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Columna
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'Entre tinieblas'

Rodada en 1983, Entre tinieblas es la tercera película de la filmografía de Pedro Almodóvar; las características de su inconfundible manera de concebir y realizar el cine están presentes en esta melodramática historia situada -como siempre- entre la inverosimilitud y el costumbrismo. Almodóvar entusiasma o produce rechazo, pero nunca deja indiferentes a los espectadores. Este filme ofrece -como otros muchos suyos- pasiones tórridas, amores prohibidos, fantasías perversas, boleros y salas de fiesta, personajes marginales y malditos, ambientes municipales y espesos en una fusión inextricable de comedia y tragedia, de irrealidad y verismo. Al igual que ocurre con los cuadros de los grandes pintores dominados por obsesiones propias, nadie puede dudar de que el guión, el reparto de actores, la iluminación y el montaje se corresponden con un almodóvar auténtico.

Las referencias religiosas y los episodios sacrílegos no faltan en otras películas suyas, pero esta vez ocupan un lugar central y cobran una densidad singular. El escenario principal -casi único- de Entre tinieblas es un convento madrileño de monjas, la Comunidad de Redentoras Humilladas, cuya casa madre se halla enclavada en un mítico Albacete y que regenta también una misión en el corazón del África negra. La orden religiosa ofrece refugio a mujeres de mala vida arrepentidas de sus pecados, sean el asesinato, las drogas o la prostitución. No corren, sin embargo, buenos tiempos para el establecimiento, que afronta las consecuencias de una demanda debilitada -"la juventud ya no nos necesita"- y de una grave crujía económica. Pero Dios no abandona nunca a sus pajarillos: una cantante de boleros -que había recibido días antes en su camerino a la superiora de las Redentoras Humilladas para firmarle un autógrafo- decide refugiarse en el convento para eludir las persecución policial tras la muerte de su novio a causa de una sobredosis mortal de heroína adulterada con estricnina. A partir de ese momento, la película toma un inimaginable curso que tal vez escandalice a los creyentes sin sentido del humor, pero regocije a los anticlericales irredentos.

Julio Caro Baroja analiza en Introducción a una historia contemporánea del anticlericalismo español las claves de esa antiquísima corriente, a la vez popular y doctrinaria, que se remonta hasta el medievo y que cobró nuevos vuelos con la desamortización de los bienes de la Iglesia, el apoyo de los frailes a los carlistas, la recuperación de la influencia eclesiástica bajo la Restauración de 1876 y la hegemonía del nacional-catolicismo tras la Guerra Civil. El anticlerical -a juicio de Caro Baroja- empezó a convertirse en un personaje folclórico en la escasamente folclórica sociedad española de los ochenta; el clerical, en cambio, sigue existiendo con mayor poder, revestido ahora de hábitos nuevos. El anticlericalismo, en cualquier caso, es un fenómeno transversal forjado por católicos y por fieles de otras confesiones religiosas, por creyentes y por agnósticos, por conservadores y por radicales, por ricos y por menesterosos, por iletrados y por profesores, por obreros y por burgueses, por fanáticos y por escépticos, por violentos y por pacíficos, tal y como muestra la historiografía sobre la materia; la amplia recopilación El anticlericalismo español contemporáneo, dirigida por Emilio la Parra y Manuel Suárez Cortina (Biblioteca Nueva, 1998), ofrece una buena muestra al respecto.

Entre tinieblas, sin embargo, no prosigue la tradición de los folletones traducidos o escritos por Ayguals de Izo y de los artículos de El Motín, La Traca o Fray Lazo. A lo sumo podría ser emparentada con filmes de Luis Buñuel como Viridiana y La Vía Láctea: cabría incluso sospechar la existencia de algunos homenajes secretos al cineasta aragonés. Almodóvar simplemente ha contado una historia dentro de un escenario considerado intangible por el clericalismo; sin embargo, el mundo sagrado de las iglesias también puede ser secularizado por los laicos para mostrar pasiones y secretos en pie de igualdad con las restantes realidades humanas. Una vez aceptada esa regla, cualquier tema es susceptible de tratamiento: la película rompe todas las convenciones y se mueve con absoluta libertad para inventar la trama, construir los personajes y desarrollar los conflictos.

Yolanda es acogida con entusiasmo por la madre superiora, propensa a enamorarse perdidamente de las pecadoras refugiadas en el convento; además de los boleros de Lucho Gatica, a la anfitriona y a su huésped les une la adicción por la heroína. La cabaretera es alojada en una lujosa suite recargada y cursi donde también vivió Virginia (hija del marqués protector de las Redentoras Humilladas), que marchó luego a tierra de misiones, tuvo un hijo con un cura (criado como Tarzán de los monos) y pereció comida por los caníbales. La cantante conoce a otras monjitas: sor Estiércol, aficionada a imponerse feroces mortificaciones y habitual consumidora de ácidos alucinatorios; sor Rata de Callejón, autora de novelas del corazón de gran éxito -como ¡Largo de aquí, canalla!- publicadas bajo pseudónimo y basadas en las aventuras de las pecadoras acogidas en el convento; sor Perdida, que ha prohijado a un tigre de regular tamaño al que entretiene tocando el bongo; sor Víbora, enamorada en secreto del capellán del convento, que fuma cigarrillos mientras dice misa, admira los modelos de My Fair Lady y hace vestidos de verano, otoño, invierno y primavera para las vírgenes. Sería destripar la película contar las hazañas de las que son capaces los personajes de ese reparto estelar; con razón una antigua redimida de visita les dice que en la calle nunca pasa nada en comparación con sus "fantasías de monja". Las penurias económicas del convento (apenas aliviadas por la venta en la calle de tartas milagrosas del cuerpo y sangre de Cristo cocinadas por las monjas), la negativa de la marquesa viuda a seguir pagando las facturas y el nombramiento de una nueva madre general sitúan a la comunidad de Redentoras Humilladas ante una grave crisis de la que saldrán hacia rumbos diferentes la pecadora Yolanda, las monjas, el capellán y el tigre.

Julieta Serrano (a la izquierda) y Cristina Sánchez Pascual, en una imagen de <i>Entre tinieblas<i>, de Pedro Almodóvar.
Julieta Serrano (a la izquierda) y Cristina Sánchez Pascual, en una imagen de Entre tinieblas, de Pedro Almodóvar.

Sensualidad pagana

Realizada en 1983, Entre tinieblas está protagonizada, entre otros, por Cristina Sánchez Pascual, Julieta Serrano, Marisa Paredes, Mary Carrillo, Lina Canalejas, Manuel Zarzo, Carmen Maura, Chus Lampreave y Eva Siva. Guión y dirección: Pedro Almodóvar. Producción: Luis Calvo. Fotografía: Ángel Luis Fernández. Montaje: José Salcedo. Decorados: Román Arango y Pin Morales. Vestuario: Francis Montesinos y Teresa Nieto.

José Luis Guarner escribió a propósito del filme: "Entre tinieblas es un imposible cruce de folletín mexicano, película de Sara Montiel, melodrama de Douglas Sirk y tebeo underground. (...) Y los símbolos religiosos están tratados con respetuosa ironía, como si se pretendiera recuperarlos a través de una alegre sensualidad pagana. La osadía de Almodóvar, nuestro temible y solitario cineasta pop, va más por el lado del estilo, del intento insensato de fundir materiales y géneros no ya heterogéneos, sino contrapuestos."

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