosa: el valor que tiene. Es valiente a la hora de proponer. Es un profesional que, a estas alturas de su trayectoria, no necesitaba arriesgar tanto", concluye Vázquez.

Nouvel, el más famoso entre los arquitectos franceses, considera que Barcelona es una ciudad muy hecha y, curiosamente, también muy por hacer: "La ciudad ya es, no se puede reinventar. Por eso Barcelona no tendrá nunca la tentación de ser Manhattan ni de crear un barrio supuestamente futurista, como le sucedió a París cuando se levantó La Défense". La Torre Agbar quiere participar de ese lenguaje urbanístico y busca convertirse en el símbolo de muchas cosas: de la prolongación de la Diagonal, del renacimiento de un barrio, de la expansión de una empresa.

Cuando un arquitecto crea un icono, implanta una torre y marca el territorio actúa como un visionario, con capacidad de mirar hacia delante y con la posibilidad, o la esperanza, de divisar algo en el futuro. Pero Nouvel resta importancia al futuro: "Nadie lo conoce, eso es lo que lo hace atractivo; cuando yo construyo, lo hago en presente: en un contexto concreto y en un lugar cuyo sentido conozco ahora. Esta torre es un símbolo único. Es como una aguja, como acupuntura inyectada en la ciudad. Es una tipología respetuosa que no se implanta en el territorio como un meteorito caído del cielo, sino que se integra y crece sobre lo que ya existe". Integrar en lugar de imponer es la clave defendida por Nouvel para el siglo XXI. "La ciudad es un espacio plural que debe ser ordenado, pero heterogéneo. Quería levantar una torre que fuera un impulso para esta ciudad. Me preguntaba cómo debía ser una torre para Barcelona, y fue el espíritu de la urbe y su historia los que me dictaron la forma. Ésa es la magia de la arquitectura. Los mejores edificios tienen vida propia. Los inmuebles más logrados no terminan nunca de definirse. Los proyectos más osados sorprenden hasta a su propio autor".

Torre Agbar.
Torre Agbar.

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